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Israel May 15, 2006 english

Posted by Belle in : Israel , trackback

Perdí­ mi diario en el que tení­a los apuntes sobre Egipto, India e Israel, así­ que pido disculpas por adelantado por la falta de detalles.

Israel es el tipo de lugar que a la mayorí­a de la gente le gustarí­a visitar, incluso si no fuera Israel. Es el vientre del cristianismo, judaí­smo y la religión musulmana. Podés recorrer las estaciones de la cruz en el Monte de los Olivos, encender velas en el Muro de los Lamentos, o ver la tercera mezquita más sagrada de la religión musulmana, añadió un amigo, o podés morirte en un atentado con un coche bomba, un bombardeo aéreo o en medio de fuego cruzado. Al enfrentar esta perspectiva, siempre digo algo sobre que las probabilidades de que te atropelle un auto en Nueva York o Miami son mucho mayores a estar en un autobús donde estalle un coche bomba. Pero aunque estoy segura de estar en lo cierto, no tomamos autobuses durante nuestra estadí­a en Israel.

Yo no fui criada con religión. Creo que mis padres me llevaron a la iglesia una vez que se sentí­an culpables por algo. Ojalá supiera de qué se trataba… En el colegio sólo conocí­a a dos chicos que iban a la iglesia todos los domingos. Mi mejor amiga en cuarto grado, Jennifer Marcus, era judí­a. Creo que la única vez que recé durante mi niñez fue cuando Jennifer y yo decidimos ir a esquiar fuera de la zona permitida un dí­a de Navidad en la montaña Tiehack. La nieve nos llamaba, dijimos. Nieve virgen, dijimos. Aunque no sabí­amos qué era una virgen, ciertamente sabí­amos lo que era la nieve virgen. ¡Cómo podí­amos resistirnos! Terminamos completamente perdidas. Anocheció y todaví­a estábamos trepando cuesta arriba sobre kilómetros de nieve recién caí­da. Pensé que iba a morir. Vi que Jennifer rezaba y le pregunté qué estaba haciendo. Dijo que le rezaba a Jehová pidiendo ayuda. Me sonó como una buena idea, así­ que la acompañé y realmente puse todo de mí­. Ambas lloramos, pero seguimos, nunca paramos.

Unas horas más tarde seguimos nuestros rastros de vuelta al lugar de donde nos habí­amos salido de la zona permitida. Aunque habí­amos recorrido un gran trecho y no í­bamos a tener que trepar más por la nieve suelta, igual tení­amos que trepar hasta la cima de la montaña para volver a esquiar hacia abajo por el otro lado, hacia nuestras casas. De repente sentimos un zumbido en la distancia. Una patrulla de esquí­ estaba haciendo la última revisada de la montaña. Sacudimos nuestros bastones, a los gritos. Nunca me alegró tanto ver una motonieve. Nos salvó la vida. ¿O habrá sido Jehová? Quizás me deberí­a haber convertido. Quizás ese haya sido mi llamado a convertirme al judaí­smo. ¿O habrá sido suerte? O quizás el hecho de que mi madre no habí­a parado de llamar a la patrulla de esquí­ cuando no volví­ en hora para tomar mi ovaltine y mi baño después del esquí­. Quizás hayan sido todas estas cosas juntas, u obra de Dios. Quién sabe.

En general cuando llegamos navegando a un paí­s, podemos entrar a prácticamente a escondidas sin que noten nuestra presencia. Estoy segura que mucha gente salta de paí­s en paí­s sin hacer aduanas, pero por supuesto nosotros jamás podrí­amos hacer algo así­. Nunca. Ejém. Jamás nadie podrí­a entrar a escondidas a Israel. Saben dónde estás antes que vos. Además, saben qué desayunaste, y qué tipo de ropa interior llevás puesta. Cuando estábamos a varios kilómetros de la marina de Herzliya, la marina israelí­ nos enfrentó por radio. No podí­amos seguir adelante hasta haber respondido docenas de preguntas. Cuando llegamos a la marina nos hicieron más preguntas que todos los demás funcionarios de aduanas de los otros paí­ses, juntos. ¿Quién sabí­a que vení­amos a Israel? ¿Habí­amos hablado con algún egipcio mientras estuvimos en Egipto? Bueno, sí­, con unos cuantos. ¿Le habí­amos contado a algún egipcio hacia dónde í­bamos? Sí­. ¿Alguno demostró interés en nuestra visita? Sí­. ¿Llevábamos con nosotros algo para alguien que hubiéramos conocido? No. ¿Habí­amos comprado algo en Egipto? Sí­, muchas cosas. Realizaron una inspección en profundidad del barco, chequearon a ver si figurábamos en alguna lista de terroristas, nos dieron la mano y se fueron. Se portaron de manera educada y directa con nosotros, pero nos resultaba extraño tener en el barco unos hombres con camisetas negras Calvin Klein y jeans ajustados, con revólveres abrochados a la cadera. En efecto, habí­amos entrado en una zona de guerra.

Sin embargo, después de ese primer encuentro con el revólver, es tan fácil olvidarse que estás en una zona de guerra en Herzliya. Justo enfrente de la marina hay un shopping enorme. Wences y yo í­bamos a tomar un café y desayunar de mañana, yo deambulaba por el monumental centro comercial y encontraba todo tipo de cosas que precisaban los varones, como ropa de abrigo, por ejemplo. Estábamos muertos de frí­o. Algunas cosas para el barco, un molino de sal, una máquina de hacer café buení­sima que se convertí­a en jarro y termo para el café, unos repasadores nuevos, toallas, pantalones, unos zapatos que me trajeran de vuelta a la civilización. Era como estar de vuelta en Miami. Todo el mundo hablaba inglés y no habí­a nada que fuera imposible encontrar. Incluso si todo estaba escrito en hebreo, siempre le podí­as preguntar a alguien y te respondí­an en perfecto inglés. Sin embargo, acá la gente es diferente. Se visten a la última moda, y lucen todos los distintivos de la civilización moderna, pero hay algo primario. Rabia. Encontramos a la gente explosiva, grosera, agresiva, dura. No todos, pero la mayorí­a. Vivir en una zona de guerra de alguna forma te tiene que afectar.

Cuando hací­a varios dí­as que estábamos en Herzliya, vinieron a visitarnos nuestros amigos Diego y Javiera por una semana más o menos. Diego es el abogado de las empresas de Wences, y él y Wences se han hecho amigos a lo largo de los años. Siempre nos invitan a hacer cosas divertidas cuando estamos en Santiago. Hasta nos escribieron su propia versión de la guí­a Lonely Planet de Santiago. Tienen una casa increí­ble en un barrio hermoso. Cómo describir su casa. Supongo que la estructura es vieja. De hecho Javiera se crió ahí­, pero la han reformado y convertido en una casa moderna y colorida, con rincones acogedores y obras de arte fantásticas. Javiera tiene su propia empresa de catering en Santiago. Me encanta su comida. Siempre que vamos a la casa se manda algún hors d’oeuvre elegante y delicioso en segundos, mientras Diego nos sirve un pisco sour o algún vino. Diego y Javiera también están metidos en la producción de cine. Diego produce y Javiera hace el catering, algo de dirección de arte, y probablemente millones de otras cosas. Me dejaron ir a una selección de reparto para SE ARRIENDA, una pelí­cula que ahora está en festivales de cine por el mundo entero. Fue tan divertido sentarme junto al autor/director Fuguet y escuchar lo que veí­a en esa gente y lo que buscaba. SE ARRIENDA fue muy bien recibida e invitada a los festivales de cine por todo el mundo. Javiera y Diego organizaron un viaje fantástico para los cuatro a Jerusalén justo antes de uno de estos festivales de cine.

Cuando pensaba en mi llegada a la Tierra Santa, siempre me imaginaba encontrarme con una escena estilo L’Assunta de Tiziano. Simplemente el color del cielo revela el carácter divino, y esa Virgen Marí­a flotando, bueno, completa la figura. Pero aunque cuando llegamos sonaban bocinas, no tení­an nada de angelicales. Toyotas y Hondas a los bocinazos en el calor de un embotellamiento. No estoy segura de haber pasado tanto tiempo dentro de un auto parada en el mismo lugar exactamente. Por fin Diego fue a ver qué pasaba. “¿Qué? le preguntamos. Dos grupos de hombres en una pelea, y cuando llegó la policí­a, en lugar de mantener la calma, parecieron lanzarse a la pelea y atizar las llamas. Bueno, sabemos que ese tipo de cosa pasa en Estados Unidos. Todos nos acordamos de Rodney King. Pero como está claro que ese tipo de comportamiento NO es aceptable, lo ocultan. En Jerusalén no es tan oculto, no hace falta.

Nos quedamos en el American Colony Hotel, un hermoso hotel en la parte vieja de la ciudad. Lo primero que notamos al entrar fue que el personal parecí­a ser una mezcla a partes iguales de palestinos y judí­os. Bueno, esto es algo que no se lee en los diarios. Leemos sobre toda la violencia, pero el hecho es que muchos palestinos y judí­os trabajan lado a lado en Jerusalén sin ningún problema. Eso basta para demostrar que la paz es posible. Pero lo que es posible tan a menudo no se vuelve realidad, ¿no es cierto?

Los edificios de la parte antigua de Jerusalén parecen todos hechos de pedazos de la misma roca enorme. Es difí­cil describir el color. No es blanco, no es amarillo, no es rosa, no es gris, pero de alguna forma se trata de una mezcla uniforme de esos clores, quizás más blanco y amarillo que otra cosa. Es un color realmente hermoso. Jerusalén se desparrama cuesta arriba por un valle y cuesta abajo por la ladera de otro.

Tuvimos un guí­a muy interesante. Naim. Era un palestino cristiano. Se sabí­a todo. No habí­a pregunta que no pudiera responder. El primer dí­a estábamos todos entusiasmados hablando de polí­tica, porque ninguno de nosotros conocí­a a ningún palestino. Sin embargo, intentó abandonar el tema, diciendo que no podí­amos conversar sobre polí­tica. Seguro. ¿Cómo vas a poder no hablar de polí­tica en Jerusalén? No pudo contenerse, así­ que al final tuvimos unas conversaciones muy interesantes sobre cómo es ser palestino y vivir en Jerusalén. Nos mostró los puestos de control que tiene que atravesar todos los dí­as. Nos contó cómo le impidieron llevar a su hija a celebrar fiestas religiosas porque el guardia en el puesto de control no tení­a ganas de dejarlo pasar. Al poco tiempo nosotros mismos compartí­amos su rabia.

Entonces vimos la pared.
Naim nos describió lo que está haciéndole la pared a su comunidad. Para cuando la hayan terminado, el 90 por ciento de la zona Este de Jerusalén va a estar absorbida por Israel. Más de 200,000 palestinos van a quedar aislados del Este de Jerusalén y de sus alrededores, por ende, sin pertenecer a ningún lado. Esto significa que perderán el acceso a las escuelas, universidades, centros médicos, el santuario Haram al-Sharif y la iglesia del Santo Sepulcro, así­ como a sus propias comunidades, vecinos, parientes, etc. Además, realmente tiene aspecto de muro de cárcel. Las generaciones de palestinos que vivan bajo estas condiciones, obligados a pasar por los puestos de control, no pueden ayudar a conseguir la paz. Pero los coches bomba tampoco lo hacen.
Le preguntamos qué harí­a falta para lograr la paz. Dijo que la paz era imposible porque los judí­os jamás accederí­an a lo que los palestinos se merecen. Como justificación de su escepticismo nos dijo que durante las últimas conversaciones de paz los judí­os no pararon de construir asentamientos, sino que al contrario construyeron más, y más rápido. ¿Cómo puede hacerse esto con un espí­ritu pací­fico? nos preguntó.

Y esa es la ironí­a acá. No hay espí­ritu de paz ni de perdón en Jerusalén. O no hay el suficiente. Acá en la Tierra más Santa de todas, se pelean por la tierra desde hace siglos. Realmente harí­a falta un milagro para que pararan de pelear.

Mis lugares favoritos fueron la Iglesia del Santo Sepulcro, el Jardí­n de Gethseman, y la Iglesia de Todas las Naciones. Tengo una imagen fantástica de Javiera y Dio caminando de la mano por el Jardí­n de Gethseman. Durante el viaje se hicieron compinches. Y yo sentí­ que llegué a conocer a Javiera y Diego mucho mejor. Son divertidos, curiosos, y de mente abierta, la combinación perfecta para un compañero de viaje. También me ayudaron realmente mucho con los varones.

El Mar Muerto

Todos nos turnamos sosteniendo a Theo mientras nos metí­amos en el Mar Muerto. Nos dijeron que el agua es tan salada que no serí­a buena idea dejar que los chicos nadaran en ella. Me pareció que estaban exagerando. Vamos, mis varones nacieron en el mar. Gracias a Dios nos los dejamos meterse. Además de tragar varios litros de sal lí­quida, no puedo imaginarme cómo se sentirí­a esa agua sobre el sarpullido de los pañales. Esa agua no se parece a ninguna otra agua. Es una de las masas de agua más saladas, con un í­ndice de salinidad del 30%. Casi nueve veces mayor que la salinidad promedio de un océano. Es tan salado que de hecho es difí­cil mantener el equilibrio dentro del agua. Flotás tan alto afuera del agua. Además, tiene una oleosidad que nunca te imaginarí­as en conjunto con un contenido salí­nico como el que tiene. Sin embargo, la gente viene en masa de todas partes del mundo a bañarse en sus aguas especiales. Los doctores dicen que cura la soriasis y que el aire por debajo del nivel del mar ayuda a la gente con fibrosis quí­stica. Nos pareció uno de los lugares turí­sticos más extraños y menos atractivos del mundo. Docenas de europeos pasados de peso, mayores de 40 (digo eso porque tengo 37…), untándose con barro negro por todos lados y tirándose al sol durante horas. Tampoco ayuda el hecho de que no hay un lugar agradable para tomar un agua, un café, ponderar la teologí­a de la geografí­a, o simplemente sentarse y no hacer nada. Sólo un terreno muy rocoso, y bañistas semidesnudos desperdigados por las rocas.

Tuve un momento muy memorable cuando estábamos en la Iglesia del Santo Sepulcro. Habí­a muchos grupos de todas partes del mundo, rezando juntos. En general me siento incómoda al lado de un grupo de gente rezando, ya que no tengo idea de lo que están haciendo y me siento como aquél dí­a en octavo grado cuando me paré frente a la clase para recitar un poema y me olvidé de hasta la última palabra. En la Iglesia del Santo Sepulcro no me sentí­ así­. Quizás porque habí­a tantos grupos de peregrinos que cantaban en diferentes idiomas, no me sentí­ como una intrusa. Más bien, me emocionó su concentración y dedicación. Muchos rezaban con los ojos bien cerrados, tomados de la mano. Yo querí­a ver lo que ellos veí­an. Querí­a saber qué sentí­an. Querí­a conocerlos. Cambió mi forma de caminar por el edificio. Cambió mi forma de pensar sobre la oración. Mientras bajábamos las escaleras a la salida de la iglesia, Dio llamó la atención a varios peregrinos que lo miraban. Les dio una enorme sonrisa. Todos suspiraron al uní­sono, sonriéndole con tanta dulzura. De repente, las campanas de la iglesia comenzaron a sonar y al mirar todos esos rostros sonriendo con tanto amor, me puse a llorar. Habí­a tanto amor en ese momento. Qué sentimiento extraordinario. Además, por un segundo creés que todo es posible. Fue uno de esos momentos en que cuando suceden, sabés que nunca lo vas a olvidar. Pero también sabés que no podés mantenerlo. Como todo en la vida, pasa, se desvanece. Se transforma en otra cosa. Acá sentada, meses más tarde, al recordar ese momento todaví­a puedo sentir ese amor y aún me hace llorar.

El dí­a que nos fuimos de Jerusalén vimos algo muy extraño. Un grupo de varones adolescentes, vestidos con los jeans, camisetas apretadas y zapatillas de última moda, charlando mientras caminaban por una de las calles principales, una media docena de ellos, más o menos. Colgada al hombro, como quien no quiere la cosa, cada uno de ellos llevaba una metralleta. Chicos con metralletas es demasiado para mi. Eso fue lo último que vimos al irnos de Jerusalén. De cierta forma parece adecuado. Jerusalén es un lugar tan hermoso. Sagrado, espiritual, con riqueza cultural, lo que sea que busques lo encontrarás en Jerusalén. Inclusive una sobredosis de rabia, odio y violencia. Es una zona de guerra, y en mi opinión, siempre lo será. Sin embargo, esta es una de las primeras veces en la vida que realmente tengo la esperanza de estar equivocada.

Comments

1. Jose Felix - May 6, 2011

Una mujer inteligente.
Encima le gusta navegar!
Debe haber pocas así en el mundo.
Wences un genio para haber planeado y realizado una cosa así.
Espectacular velero, espectacular navegacion.
Pudieron hacer realidad un sueño dorado de muchos que navegamos de fin de semana.
Felicitaciones a ambos!
Y mucha suerte en lo que emprendan!