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Oman February 10, 2006 english

Posted by Belle in : Oman , trackback

Tengo que admitir que estaba un poco nerviosa sobre nuestra llegada a Omán. Apretujado entre Yemen y Arabia Saudita, Omán está ubicado en la costa enfrente a Irán, plantado en el centro del mundo musulmán. No podí­a imaginarme por qué nos darí­an la bienvenida a su paí­s. Decidimos esforzarnos por encontrar lo positivo y restar importancia a lo negativo. Hemos aprendido que cuando llegás a un lugar con muchos prejuicios negativos, vas a buscar esas cosas negativas por todos lados, y como es lo que estás buscando, no sólo lo encontrarás sino que se convertirán en el rasgo dominante, y al final, en tus recuerdos. Querí­amos tener nuestros propios recuerdos de Omán. Nos hemos cruzado con muchos viajeros que parecen tan interesados en confirmar todos los estereotipos negativos que en tener sus propias vivencias. Yo lo veo como una especie de chusmeo mundial que le resta al romance de explorar una nueva tierra.

Omán fue el primer lugar al que fuimos donde casi la mayorí­a de la gente andaba vestida con el atuendo musulmán a pleno. Los hombres llevaban puestas unas túnicas de manga larga que llegaban casi hasta el piso, y en la cabeza unos gorritos (fez) y pañuelos beduinos o turbantes. Las mujeres usan unos vestidos negros, holgados y largos que les cubren el cuerpo entero excepto las manos y la cara. Dicen que en Muscat, la capital de Omán, usan unos vestidos muy coloridos, pero no en Salalah. Algunas mujeres se cubrí­an la cara, dejando ver sólo sus ojos, pero otras no. Creo que sólo vi dos mujeres vestidas con burcas, la tristemente célebre bolsa negra con apenas unos tajitos en la tela para los ojos. Al deambular por las calles de Salalah con nuestros gorros de béisbol, estampados floreados, y sandalias deportivas, era difí­cil no sentirse un poco fuera de lugar y tí­midos.

Las primeras dos veces que fuimos a la ciudad no vimos otros turistas. Al principio parecí­a que la gente era antipática. No se derretí­an ante nuestros adorables hijos. Algunos no miraban en nuestra dirección. Algunos parecí­an esforzarse por caminar lo más lejos posible de nosotros. Pero en cuanto pedimos cualquier tipo de ayuda, todo el mundo dejaba lo que estaba haciendo para ayudarnos. Cuando preguntábamos dónde quedaba algo, la gente nos ofrecí­a llevarnos hasta ahí­. Así­ que no son extrovertidos y cálidos, pero no es que no sean buena gente. Parecen más reservados; por ejemplo, todos los cibercafés tienen unos cubí­culos muy privados que rodean cada computadora. El único restaurante con comida omaní­ tiene salones privados para cada mesa. Nos encantó. El único lugar donde puedo llevar a los varones, amamantar sin preocuparme, y dejar que Dio deambule por la habitación sin siquiera inquietarme de que esté molestando o no a los demás comensales. El mozo y el personal de la cocina fueron amables y agradables con nosotros, manteniendo una distancia respetuosa, pero cálida. Cuando nos vieron volver, para comer más lentejas con arroz, parecieron alegrarse.

Estuvimos en Omán durante su época seca. No cuando hacen 45 grados, ni cuando llueve todos los dí­as. Dicen que durante y después de la época de lluvias Salalah es espectacular, muy verde y llena de vida. Lo que vimos nosotros fue desierto. Kilómetros y kilómetros de colinas de arena y rocas. De vez en cuando un árbol de incienso rodeado de kilómetros de tierra arenosa y sin vida. Junto a la carretera van andando los camellos. Todos los autos acá son blancos. Todos y cada uno de ellos. Así­ que no puede ser que sean todos de alquiler. Debe tener algo que ver con el calor. No puedo imaginarme estar en ese lugar en el punto máximo de calor y sequí­a.

No hay mucho para ver en las cercaní­as de Salalah. No hay una parte de la ciudad pintoresca y turí­stica, ni shoppings ni museos. Tampoco nos animamos a invadir una mezquita. Por desgracia no tuvimos tiempo de ir a Muscat. Diez horas en auto con dos bebes es demasiado lejos. Se supone que Muscat es un poco más rica en cultura y más fácil para los turistas. Pero decidimos que irí­amos a ver todo lo que fuese posible ver alrededor de Salalah.

El castillo de Mirbat

La palabra “castillo” en general implica una estructura grandiosa y formidable, construida en piedra, con las torres de rigor y quizás un foso y una muralla monumental para impedir la entrada de intrusos… bla bla bla. Bien, el castillo de Mirabat es algo diferente. No tiene una gigante muralla protectiva. En su lugar, el castillo es uno más de tantos edificios en la ciudad. Tiene torres, una con un cañón derruido que se asoma del torreón, pero todo es en escala mí­nima. También parece más bien de estuco que otra cosa, y de vez en cuando sobresale una de las rocas antiguas de abajo del estuco. Unos tablones de madera tallados en la forma de las cúpulas estilo hongos del Kremlin reducen un poco la luz mientras que permiten que circule algo de aire. Como los omaní­es no están muy acostumbrados al turismo masivo ni deseosos de recibirlo, en el lugar no hay mucha información de interés para el visitante. Al principio esto me molestaba, Pero de cierta forma ha sido fantástico para el lugar. En lugar de concentrarse en lo que probablemente sean los datos más aburridos sobre el edificio, qué tipo de armas se almacenaban en esta habitación, dónde se guardaba la comida, etc., es necesario hacerte tu propia historia de todos los posibles eventos que ocurrieron en este castillo. Sin embargo, la parte más interesante del castillo de Mirabat, fue el hombre que trabajaba ahí­.

Estaba sentado en una alfombra sencilla colocada sobre el suelo de tierra de un cuarto en el primer piso. Nos invitó a sentarnos con él y descansar a la sombra. Después de instalarnos como fuera contra las paredes, sentados en unos coloridos almohadones de lana sobre el piso, nos ofreció té. La verdad es que no soy muy del té, pero parecí­a un ofrecimiento que no podí­a rechazar. Sin moverse de su asiento, sacó unos vasitos de una bolsa, los enjuagó rápidamente en un tazón con agua, y los colocó enfrente de él. Después se inclinó hacia atrás, agarró un termo sorprendentemente moderno, y sirvió el té en los vasos. Silencio. Le ofreció un vaso de té a cada uno, lenta y deliberadamente hasta que cada uno de nosotros estaba sosteniendo su propio vaso. Silencio. La luz brillaba a través de las ventanas con cúpulas en forma de hongo, al té color ámbar, añadiendo el elemento de belleza y magia que sólo puede brindar la luz indicada. De repente me sentí­ transportada en el tiempo a Las mil y una noches. Un hermoso padrillo negro que volaba a través de kilómetros de dunas de arenas de un rojo fuego, una princesa que se ocultaba en la oscuridad mientras dos hombres luchaban en un duelo a muerte, con esas impresionantes espadas de hoja curva. Quizás la princesa árabe se sentó en este mismo piso, enfrente al dueño de casa que era el tátara tátara abuelo de este hombre. Bebieron este mismo tipo de té. Al sentir el aroma del té de mi pequeño vaso, cerré los ojos, esperando sentir el sabor de la antigua Arabia. Tragué mi primer trago. Tení­a un sabor tan exótico, tan puro y tan delicioso: oro lí­quido en vaso. Tuve que preguntar de qué clase de té se trataba. La idea de poder llevar este mismo sabor a mis amigos y familiares, quizás si aprendí­a a prepararlo acá en Omán, era la mejor manera de brindarles un fragmento de mis aventuras por el mundo. Una taza de té único. Por supuesto que iba a tener que pasarlo a escondidas por la aduana, todo un desafí­o en estos dí­as post 11 de septiembre. Además, mis padres decididamente no aprobarí­an cualquier tipo de regalo ilí­cito y contrabandeado. Pero no tendrí­an por qué saberlo.

“Este té es delicioso”, dije, inclinando mi cabeza ante este señor que nos habí­a dado la bienvenida a este mundo a través de una taza de té. La taza de té perfecta. Me miró y sonrió muy suavemente. Luego, como si pudiera leer mi mente, me contó cuál era el maná que estábamos bebiendo.
“Lipton. Etiqueta Amarilla.”

Tras recuperarme del golpe inicial de que lo que bebí­amos no era el té tal como lo preparaban los sumerios, me dediqué a escuchar a Wences intentar zanjar la brecha entre el mundo de este señor y el nuestro, con algo de charla liviana. Sólo Wences puede hacer esas cosas. Después de contarle de dónde éramos y que viví­amos en un barco, Wences empezó a hacerle preguntas. De alguna manera llegamos al tema de la poligamia. Wences tiene talento para tirarse a la yugular en muchos sentidos. Liz y yo nos quedamos calladas, intentando ver si ser una más de una manada de esposas tendrí­a algo de positivo. Una de las primeras cosas que nuestro anfitrión le preguntó a Wences fue “¿Cuánto pagaste por tu esposa?” Todos nos reí­mos. “Nada.” Wences siguió. “De hecho me pagaron para que me la llevara.” Nuestro anfitrión parecí­a muy confundido. Después me miró con auténtica lástima en sus ojos. “Pero es una buena esposa, agradable a la vista y fuerte. Te ha dado dos hijos. Eso no está bien. Si querí­as casarte con ella, y querí­as que te diera hijos, deberí­as haber pagado por ella”.

De repente sentí­ que no se me valoraba nada. Peor que la chica que acepta una invitación a un programa barato, ¡yo era la ESPOSA GRATIS! Quizás la costumbre musulmana tení­a algo de cierto. Digo, yo decididamente valgo algo de dinero. Me pregunté cuánto. ¿Cómo se juzga algo así­? Debe haber algún precedente. Ahí­ me imaginé a mi misma vestida con el atuendo musulmán tradicional, siendo llevada a un cobertizo donde dos hombres y dos mujeres musulmanes estaban sentados en una larga mesa de madera, papel y lápiz en mano.

“¿Dientes?” dijo una de las mujeres. De repente me abrieron la boca a la fuerza, para revelar una colección impresionante de dientes blancos y libres de caries. No he tenido una caries desde que tení­a cinco años. Eso debe valer una cantidad de dinero considerable. El hombre más viejo, de túnica marrón, sacude la cabeza. “Demasiado chicos. 10% de descuento.” Peor que cualquier audición de ballet o informe oral que haya vivido nunca. Me sentí­ desnuda bajo la burca. Seguramente iban a ver que mis piernas son un poco arqueadas. ¿Cuánto descuento me costarí­a eso? Volví­ corriendo con alegrí­a a mi identidad de mujer occidental. “¿Tiene más de una esposa?” le preguntó Wences. El sueño del hombre occidental. Múltiples mujeres, qué cliché.

Nuestro anfitrión nos explicó que tení­a una mujer con quien habí­a tenido dos hijos. Y que habí­an vivido felices durante bastante tiempo, peor que recientemente habí­a decidido que querí­a otra esposa. Aparentemente hay que pagar mucho más por la segunda mujer que por la primera, para asegurarse de que tenés suficiente dinero para mantenerla a ella y a los hijos que con suerte tendrá. Pero a su primera esposa no le gustaba mucho la idea, así­ que no estaba seguro de qué hacer. Decididamente no tení­amos consejo para ofrecerle. Le preguntamos qué aspecto tení­a la segunda esposa.
“Ah, nunca la vi. He visto sus ojos, que son hermosos, pero está prohibido ver cualquier otra cosa”.

Claro que eso nos resultó un poco difí­cil de imaginar.

Después le preguntamos si eran amigos desde hací­a algún tiempo. “Oh, no. La amistad entre un hombre y una mujer está prohibida”. HMMMMM. Eso no deja muchas opciones en materia de conocerse. Así­ que no se casan por apasionamiento, como sin duda hacen muchos. Bueno, eso está bien. Pero no se casan por una profunda comprensión, amor y respeto mutuo producto de horas de conversación. Hmm. ¿Entonces, cómo decidí­s? A esta altura estábamos todos prácticamente mudos, intentando imaginar cómo serí­a posible enamorarse de alguien si no podés verlos ni hablarles. Creo que estábamos convencidos de que de alguna forma nos habí­a engañado. ¿Si no, cómo podrí­as asumir un compromiso tal?

También nos dijo que las mujeres tení­an la libertad y el derecho de votar en Omán antes de que en Estados Unidos. Me avergonzó no conocer estas importantes fechas de la historia de la mujer estadounidense. Algo para investigar y memorizar. Libertad también parece ser una palabra que puede interpretarse de diversas formas. Yo opté por no discutir con él. Por el contrario, estaba impresionada de que esas cosas también le parecieran importantes a él, independientemente de que compartiésemos o no la misma interpretación de estas palabras. Los hombres y mujeres de Omán viven bajo un conjunto de reglas y principios bastante estrictos. No están bajo amenaza de prisión o pena de muerte por no observarlas, pero creo que la comunidad se encargarí­a por su cuenta de cualquier problema importante.

El hombre era muy interesante. Era curioso sin ser molesto, obstinado en sus opiniones sin ser despótico o maleducado. Fue uno de los pocos omaní­es con quien pudimos realmente compartir una conversación y nuestro modo de ser.

La tumba de Job

En el medio del desierto, en la cima de un acantilado rocoso, yace la tumba de Job. Hay una casita diminuta alrededor de ella, unos arbustos florecientes y rosados, y un pequeño estacionamiento. La tumba de Job se encuentra en el medio del suelo en un edificio muy chico. Al igual que una de sus “pisadas”. Aparentemente Job medí­a más de 3 metros de altura. ¡Dios mí­o! No es de extrañar que Dios lo haya elegido para pelear de su lado. Básicamente, Job era un gigante. El hombre que cuida la tumba de Job se pasó recitando plegarias todo el tiempo que estuvimos ahí­, sin parar un segundo. Pensé que se debe haber dado cuenta que habí­a entrado un agnóstico a la habitación. Me fui rápido, para que pudiera tener un momento para respirar.

La playa cerca de la frontera con Yemen

Una de las playas más hermosas que he visto queda en Omán. Los diferentes tonos de azul pasan de un espectacular azul zafiro claro a un fresco turquesa bordeado del blanco de las rompientes. La fina arena está enmarcada por empinados acantilados en curva. Es lo que podrí­a llamarse un paisaje dramático. Una playa como esta en Estados Unidos o Europa tendrí­a rascacielos con hoteles por todos lados, con miles de turistas tostándose al sol. Es cierto que hay un Hilton en Salalah, pero los turistas no salen del hotel, y hay kilómetros de distancia entre sus lí­mites y el próximo hotel. Además, siempre corre una brisa, así­ que el calor nunca parece excesivo. Es decir, en la playa. Cada algunos cientos de metros por la playa habí­a una casilla de cemento que ofrecí­a sombra para protegerse del sol. Todas las casas estaban atiborradas por una familia. Burcas en la playa. Las mujeres parecen mantener el atuendo tradicional en la playa, mientras que el resto de la familia se pone shorts. Una cosa que puedo decir sobre el atuendo tradicional de las mujeres es que no sufren quemaduras por el sol.

Al llegar a nuestra casilla de cemento, notamos que habí­a unos delfines justo atrás de la rompiente. Nunca he visto delfines tan cerca de la costa. Claro que todos querí­amos ir a nadar con ellos, pero para cuando nos cambiamos, se habí­an ido. Nos sentamos en nuestra casilla y comimos nuestra comida comprada en Kentucky Fried Chicken, que debemos confesar que a todos nos ENCANTí“, y observamos esta playa increí­ble y casi vací­a.

Más tarde David y Dio remontaron una cometa, luego Liz y Dio jugaron con las olas, y yo amamanté a Theodore hasta que se durmió. Fue una tarde muy apacible.

Hicimos un amigo en Omán. Se llama Salih. Lo conocimos en un café. Estaba sentado con media docena de amigos. Dio interrumpió su reunión en busca de un poco de atención. Algunos de los hombres no reaccionaron y otros no pudieron contener una pequeña sonrisa. Pronto Dio estaba sentado en sus faldas, tomando café. Salih hablaba inglés muy bien. Nos hizo la pregunta básica, qué diablos están haciendo acá, en una forma muy educada. Parecí­a interesado en la idea de dar la vuelta al mundo. Unos años atrás habí­a trabajado en el Servicio Secreto. Al escuchar Servicio Secreto supe que eso iba a ser un gancho enorme para Wences. Wences de inmediato lo invitó a tomar una cerveza en el barco. Pero por supuesto, los musulmanes no toman alcohol, así­ que Salih dio una respuesta medio vaga. Pero se las arreglaron para intercambiar tarjetas. Al dí­a siguiente Wences llegó al mismo café a la misma hora con media docena de camisetas del Simpática. Mientras se las entregaba a estos hombres vestidos de camisón, lo miraban como si estuviera loco. Por supuesto que jamás se las pondrán. Digo, estos hombres no usan camisetas. Quizás jamás. Pero igual me sentí­ orgullosa de Wences porque intentaba regalarles algo, y eso era lo único que podí­amos darles que quizás aceptaran. Salih aceptó la camiseta casi a regañadientes, pero unos dí­as más tarde llamó de improviso y aceptó una invitación a venir al barco.

Salih llegó con un catalán avistador de pájaros, que se habí­a encontrado, perdido y cansado, deambulando por las calles de Salalah. Le debe haber parecido tan natural haber conocido a dos hombres de habla hispana, aparentemente perdidos, en la misma semana. Por supuesto que los tení­a que presentar, hacerlos sentirse más en casa. Eso precisamente es lo que hizo. Se quedaron horas en el barco, hablando de todo tipo de cosas. Desde la abundancia de pájaros en Omán, que parece ser que tiene una colección importante de especies, a las relaciones de pareja, y cómo diferenciar una túnica y gorro omaní­ de buena calidad del resto. Salih nos contó que de hecho habí­a visto a su mujer antes de casarse. De repente sentimos lástima por nuestro amigo del castillo de Mirabat. También reveló que no amaba a su esposa y que no querí­a estar enamorado nunca. Que el amor era algo aterrador que te hací­a débil. Claro que todos sabemos que eso es cierto. También sabemos que es tanto más. Pero cómo explicarle lo que es el amor a alguien que nunca lo sintió. Deseé que este hombre dulce pudiese experimentar su tormento, su mareo, en toda su fantástica belleza. Pero por supuesto que no se le puede regalar eso a alguien. Wences le preguntó por qué cuando él le regaló la camiseta habí­a parecido incómodo. Salih explicó que dado que estábamos en su paí­s, él era el anfitrión y le correspondí­a a él hacer los regalos, no a nosotros. Se sintió avergonzado. Nos hubiese gustado tener más tiempo para pasar con Salih. Es un verdadero caballero. Si alguna vez volvemos a Omán, nos encantarí­a volver a verlo.

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