Thailand November 9, 2005
Posted by Belle in : Thailand , trackbackLlegamos a la Marina Royal Phuket el 11 de noviembre. La Marina Royal Phuket va a ser una marina hermosa…algún día. Pero en este momento es apenas una prometedora obra en construcción. Cuando llegamos vimos que una docena de personas corría a ayudarnos, lo que parecía un poco demasiado bueno para ser verdad. Cuando llegamos a un nuevo destino parece que nunca hay nadie para ayudarnos a amarrar. Mientras observaba este grupo de gente que corría como loco hacia nosotros, pensé que quizás había un incendio. Pero corrían hacia nosotros. Quizás se había incendiado nuestro barco. No. Miré alrededor y me di cuenta que éramos los primeros clientes. La marina estaba vacía. Con razón estaban tan ansiosos por ayudarnos. Aparentemente todas las demás marinas en Phuket están reservadas para los próximos meses. De hecho, desde justo después del tsunami del año pasado. Nos alegró encontrar amarras disponibles en esta. Especialmente cuando Wences conectó su aparatejo, la caja mágica del vino (estoy segura que debe tener algún nombre técnico, pero me gusta llamarla la cosa de la caja del vino) ¡¡¡¡¡que nos permite tener WiFi!!!!! Qué me ha sucedido. Hace siete años no sabía lo que era la Internet. Ahora me entusiasmo con el Wi-Fi. Lo que es peor, me siento estafada cuando no hay WiFi. Es todo culpa de Wences.
La noche antes de que Wences se fuera en su viaje de negocios fuimos a un restaurante llamado Kra Jok See en la ciudad de Phuket. Tenía una mención un poco vaga, aunque sonaba agradable, en la guía Lonely Planet. Salimos del barco a las 8 de la noche, caminamos al estacionamiento inocentemente pensando que podríamos tomarnos un taxi ahí cerca. Cuando le preguntamos a los obreros, mitad hombres y mitad mujeres (que parecen no parar de trabajar, día, noche, a sol o a lluvia) si podíamos tomar un taxi cerca de ahí, empezaron a reírse. Me pareció que no era buena señal. Preguntamos si podíamos tomar un taxi en la otra marina cercana, Boat Lagoon, y dijeron que sí. Wences empezó a caminar. Los obreros se miraron entre sí y empezaron a reírse. Yo me quedé esperando mientras Wences desaparecía en la oscuridad, mirando a los obreros tailandeses que observaban nuestra pequeña escena doméstica con gran interés. Me puse las manos en la cadera y sacudía la cabeza. El gesto internacional de la mujer que manifiesta su disconformidad. Todos los obreros empezaron a reírse, entendiendo la situación. Va a aprender su lección, me dije a mí misma. Finalmente, estaba aprendiendo a decirle que no a mi marido adicto a la aventura. Cinco minutos más tarde me encontraba soplando finas mechas de pelo demasiado perfumado que se me metían en la nariz, sentada en el asiento trasero de una motoneta, aferrándome a un pequeño guardia de seguridad tailandés. De repente el guardia entró a una calle con mucho tráfico. Empezaron a venir autos hacia nosotros. íbamos a contramano por una calle de una mano repleta de tráfico. Ayyyy. Vuelven a empezar las aventuras de la Gringa con el Indio Patagónico.
Para cuando finalmente llegamos al restaurante no tenían mesa y mi peinado se había convertido en un afro. La mujer nos ofreció una mesa que estaba prácticamente en la calle, y yo, la mamá muerta de hambre de amamantar, dije que sí antes de que Wences pudiera abrir la boca. Pobre Wences. Para él comer en un restaurante con mala vista es como esquiar en una montaña en Texas con nieve artificial. TODO MAL. Mientras estábamos sentados comiendo nuestra sopa tom yam y la ensalada de berenjena y gambas con una vinagreta de chile muy picante, mirábamos personaje tras personaje entrar al restaurante. Un ex hippie pelilargo con un bigote cual moñita de esmoquin, una mesa de cuarentonas en pie de guerra, que fumaban como chimeneas, demasiado producidas, que le prestaban demasiada atención a Wences, un elegante señor mayor con unos pantalones estampados imitando la piel de un dálmata, dos hombres alemanes regordetes de más de 50 con dos chicas tailandesas muy jóvenes, muy vestidas y un rubio mayor. Parecía que su cariño estaba en venta. Una mujer de negocios francesa con un traje muy elegante, un europeo de cuarenta y pico que intentaba levantarse por lo menos a una de las cuarentonas fumadoras, y la lista continúa. Los personajes eran la mejor publicidad para el lugar. ¡Nos moríamos por entrar! Justo cuando levantaron los platos de las entradas, la hostess nos dijo que tenía una mesa para nosotros. En cuanto entramos en el restaurante, me di cuenta de lo aburrida que era nuestra mesa afuera.
Mi hizo acordar a tantos lugares. La Jumelle en Nueva York, La Vie en Rose en Akaroa, docenas de lugares en Paris. Un salón a media luz, con fotos interesantes y recuerdos en las paredes de pintura descascarada. En Kra Jok See había una foto inolvidable de una mujer tailandesa eterna, con la cabeza envuelta en pañuelo, con la mirada más hermosa, aunque sin un diente. Mesas y sillas de madera sobre un piso de tablones. Uno o dos paneles de vitral, un florero alto, rebosante de flores, unas láminas extrañas y coloridas de unos gallos en hilera. Y la música. Ahhhhhhh, la música. Baladas viejas, Nina Simone, Billie Holiday, otras canciones que sonaban conocidas, de esas que podés no acordarte de la letra pero que te hacen acordar a un sinnúmero de otros momentos de tu vida. Es todo un poco nostálgico, y puede ser por eso que la mesa llena de franchutes, que parecían íntimos de la hostess, se subían a la mesa como adolescentes para llegar al diminuto espacio entre las mesas que hacía las veces de pista de danza, ya que estaban encerrados contra la pared. La hostess, obviamente una ex bailarina de ballet, con su pelo tirante anudado en un moño en la nuca y una elegancia que comenzó como un amor por Ballanchine y se ha convertido en parte de su alma, se balanceaba elegantemente al ritmo de cada canción, sonriendo dulcemente sin importar con quién bailaba. Una verdadera hostess. Se aseguraba de que todo el mundo la pasara bien. Wences y yo mirábamos, pasmados con este grupo animado, desordenado y totalmente fascinante de franchutes mientras la pasaban bárbaro, como si esta fuese su última noche de vida. Yo me preguntaba si el tsunami había tenido un efecto permanente sobre estos extranjeros residentes, o si eran parte de una caravana de gitanos jubilados que se llevaban el mundo por delante. O si era simplemente un sábado de noche más. Cuando me parecía que ya no se podía poner más interesante, apareció Diana Ross. O era Dionne. Los ojos no eran tan grandes, su sonrisa no era tan conmovedora, pero acaparó la atención de inmediato, y el salón parecía explotar diversión tonta y alegría. Mientras los miraba a todos, cada uno con su estilo de bailar que tan bien parecía expresar algo sobre cada uno, algunos haciendo gestos chistosos, otros con fuertes expresiones, me dio lástima que Wences nunca vaya a poder compartir conmigo la alegría de bailar. Para él bailar es una tarea obligada que realiza para su esposa, con una sonrisa, en las escasas ocasiones en que percibe que si no baila conmigo pronto, voy a prenderme de algún otro y desaparecer entre las olas de cuerpos en movimiento. Me acuerdo de la secundaria y la universidad, sentía que para mí bailar era una NECESIDAD. No pasaba una semana sin que yo fuera a algún lado a sacudirme al ritmo de alguna música con onda y olvidarme de todo en el ritmo y el calor. Deseaba que Wences y yo pudiésemos hacer eso junto. Lo miré y noté que le estaba viniendo esa transpiración nerviosa que le sale cuando enfrenta una tarea que no está seguro de poder realizar. Decidí ir al baño y dejar que él pagara la cuenta para que pudiéramos irnos. Cuando volví, no estaba en la mesa. Estaba parado con la hostess, que en cuanto me vio se acercó, me agarró, me puso las manos en las de Wences, y antes de que nos diésemos cuenta de lo que pasaba, desaparecimos en un grupo de cuerpos en movimiento. Duró sólo una canción, sólo unos minutos, pero para mí fue un momento memorable. Mientras que el animador travesti pasaba de las viejas canciones de Diana Ross and the Supremes a los éxitos de los 80, yo fui a agradecerle a la hostess. Me puso una rosa en la mano y nos besó a ambos en la mejilla. ¡Qué lugar! ¡Estoy deseando volver!
Hoy Wences se volvió a trabajar. El volver a trabajar involucró un viaje de taxi hasta el aeropuerto, con dos cortes de pelo por el camino, creo que el primero fue tan malo que tuvo que ir a cortarse el pelo de nuevo en otro lado. Un vuelo a Bangkok, una escala de dos horas, seguida de un vuelo a Singapur, otra escala de tres horas y muchas compras en el Duty Free, un vuelo a Paris, escala de cuatro horas, quizás varios café au lait y el equivalente de varios cigarrillos inhalados de segunda mano, un vuelo a Miami y después un vuelo a Panamá. Es extraño que nos haya llevado un año y medio dar la vuelta a la mitad del mundo y a él le lleva sólo un día y medio volver a donde empezamos. No puedo imaginarme lo difícil que le debe resultar pasar de nuestra vida en el barco a ritmo lento y algo simple a media docena de reuniones por día, de traje y corbata en lugar de hojotas y short de baño. No me imagino que mucha gente pueda hacer esa transición en forma elegante, y aunque la elegancia no es lo primero que me viene a la mente al pensar en Wences, sé que al llegar arranca con todo y no para hasta que se desploma en la cama de noche.
Mientras Wences estaba de viaje hicimos algunos trabajos en el barco. Eric, del Rainbow Voyager nos ayudó a instalar dos aparatos de aire acondicionado en la sala. Son aire acondicionado para uso residencial, así que sólo los podemos usar cuando estamos en la marina. Quizás sueno un poco malcriada, pero en este calor, quedándonos en la marina, donde no hay brisa ninguna, no es nada divertido. Los chicos tienen irritaciones en la piel y picazón por el calor abajo del cuello, en las axilas y por supuesto en la zona de los pañales. Así que el aire acondicionado, bueno, nos devolvió un poco la cordura. Después que nos ocupamos de eso, pasamos a otros proyectos: ventiladores, molinete, algo de trabajo de carpintería, colocamos una especie de red alternativa abajo del trampolín, algo de trabajo con los instrumentos. Todas las tardes nos íbamos a la piscina después de la siesta de Dio. A veces acompañados de Luna y Nicole. Yo me quedaba con el bebe, los días de calor lo metía al agua y Dio nadaba con Liz. Es tan entretenido verlo divertirse en el agua. Siempre le ha encantado tanto. Pero verlo nadar de verdad es fantástico. Claro que todavía precisa estar vigilado todo el tiempo y le hace falta mucha más práctica, pero ha empezado a nadar. No estoy segura, pero creo que yo no empecé a nadar hasta alrededor de los 4 años. Además mis padres tenían que arrastrarme a las clases.
Llevé a Dio al aeropuerto a recibir a Wences. Desayunamos en el restaurantito afuera del portón de llegadas. Después hicimos nuestra marcha del elefante (Ver El Libro de la Selva) para el encanto de los numerosos taxistas que estaban esperando al lado nuestro. Todos trataban de tocar a Dio como si fuera el más joven de los Beatles, o algo así. El sonreía y se escapaba justo hasta donde no lo podían alcanzar. Ya está hecho un flirt terrible.
Me encanta ver la expresión de Dio cuando ve a Wences llegar del avión. Es una alegría pura con tanto amor. Yo lloro todas las veces. Dio le sostiene la cara a Wences en sus manos y sonríe con asombro y amor. “¡PAPA! ¡Papá en el avión! ¡Papá vuelve pronto!” ¡Es tan divertido tener a Wences de vuelta!
Le dimos a dos días libres a Liz y David, para que pudieran descansar, estar lejos de nosotros, y darse unos buenos masajes tailandeses, que los preparasen para su próximo desafío: Cuatro días con Dio y Theo solos y sin supervisión. Sin otra ayuda que videos Baby Einstein y algunas películas de Disney.
BANGKOK
Wences y yo nos fuimos a Bangkok por cuatro días, solos. Wences anunció que se quería ir a algún lado por una semana, y por la mirada de huevo frito que me dio David, vi que estaba aterrorizado. Aunque aceptó atentamente el desafío, una semana me parecía demasiado tiempo. Cuatro días. Tres noches. ¡Yo estaba deseando QUEDARME DURMIENDO de mañana!
Por supuesto que nunca llegué a hacerlo. Organizamos tanta cosa para hacer en Bangkok, que lo más tarde que me levanté fue a las 7 el primer día. Los dos siguientes me levanté en mi horario habitual de las 6 de la mañana. Qué se le va a hacer. Dormir no es tan fantástico como dicen.
Nos encantó Bangkok. Aunque a pesar de todo lo que me interesa el budismo, debo admitir que los templos de Bangkok no me emocionaron demasiado. Fuimos al Palacio Real, el pez gordo, con el Buda Esmeralda (que no es para nada de esmeralda, sino de jade) que disfrutamos, pero no sentí la necesidad de ver más. Me impresionaba la cantidad de trabajo que llevó hacerlo y lo que debe costar mantenerlo. Millones de piezas de todo tipo de material que se extienden hacia los templos rodeados de muros. Mucho oro. Espero que a Buda le guste el oro, porque me imagino lo mortificados que estarían esos constructores de templos si se enteraran que Buda es más de la plata que del oro.
Mis padres nos mandaron un artículo de The New York Times sobre los lugares artísticos y con onda para ir en Bangkok, así que fuimos a ver qué tal eran. El artículo menciona Au Bon Pain en la Plaza Siam como el centro de la creatividad. Justo cuando empezábamos a espiar la conversación de la que parecía la mesa artística, (ya saben el look, laptops Mac, algunos chicos desaliñados aunque a la vez producidos gracias a una sutil coordinación de colores, lentes cancheros) nos dimos cuenta lo tarados que éramos. Las únicas palabras que conocemos en tailandés son Khawp khun Kha y Sa wat dii kha: gracias y buen día. Además nos arreglamos para decirlas mal siempre. La gente se ríe de mí cuando digo “Buen día”. Como no tengo idea, podría estar diciendo “Estoy constipada gracias a Buda”. Así que espiar las conversaciones no era una opción viable. Pero nos quedamos ahí sentados un rato, tomando café con hielo y haciendo como que sabíamos de qué hablaban. ¡Y estuvo bárbaro! Las cosas que nos imaginábamos que decían probablemente eran mucho más interesantes. En nuestra mente, eran la fuerza creativa que sostiene Bangkok. La próxima generación de revolucionarios. A veces no saber el idioma puede ser muchísimo más divertido que sentarse ahí, como quien no quiere la cosa, tratando de cazar suficientes palabras de una conversación en otro idioma como para tener alguna idea de lo que hablan los locales. Y dado que aprender tailandés parece, bueno, como una de esas cosas que lleva una vida, mejor vamos a fingir e inventar cosas.
Wences estaba en misión de compra de un chiche tecnológico (qué raro) así que fuimos a una parte del shopping donde venden los chiches tecnológicos, y lo único que se ve son kilómetros de gente haciendo cola para comprar estos chiches tecnológicos. De repente – y esto jamás me ha sucedido – me vino claustrofobia. No había ventanas, no había salidas que pudiésemos identificar, era todo cuestión de suerte. De repente tuve una necesidad imperiosa de salir. Necesitaba la luz del día como nunca la he precisado antes. No había aire, ni espacio. Precisaba salir. Así que salimos del shopping. Después de casi sofocarnos, decidimos concentrarnos en comer. Como la comida tailandesa parece ser la preferida de Wences y mía, decidimos hacer de nuestra estadía en Bangkok una aventura culinaria.
Nunca he visto tanta comida en venta en la calle. En Singapur tienen puestitos donde hay un montón de puestos de comida amontonados de una forma aparentemente aleatoria. En general hay alguna clase de lugar para sentarse, aunque es posible que tengas que esperar para sentarte y compartir la mesa con quien venga y se siente ahí a comer su almuerzo. En Bangkok tienen vendedores ambulantes con carritos fácilmente transportables que se instalan a vender comida junto al cordón de las calles de mucho o no tanto tráfico. La comida es tan buena y tan barata que aparentemente los tailandeses comen afuera a diario. Una mañana temprano salimos del hotel en busca de regalos de Navidad y encontramos más de una docena de escolares desayunando entre tres carritos diferentes junto al ferry. Uno vendía bebidas y fruta y los demás servían huevos, arroz frito, sopa tom yam, y otra cosa frita que no entendimos lo que era. Mientras esperábamos lugar para sentarnos, una mujer nos encontró dos sillas y las arrimó junto al carro de las bebidas, que usamos de mesa. Unos deliciosos cafés fríos con hielo y sopa tom yam. Los tailandeses, según la guía Lonely Planet, tampoco comen tres buenas comidas al día. Picotean mucho durante el día. Supongo que si tenés un montón de cosas para picar que son baratas y deliciosas y están disponibles en cada esquina, el picotear parecería una buena idea.
Wences y yo nos enamoramos de la sopa tom yam e intentamos convertirnos en cocineros amateurs de la sopa. Una tarea imposible porque la cocina tailandesa tiene tanto de improvisación que la sopa nunca tenía el mismo sabor. Cómo diablos iba a saber yo qué gusto debe tener supuestamente. Sólo sé cuando me gusta, que es siempre. Siempre tiene alguna clase de carne o pescado o galangal (una especie de jengibre fresco), chiles (en la comida tailandesa todo parece tener algo de picante) coriandro fresco, mini berenjenas tailandesas, hojas de lima kafir, limonaria y, no siempre, pero preferiblemente, una base de leche de coco. A veces también le meten albahaca y echalotes. El galangal y las hojas de lima kafir no se comen porque no se puede. Si pudiera, las comería, créanme. Y según cuántos pedazos tenga, puede ser que al terminar la sopa, si sos Wences, tengas gran parte del bowl de sopa lleno al terminar de comer. A veces yo los metía subrepticiamente en una servilleta o los apilaba al costado del bowl. Pero eso nunca funcionaba porque volvía a caer en la sopa y esta sopa es del tipo que uno quiere terminar. Todas esas hojas obstaculizan los intentos por inhalar las últimas gotas. Leímos en el Lonely Planet Food of Thailand que uno no debe terminar toda la comida del plato. No se considera buenos modales. Es como decir que tu anfitrión es agarrado y no está intentando saciar tu apetito, o peor aún, que lo intentó pero fracasó. Cuando me dicen que me ponga una camisa de manga larga para entrar a un templo, lo hago. Cuando me dicen que no me ponga sandalias, no me las pongo. Cuando me dicen que no use shorts, no los uso. Pero cuando me dicen que no me tome toda mi sopa tom yam, les digo que me dejen en paz y no se metan en lo que no es asunto de ellos. Supongo que no puedo internarme por completo en otra cultura. Sólo en la sopa.
Contratamos una guía del hotel para que nos llevara al mercado flotante, a unas dos horas afuera de Bangkok. Se llamaba Gina. Mejor dicho, su nombre “americano” era Gina. Su nombre tailandés era tan largo y complicado que ni siquiera lo intentamos. Obviamente no muchos farangs logran arreglárselas con el tailandés. Gina era una fuente inagotable de conocimiento. Nos llevó a una plantación de cocoteros en el camino, donde vimos cómo los empleados hacían los diferentes productos de coco. Mi favorito era el azúcar de coco o azúcar de palma. Algo que nunca había probado antes. Es un jarabe extraído de la flor del cocotero, con un gusto delicioso. La usaría en mi café todos los días si pudiera. La verdad no entiendo por qué la gente no la usa en el mundo entero. Los miramos hacer crema de coco, leche de coco, cuerda de la corteza, bowls y carteras de la cáscara. Básicamente usan todas las partes del coco.
Hicimos un paseo en bote por los canales que rodean el mercado flotante, donde vive la gente que trabaja en las plantaciones de cocoteros. GUAU. Viven en unas chozas sobre palafitos pegado a los canales. La mayoría de las chozas están un poco venidas a menos y tienen un aspecto deprimente, pero algunas tenían unos jardines bonitos y decoraciones singulares hechas de lo que sea que encontraban que resultase atractivo. Como hace tanto calor, sus casas son muy abiertas, a veces sin puertas o apenas unos agujeros en la pared que hacen las veces de ventanas. Mientras pasábamos a toda velocidad en nuestros botes extremadamente ruidosos y largos, podíamos ver el interior de los dormitorios, baños y cocinas de esta gente. Al principio yo estaba fascinada. Después noté que hacer contacto visual con esta gente parecía imposible. Siempre tengo el deseo de saludar y ver cómo un total extraño en otra tierra me sonríe y devuelve el saludo. Acá no. La verdad, por qué habrían de hacerlo. Han aprendido a ignorarnos. Imagínense la furia de docenas de cortadoras de césped pasando a mil por tu jardín, cortadora tras cortadora durante dos horas cada mañana de tu vida. Al principio probablemente balearías las cortadoras de césped. Pero siguen viniendo. Después pensarías en irte. ¿Pero a dónde te vas a ir? Tu familia está acá, tu trabajo está acá, no podés conseguir otro empleo, no hay otro lugar donde ir. Después encontrás una forma de aceptarlo, pero esto implica construir una pared invisible y de cierta forma silenciar el rugido ensordecedor. Me alegró que hiciera décadas que los turistas pasan por estos canales, así me salvé de la parte de la balacera, pero esta gente me dio lástima, con su ropa sucia en exhibición frente a todo el mundo.
El mercado en sí mismo fue un poco decepcionante. Es puramente para turistas. Pensamos que íbamos a lograr ver más comida, pero era mayormente fruta y cosas turísticas. Pero sí pudimos probar dos frutas nuevas, el mangostán, que Gina nos dijo los tailandeses llaman la fruta reina, y el durio. El durio parece generar gran alboroto, y honestamente, no veo por qué. Aparentemente tiene un olor tan fuerte y feo que los hoteles en todo Singapur y Tailandia tienen carteles y leyes que prohíben que la gente los ingrese al hotel. Supongo que los que comimos nosotros no olían tanto. El gusto era raro. Si uno puede imaginarse una fruta con gusto a flan. Era un poco fuerte, parecía el tipo de fruta que fría tiene que ser deliciosa, pero traerla al hotel y meterla en el minibar no era una opción posible. Gina nos dijo que los indonesios vienen a Tailandia a elegir los árboles de donde quieren su durio, y pagan mucho dinero por recibirlos cuando maduran. Qué locura. ¿Y cómo saben si el granjero no les mandó la fruta equivocada? Veo que tampoco voy a ser una aficionada del durio.
Yo soy terrible para en el regateo. Sé que es una habilidad que tengo que desarrollar, pero me resulta muy difícil. Vi un bolso de paja que me gustó mientras estaba caminando, pero no tenía dinero. Le pregunté a la mujer cuánto costaba, y me fui a preguntarle a Wences si podía comprarlo. Cuando Gina vio lo que la mujer había pedido, me dijo que le dijera a la mujer que le pagaba la mitad, y que si decía que no, que me olvidara del bolso. Gina es cosa seria. Así que hice justamente eso. Bueno, casi. Creo que le pagué 50 centavos más que la mitad. Por supuesto no lo conté a Gina ese pequeño detalle. Me encanta mi nuevo bolso, valió la pena los 50 centavos extra. Se ha convertido en nuestro bolso de playa.
Decidimos pedirle a Gina que nos llevara a Ayuthaya, una provincia a 86 kilómetros de Bangkok conocida por las ruinas de lo que fue la capital de Tailandia entre 1350 y 1767. En ese entonces Tailandia era parte de Siam, que se extendía hasta lo que hoy en día es Laos, Camboya y Myanmar. Como era un viaje de dos horas de tren, y nos íbamos de Bangkok ese mismo día, nos levantamos a las 6 de la mañana para tomar el primer tren.
Mientras esperábamos el tren un niño vino y se sentó al lado nuestro. Enseguida te dabas cuenta que este nene no tenía hogar. Empecé a pensar en qué forma podía ayudarlo, preguntándome qué formas debería consultar con Gina y Wences. Gina averiguó que era un huérfano de la zona más al norte de Tailandia. Se había aburrido de la escuela y no le gustaba vivir en el orfanato, así que decidió venir a Bangkok. Acababa de llegar en tren la noche anterior y había pasado toda la noche en la calle. Por la forma en que Gina le hablaba, se veía que la compasión no es un rasgo tailandés. Por lo menos no era un rasgo suyo. Ella pareció percibir mi sorpresa, y me dijo “Probablemente algún turista se compadeció de él y le dio el dinero para el boleto del tren. No deberían haberlo hecho. Debería estar yendo a la escuela en el norte. Tienen hogares para niños como él, pero a ellos no les gusta. Quieren ser libres. Pero la libertad no les da una educación ni trabajo. La libertad no le va a llenar la barriga. Cuanto antes lo aprenda, mejor para él”. De repente la gente como yo éramos responsables por los huérfanos que estaban donde no debían. Quizás tenía razón. No estoy en posición de juzgar. Pero era apenas un niño. Quizás tuviese 10 años. Y prefirió dormir en la calle a quedarse en el orfanato. Y después de dormir en la calle, igual no quería volver al orfanato. Ni siquiera sé lo que eso significa, pero me entristeció un poco saber que hay tantos chicos como éste deambulando por las calles.
En Ayuthaya vimos el palacio de verano del Rey y los tres templos. El palacio de verano del Rey era lindo, pero extraño. Los únicos edificios en estilo tailandés eran para los sirvientes. Todos los edificios principales eran de estilo europeo o chino. Uno parecía un chalet suizo, otro parecía francés, y el chino tenía tanto oro que bueno, me preguntaba si en esa época usaban anteojos de sol. Nos gustaron más los templos de Ayuthaya. Eran hermosos. Se caían a pedazos, las piedras fuera de lugar, pero eran monumentales. Nos enteramos que dos de ellos originalmente tenían muchísimos budas de oro por todos lados. Realmente por todos lados. Por donde miraras había plataformas de Budas vacías. Los burmeses los decapitaron todos y se llevaron el oro. Guau. Y eso que también son budistas. Supongo que en la guerra, como en el amor, todo vale. En Europa y Estados Unidos fue la misma cosa. Sin embargo, la ausencia del oro hacía que estos lugares me resultaran más sagrados. Lo más hermoso que vimos ese día fue la cabeza enorme tallada en piedra y decapitada del Buda que ahora se ha convertido en parte de una higuera india. De verdad parecía que el Buda era el génesis de todas las ramas del árbol. Colgaban a su alrededor, sosteniéndole la cabeza gentilmente.
A la vuelta nos sentamos frente a un tailandés mayor que tenía la cara más seria e impasible que había visto en mi vida. Interesado y apático al mismo tiempo, nos miraba un segundo y después desviaba la mirada. En un momento dado el tren paró y había mucha gente reunida junto a la vía. Le preguntó algo a uno de ellos y la mujer señaló algo más adelante. El hombre se levantó y miró a ver lo que señalaba la mujer. Un minuto después pasamos parte de una motocicleta, retorcida y estrellada. Unos cien metros después, otra parte de la moto. Unos segundos después vimos a una niña, cabeza abajo entre unos yuyos crecidos, inmóvil, con un grupo de gente a su alrededor mientras alguien comenzaba a cortarle la chaqueta. A unos 12 metros de distancia. Yo deseaba que el tren fuese más rápido. No quería ver más. Le agarré la mano a Wences, súbitamente agradecida por todo y asustada por todo al mismo tiempo. El tailandés me miró y se encogió de hombres, como diciendo, qué esperás. Ver una chica muerta al lado del camino no era parte de mi paquete turístico. La vida en Tailandia te encuentra, lo quieras o no. De repente entendí algo sobre este hombre de rostro impasible sentado frente a mí, que sacaba pajas secas de su pelo. No esperes nada y aprende a aceptar lo que te suceda. La vida es lo que es. En Tailandia no son muchos los que pretenden que es algo diferente.
Mientras estábamos en Bangkok Wences y yo caminamos durante un tiempo que pareció eterno, hasta una escuela de masajes tailandeses. Para cuando llegamos, sentía que me merecía cinco masajes. Me dieron una bata y me dijeron que me cambiara atrás de una cortina. Seguí a una chica a un cuarto oscuro con unas diez camas colocadas en hilera Otras cinco mujeres estaban recibiendo masajes. El masaje tailandés es muy diferente del sueco, o de tejido profundo, o del balinés, o de cualquier otro masaje que haya recibido. Al trabajarte el cuerpo usan todo su cuerpo, codos, pies, rodillas, no sólo las manos. También te estiran un poco al mismo tiempo. Esto no era ningún spa con CD de música de flauta acompañado por el gorgoteo del agua que cae y pájaros que gorjean, con una mesa especial para masajes, el cuarto a temperatura ideal, agradables fragancias que se deslizan discretamente por la habitación mientras esperas luciendo una bata sofisticada. Todas las masajistas tailandesas estaban vestidas con pantalones y camisetas negras, charloteaban sin parar, bromeando entre sí, a las risas. Como no teníamos idea, podían estar haciendo bromas sobre lo tensas que estábamos, o algo peor. No había aire acondicionado, estábamos todas transpirando, el olor era el olor de la señora que tuvieras al lado, pero fue el mejor masaje de mi vida. Me masajeó a fondo, pero en una forma buena. Sabía dónde había sufrido lesiones, dónde estaba tensa. Me dio un discurso por no hacer estiramiento y ejercicio. Estuvo perfecta.
El día después de volver de Bangkok nos fuimos de la marina. Era tan lindo estar navegando de vuelta. Ehh, bueno, a motor, aunque sea. Tailandia es tan hermosa. Tantas islas. Siento como que podríamos quedarnos ahí durante años y no llegar a ver todo.
Desde el nacimiento de Theo he estado muy alejada de la navegación propiamente dicha del Simpática. Simplemente trato de mantener a los varones cuerdos y ocupados, y de que sobre algo de cordura para mí. Ha sido lindo viajar por Tailandia porque hemos estado haciendo paseos navegando a vela por el día, de una isla a la otra, lo que facilita mucho las cosas para todos. Dio no tiene problema si el tiempo le permite un baño en su piscina en la cubierta del frente, pero cuando llueve es un poco difícil mantenerlos ocupados durante horas en el barco. En los pasajes más largos le asignaba algo de tiempo con Dio a Liz, David y Wences, así podía alimentar al bebe y no preocuparme si Dio se está metiendo en cosas que no debe, como colorear la parte de afuera del barco con un marcador indeleble, o desparramar talco por todo el cuarto de los nenes, o ir al baño en el trampolín, que antes era una actividad favorita suya, o tomar un baño en la pileta de la cocina, y la lista continúa… Por lo menos es creativo en materia de los desastres que arma. Bueno, eso es lo que vivo diciéndome a mi misma.
LAS ISLAS SIMILAN
Yo no había leído nada sobre las islas Similan antes de ir, así que cuando finalmente pude mirar dónde estábamos, quedé muy impresionada. Había una playa hermosa bordeada de palmeras y matorrales densos. No había gente. Parecía la definición de isla paradisíaca. Cuando llegamos a la playa con Dio vimos que había un hombre de mediana edad, armando una hamaca en los árboles a la sombra. Hicimos castillos de arena en la sombra al lado suyo. El sol acá puede chuparte toda la energía en muy poco tiempo. De repente aparecieron dos chicos de entre los matorrales. Deben haber tenido entre seis y ocho años. Al principio no le prestaron mucha atención a Dio. Esto parecía confundir a Dio. Desde que llegamos a Indonesia, se acostumbró a que lo reciban como estrella de cine. Así que fue hasta donde estaban los niños, con sus short de tiburoncitos, su pomada contra las erupciones, y su gorro de windsurf Billabong (son como gorros de béisbol pero con una cinta que pasa por abajo del mentón, para que no se le salga en el barco ni en el agua). Dio se les paró enfrente, con los brazos a sus lados, como diciendo, HA LLEGADO EL DIO. Se llama a sí mismo El Dio, como si fuese una especie de movimiento o algo así. A veces de mañana cuando se levanta antes de que yo pueda agarrarlo, baja la escalera a nuestro casco y dice “¡Viene El Dio!” Como si fuera un milagro increíble que sucediese algo tan fantástico como que sus pies desciendan por nuestra escalera. Qué personaje, El Dio. Bueno, ¿quién va a aguantar la risa ante una exhibición de alegría tan obvia? En cuestión de momentos Dio y sus nuevos amigos tailandeses corrían por el agua, hacían castillos de arena que Dio de inmediato destruía y después salía corriendo y chillando, fascinado con su propia picardía. Los nenes lo corrían, lo dejaban escaparse, jugaban en el agua con él, escupían la arena que él les tiraba. Mientras observaba a mi loquito a los saltos y gritos por las olas, me preguntaba si alguna vez será tranquilo y dulce como esos niños mayores. Seguí soñando, dijo Wences.
El esnorquel estuvo bastante bueno y aunque el fondeadero estaba un poco agitado, en el Simpática lo pasamos bien. No pudimos dejar de percibir que todos los demás barcos que estaban en el fondeadero se fueron en cuanto llegamos. Monocascos. Nuestra vida sería tan diferente con un sólo casco. Gracias a dios que yo a veces puedo ser una mujer difícil y que no estamos navegando en el primer barco que Wences me mostró. Todavía no estoy segura de que hubiésemos llegado hasta acá. Los barcos monocascos están siempre en busca de un fondeadero quieto, sin ondulaciones y movimientos Pero Simpática es mucho más estable, lo que nos da muchas más opciones.
Cuando Dio se levantó de la siesta intentamos ir a caminar. Después de unos minutos de un lindo camino que subía y bajaba por unas colinas, la caminata rápidamente se transformó en grandes extensiones de escalada difícil por un camino tan escarpado, que hubo que hacer una cuerda para ayudar aquellos de nosotros que no fuésemos cabras montañeses. Después nos atacaron los mosquitos. Me encontré dándole palmadas en la cabeza al pobre bebé para ahuyentar a los mosquitos, que le aterrizaban encima, de a cuatro. Me daba escalofríos pensar en lo que estaría pasando con sus piernitas regordetas. Para consternación de Wences, cancelé la caminata familiar y en su lugar opté por pasar un rato en la playa. Fuimos caminando hasta el otro lado de la isla, impresionados con lo bien organizado que está el turismo acá. Había docenas de carpas en hilera no lejos de la playa, un pequeño restaurante al abrigo de los árboles. Vimos por lo menos una docena de empleados que merodeaban, arreglando cosas, cocinando, limpiando, etc. Había unos 10 turistas en la playa, Europeos que parecían estar absorbiendo los últimos rayos de sol. Por qué es que en los tiempos en que vivimos hay gente que sigue quemándose dolorosamente por todo el cuerpo, nunca entenderé. Pero toda esa gente parece venir a Tailandia.
Al día siguiente Wences y yo nos fuimos a hacer esnorquel de mañana. Era fantástico estar nuevamente en aguas transparentes, con pequeños arrecifes de coral por todos lados. Nada espectacular, pero suficiente para mantenerte interesado y debajo del agua durante un rato. Wences y yo decidimos terminar la caminata que habíamos empezado el día anterior, pero esta vez con un repelente de insectos poderoso. Saqué el más fuerte que tengo, que todavía no había usado. Llegamos a la cima del sendero después de una media hora de terreno bastante escarpado. Había una linda roca a la que te podías trepar al llegar a la cima, con vista a toda la isla. Era bonito. Me estaba sintiendo muy satisfecha de mí misma por llegar a la cima a una velocidad bastante buena. Estaba un poco sin aliento, pero contenta. Al regreso, me presioné a mí misma para mantenerme cerca de Wences. No quería que tuviera que esperarme. Después de un rato, me percaté que no estábamos más caminando por el sendero. Más bien, parecía que estábamos caminando en plena jungla. Ese caminito tan lindo con la cuerda para ayudar a la gente normal como yo brillaba por su ausencia. “¿Nos salimos del sendero?” pregunté, pensando que debía haber sido un accidente inesperado que había sucedido hacía cuestión de momentos. “Decidí hacer el regreso un poco más interesante” dijo Wences, sonriendo por encima de su hombro, esa sonrisa tan encantadora, súper encantadora porque por detrás hay temor. Temor de haber ido demasiado lejos, haber hablado de más, haber hecho algo malo. Por supuesto que lo ha hecho. Paré y miré hacia atrás, esperando ver algo que se pareciera al orden que sugiriera un sendero, pero nada, sólo rama tras rama de espinas, densos arbustos, rocas enormes y telarañas. Sí. Telarañas. No hablo de la agradable araña Charlotte del cuento de niños, sino de una araña gigantesca, amarilla, verde, naranja y roja con una patas largas y peludas que parecen cuchillos de acero, esperando en sus telarañas, que abarcan dos metros y medio desde el aire al piso. Miré la nuca de Wences, mientras él felizmente embestía a través un matorral de zarzamora. Caí presa del pánico. Estaba de sandalias, una camiseta sin mangas, shorts y sin sombrero. Dios mío, es como que estuviera desnuda, pensé. Tanta piel para rasguñar y picar por lo que sólo podían ser arañas mortalmente venenosas y mosquitos transmisores de dengue. Estábamos fritos. Perdidos en la selva, comidos por las arañas y los mosquitos. Dios mío. No estaba segura de qué era peor, la muerte por una zambullida a las espinas o un coma inducido por una araña. Las arañas empezaron a tornarse atractivas. Estaba tan enloquecida que lo único que pude decir, con voz seria, fue “¡ESTO NO ES DIVERTIDO!” Escuché la risa de Wences que iba más adelante. Mi Dios. Por más furiosa que estuviese por no haber sido consultada antes de que nuestra agradable caminata se convirtiese en la alocada travesía de GI Joe y Jane a machetazo limpio por la selva, lo único que podría ser peor sería si me perdiese. No tengo, ni nunca he tenido, sentido de orientación. Nunca lo tendré. Además, siempre me estoy perdiendo. Es un chiste constante en mi familia. Me dicen que piense en qué dirección CREO que debería ir, y que tome la dirección opuesta. Empecé a correr a través de los arbustos para alcanzar a Wences. De repente quedé atrapada en un manto de espinas, mientras me picaban unas hormigas coloradas. Me miré los pies. Estaban sangrando. Y cubiertos por esas asquerosas hormigas que me picaban. Wences me ayudó a desespinarme. Creo que en algún momento dado pegué un aullido. No hay palabras para expresar mi frustración. La selva estaba convirtiéndome en un animal.
Una hora más tarde, sangrando, con las colas cubiertas de barro de las diversas caídas y deslizamientos por los precipicios, logramos llegar de vuelta a la civilización, gateando a través de un agua muy desagradable. Wences se reía y reía, resoplaba, después se reía. Unos meses más tarde, lo llamamos nuestra “Experiencia de Casi Divorcio”, ahora que logramos llegar al otro lado de esa jungla, es un momento cómico. Yo prometí que en el futuro no iba a entrar en pánico, él prometió consultarme antes de embarcarnos en expediciones de espionaje por la selva. Por lo menos así podría estar preparada, u optar por no participar en la operación encubierta antes de que fuera demasiado tarde.
RUMBO A MYANMAR
Llegamos la primera de las islas Surin al atardecer. Después de un día de navegar estábamos todos listos para una noche de descanso. A la mañana siguiente Liz y David llevaron a Dio a la playa mientras yo limpiaba el cuarto de los nenes y nuestro baño. Después que Dio almorzó y se fue a dormir su siesta, Wences y yo salimos en busca de un buen punto para hacer esnorquel. Era un día gris, y estaba lloviznando. Buscamos un buen lugar durante una hora o algo así hasta que nos dimos cuenta que el mejor punto no quedaba lejos de nuestro amarradero. Aunque era un día gris, vi algunos de los corales más hermosos que he visto en mi vida. No podía dejar de preguntarme cuánto más increíble hubiera sido si hubiésemos tenido un poquito de sol. Perseguí todo tipo de peces, intentando sacar buenas fotos con nuestro nuevo estuche para la cámara para sacar fotos abajo del agua. Es tan divertido sacar fotos abajo del agua. Podría pasar un día entero persiguiendo los peces. Por lo menos hasta que me viene mucho frío. De todas formas, vi una langosta que se escondía en una cuevita de coral, y se lo mostré a Wences. Un gran error. Estábamos en un Parque Natural. No se puede meter a Wences en un parque natural, donde no se permite matar peces, y después mostrarle una langosta. Debería haberme guardado el avistamiento. Se pasó media hora tratando de hacer salir a la langosta. Quién sabe cuánto coral mató. Se destrozó las manos. Igual no consiguió llegar a la langosta. Creo que todavía tiene pesadillas con esa langosta, la enorme langosta que no logró capturar. Mi cazador-recolector.
Hoy nos fuimos de mañana temprano. El viento soplaba en ráfagas de más de 20 nudos. El mar estaba picado y nos dirigíamos de frente hacia el viento. De inmediato me puse el relojito eléctrico que envía pulsos eléctricos a la muñeca y mágicamente evita que me maree. Tras alrededor de una hora de sufrimiento, Wences decidió cambiar de planes. Iríamos más al sur primero, para poder hacer una bordada y no dirigirnos directo hacia el viento. Cuánta diferencia hacen unos pocos grados. De mañana era un día muy gris y cubierto, con olas cortas y picadas y de tarde salió el sol y las olas se calmaron.
Llegamos a Koh Phayam a las 3 y media de la tarde y enseguida nos metimos en el gomón para ir a la playa. Totalmente por accidente habíamos llegado a uno de los fondeaderos más lindos que hemos encontrado en todo el viaje. Una bahía hermosa con una playa de unos 3 kilómetros, una especie de pequeño hotel con unos pocos bungalows, algunos restaurantes y bares al aire libre y unas familias de hippies franceses con sus niños en la playa. Wences fue a buscar unos tragos y volvió con unos baldecitos llenos de café frío y una mezcolanza alcohólica local. Más bien tirando a fuerte y extraña. Pasamos unas horas en la playa. Liz y David dibujaron un enorme helicóptero en la arena para Dio y yo lo llevé a Dio a las diminutas olitas y empecé a enseñarle cómo zambullirse a través de la ola. En un momento dado pensé que quizás estuviese empujándolo a hacer algo que no quería hacer, pero cuando le vi la cara al salir al otro lado de una ola, me di cuenta de lo que se estaba divirtiendo. Si viviésemos unos pocos años más en este barco, no hay duda de que se convertiría en playero total. Le encanta el agua. Estoy deseando poder llevarlo a hacer esnorquel.
Nos dio pena irnos de Koh Phayam. Teníamos que salir de Tailandia ese día para renovar las visas.
MYANMAR / BURMA
Parece que mucha gente que vive en Tailandia tiene que hacer la cuestión de la visa en forma habitual. Los Burmeses lo han convertido en algo fácil y divertido. El Andaman Club es un lugar que organiza el viaje de la visa desde Ranong. Te presentás en su propiedad junto al mar, desde donde se ve Myanmar al otro lado del agua, llenás unos papeles, te subís a un ferry con otras treinta personas que te lleva al otro lado del río, y después te subís a un colectivo y llegás a lo que parece ser el cielo, con vista a Tailandia. Es una península elevada, verde, abierta, hermosa. Un gran club, completo con casino, golf, buffet burmés de tenedor libre, y muchas tiendas Duty Free. Comimos un almuerzo delicioso, los nenes se portaron muy bien. Dio incluso se hizo amigo de un niño al que se le vivían cayendo los shorts cuando corría, dejándole la cola al aire. Dio empezó a coquetear con las mujeres que trabajaban en el club, y en un abrir y cerrar de ojos, Theodore ya no estaba más en mis brazos, y lo estaban pasando de una mujer a la otra. Yo miraba ansiosa mientras Theo se alejaba cada vez más de mis brazos. Decir que no parecía una opción inviable al momento de renovar la visa, y ellas lo sabían.
Después que volvimos a Ranong, compré algo de frutas y verduras. Es tan divertido ir a las ferias al aire libre. Me quedé en el taxi mientras Theodore finalmente dormía una siesta y Liz y David compraban toda clase de verduras y frutas deliciosas, incluyendo un gran jack-fruit, que a partir de Singapur se ha convertido en una de nuestras frutas preferidas. Podría comer jack-fruit todos los días sin problema alguno. Es una fruta de aspecto increíble. Afuera es enorme, verde, de textura desigual, redondeada, bueno, para ser fruta es medio desagradable. Pero cuando uno lo corta y lo abre, se encuentra con cientos de células amarillas con un sabor tan delicioso y singular. No son crocantes, sino pastosos, a no ser que estén pasados de maduros. En el centro tienen un hermoso carozo que parece un buen pedazo de madera. Con todo lo que nos gusta la fruta, ésa no la podíamos comer a tiempo. En cuestión de días gran parte estaba pasada. Yo trataba de rescatarlo por medio de unas extrañas mezcolanzas licuadas, pero sólo le gustaban a Dio. Eso no es buena señal. Dio es una especie de ducto humano para la basura. Como lo que sea que le den. Si él no come algo, bueno, ahí sabés que es TERRIBLE.
Al día siguiente volvimos a Koh Phayam. Qué lugar tan especial. Podría quedarme ahí meses. Una noche fuimos al Rasta Baby Reggae Bar con Liz, David y los varones. Al principio nos preocupaba que no tuviesen suficiente comida para nosotros. Resultó ser que no tenían comida cuando llegamos, pero desaparecieron en sus motocicletas y volvieron con montones de comida. El Rasta Baby Reggae Bar es el bar con más onda al que he ido. Creo. Decididamente entre los 10 mejores. Es todo al aire libre. Con unas pocas áreas cubiertas, pero sin paredes. Tienen toda clase de rinconcitos acogedores con unos almohadones súper cómodos. La música era una mezcla fantástica de reggae, en su mayor parte estilo roots, que me encanta. Los dueños eran un par de tailandeses que parecen ser rastas. Nunca han estado en Jamaica, pero saben más sobre el país que la mayoría de los jamaiquinos. Tienen el pelo en dreadlocks, tienen ese aire bohemio y hippie, y son extremadamente cálidos y amistosos. También parecen hacer las cosas en horario jamaiquino. LENTAMENTE. No vayan al Rasta Baby Reggae Bar si están muriéndose de hambre porque es posible que se mueran antes de que llegue la comida. Pero van a morir escuchando una música fantástica. Dio daba vueltas y vueltas en su bicicleta alrededor del bar, coqueteando a la única clienta mujer. Después de unos cuantos baldes de Jack Daniels y Coca Cola (acá les gusta servir los tragos en unos baldecitos, supongo que para estimular el beber en grupo) y lo que parecieron ser días, en nuestra mesa aparecieron unos calamares a la parrilla con arroz y verduras. Estaba tan bueno que nos comimos hasta la última miga.
Al día siguiente conocimos a Yuri en el hotel sobre la playa de los cocoteros. Otro lugar buenísimo. Es israelí, aunque ahora hace más de 10 años que vive en la isla. Un tipo agradable. Disfrutamos una cena deliciosa ahí también. Este lugar parece ser el centro social de la isla. Yuri nos contó cómo había sido durante el tsunami. No afectó tanto como en otras partes de Tailandia, pero igual, la mayoría de la gente se fue. El se quedó a hacer arreglos y reconstruir.
Al día siguiente Wences y yo alquilamos dos motonetas para explorar la isla. David y Liz habían salido de día libre y nos lo sugirieron. Después de la experiencia de casi divorcio en la jungla, decidí que en lugar de ir en el asiento trasero de la moto de Wences, iba a alquilar una para mí. Así podía ir a mi ritmo y no pasar la mitad del día aterrorizada pensando que podría morirme en cualquier momento por salir volando por un acantilado a máxima velocidad. Mientras nos alejábamos despacito del hotel de la playa de los cocoteros, yo seguía esperando el empalme con la carretera principal. Después de parar varias veces para pedir instrucciones, nos dimos cuenta que estábamos en la carretera principal. Bueno, llamarla carretera sería demasiado generoso. Era más bien como ese espacio que queda entre la calle y el cordón. No sé como se llama, pero no es para nada amplio. Y yo, con mis manos temblorosas, mi patética destreza para andar en moto, bueno, súbitamente comencé a preguntarme si no estaría mejor en la moto de Wences. No, no me voy a entregar, me dije. ¡Qué me ha sucedido! Cuando era joven era un marimacho imparable que siempre estaba intentando ganarle a los varones en lo que fuera que estuviesen haciendo, y de hecho, muchas veces tenía éxito. Por lo menos hasta los catorce más o menos. ¿Sería que gradualmente iba a tornarme más y más temerosa de la vida hasta dejar de vivir? ¿Dejar de arriesgarme, dejar de intentar subir y bajar por caminos de tierra en motoneta? ¡No! Iba a hacerle frente a mis temores y llegar a donde diablos quisiera en esta isla con esta moto.
Después de un hermoso recorrido de diez minutos subiendo y bajando colinas cubiertas de árboles y arbustos llegamos al “pueblo”. El pueblo consiste de una cuadra pavimentada, algunos restaurantes, una tienda de ramos generales, y no mucho más. En todo Koh Payam no había autos. De todas formas no conseguirían andar por ninguna de las carreteras. Desayunamos en uno de los restaurantes, Tom yam, por supuesto. Después salimos a hacer más exploración. Justo cuando tenía la sensación de que estaba dominando la moto, la calidad del camino empeoró sensiblemente. Era una arena roja y seca que se desmoronaba. Mientras subía por una colina grande y ondulante me fue bien, pero a la vuelta, no estoy segura qué pasó, pero después de un breve instante en el aire (lo llamo mi vuelta carnero improvisada) me encontré sepultada bajo la moto. Por un instante me asusté, no sentía nada. Eso es lo que siempre dicen en los libros cuando pasa algo realmente malo, un hueso roto, una experiencia cercana a la muerte. Pensé que debía quedarme ahí un rato sin moverme hasta poder sentir algo. Sentía un ardor en el pie y el hombro. Por lo menos no estaba muerta. Después de un rato Wences se dio cuenta que ya no lo seguían, así que volvió a buscarme y me encontró. Estaba sangrando en varios lugares, nada serio, pero decididamente me dolía. Así que me di cuenta que yo era más peligrosa al volante que Wences. Wences me llevó a un hermoso restaurante y posada junto al mar, donde alquilamos una cabañita con vista al océano. Me di una larga ducha, lavé todas las heridas y el polvo, y me dormí una gloriosa siesta en la mitad del día. Qué escandaloso.
DE VUELTA EN PHUKET
Dio ha desarrollado una nueva forma de hacer reír a mamá. Para ser alguien que nunca jamás ha visto a Yoda, hace una imitación perfecta de la voz de Yoda, el personaje de La Guerra de las Galaxias. Una noche, mientras estaba acostada dándole de mamar a Theodore, con las luces apagadas tratando de mantenerme completamente callada para que Dio se olvidara de que estaba ahí y se quedara dormido, Dio empezó a hablar. Es tan tierno cuando empieza a hablar consigo mismo de noche. Parece como si estuviera haciendo los grandes éxitos de Dio de ese día. “¡Dio en el agua! ¡Síí! ¡Tiburón en el agua! ¡No! ¡Pez gaaande en el agua! ¡Síí!” De repente, de la nada, empieza a hablar como Yoda. “¿Grejitos (cangrejos) en la playa? ¡Síí! ¿Dio en la playa? ¿Dio en el agua?” Yo me aguanté la respiración esperando que dejara de hacer esa voz para que yo no explotara de risa. Pero no lo hizo. Después de unos segundos más de Yoda en la playa, perdí el control, y me empecé a reír, ahí se empezó a reír el bebe, después Dio. Al darse cuenta de que Yoda era un éxito enorme, siguió dándole. Todos nos reímos tanto, salí rodando del cuarto para calmarme un poco. Los escuché que seguían unos minutos más, antes de quedarse dormidos. Creo que ahora les encanta estar en el cuarto juntos.
Fuimos a inspeccionar el lugar donde se iba a quedar mi padre, creyendo que podríamos encontrarle un lugar más agradable, más cerca. Pero el Laguna Beach Resort resultó ser perfecto. Estábamos parados en el lobby, esperando para hacerle unas preguntas al conserje, cuando de repente, apareció un elefante zarandeándose por el lobby. No quiero decir un hombre vestido de elefante, sino UN ELEFANTE EN EL LOBBY. Los niños se le acercaban a darle bananas, y hombres de traje hacían fila para tocarla. La Elefanta Anna causó toda una conmoción. Me enteré por el conserje que Anna hace dos presentaciones diarias en el hotel, una vez de mañana y otra vez de tarde. Dios mío, ¿podemos mudarnos para acá? El conserje me miraba como si estuviera drogada. Supongo que si ves un elefante todos los días la novedad pasa. Pero para nosotros, los elefantes son tan especiales. Observé mientras la colita de elefante de Anna salía balanceándose del lobby, pasando por el área de la piscina, mientras docenas de niños salían corriendo de la piscina, hacia Anna. Sólo le prestaba atención a los niños que traían bananas, así que todos se fueron corriendo al buffet y empezaron a robar bananas de la mesa. Su entrenador (creo que los llaman Mahout o algo así, lo siento pero estoy en el medio del mar sin Internet y todas las guías Lonely Planet fueron enviadas a Chile por mi marido, tan consciente del peso del barco) sacó algunas bananas de una bolsa y empezó a dárselas a los niños más chicos que hacían cola para tocar a la elefanta.
Fuimos caminando a la playa del hotel de mi padre y encontramos otro bar de reggae con otro tailandés con peinado rasta. Resulta que es amigo de los chicos del Rasta Baby Bar de Koh Payam. Supongo que los rastas tailandeses andan juntos. Su bar parecía estar en bastante buena forma, así que le preguntamos si había sido afectado por el tsunami. Sacó un artículo laminado que habían escrito sobre él, su familia y el bar después del tsunami. Cómo su novia estaba embarazada y habían perdido todo. Todo se fue mar adentro, dijo. Eso fue todo lo que pudo decir, me pasó el artículo para explicarme aquello sobre lo que no podía hablar más, no quería recordar, aunque aquí todo el mundo sigue mirando al mar, dicen, y recordando ese día, cómo el agua desapareció y después vino una pared de agua y se llevó todo.
Esa tarde anclamos frente a lo que parecía un hotel rústico pero agradable llamado el Nui Bay resort. Habíamos dejado a Liz y David en el hotel de mi padre más temprano para que pudieran tomar su día libre. Wences, los varones y yo pasamos una tarde de relax, descansando en el barco, disfrutando del paisaje de la pequeña cala frente nuestro. Cuando estábamos cenando, Liz y David llamaron, estaban teniendo dificultad en encontrarnos. Wences le explicó al taxista dónde estábamos, pero diez minutos más tarde el teléfono volvió a sonar. Aparentemente el camino simplemente terminaba. Estaba oscuro y parecía demasiado oscuro y lejos para que Liz y David vinieran a pie desde donde estaban hasta el hotel. Wences fue a tierra a ver si podía conseguir ayuda de alguien en el hotel. Tras pasar más de una hora desde que se había ido, empecé a preocuparme. Momentos más tarde escuché un gomón que volvía al barco. Qué bueno, pensé. Esperó a Liz y a David y ahora están todos de vuelta. Pero Wences volvió al barco solo. Con una expresión en la cara que no le reconocí. “Bella, creo que deberíamos mover el barco”. Le pregunté qué había pasado. De repente me di cuenta que estaba aterrorizado. “Había un tipo con una escopeta”. Eso fue todo lo que precisaba oír. Empecé a levantar el ancla, mientras Wences seguía mirando por encima de su hombro hacia el hotel, con miedo en su mirada. Unos momentos más tarde vimos una linterna en el agua afuera del hotel. Wences encendió los dos motores y en momentos estábamos fuera de esa cala, inmediatamente en una zona más poblada y fuera de vista del hotel. Wences mantuvo los motores a toda potencia hasta que llegamos a la playa Kata. Cuando llegamos me contó que había estado intentando convencer a uno de los empleados de llevar su camioneta 4×4 a buscar a Liz y David, cuando apareció un tipo con un cachorro de oso. Bueno, eso era extraño, pero pasaba. Unos minutos más tarde apareció un guardia con una escopeta con balas colgadas por todo el torso. Le dijo a Wences que era hora de irse y lo empujó con el caño de la escopeta. Todo el tiempo mientras Wences iba caminando al gomón sentía la escopeta en su espalda, y por unos momentos en su vida, se sintió aterrorizado. Dice que todos fumaban sin parar y actuaban en forma extraña. Parece ser que el crank ha hecho estragos en Tailandia. Es barato y fácil de conseguir. Se fabrica en Burma, y se trae de contrabando a Tailandia. Quizás estaban todos drogados con crank. Quién sabe lo que estaba pasando. Yo sólo estaba contenta de salir de ahí y de que Liz y David pudieran convencer a su conductor de taxi tuk tuk de que los llevara a otro lado a encontrarse con nosotros.
Wences había estado hablando de afeitarse la cabeza durante más de un año. Siempre he preferido el pelo de Wences justo cuando está empezando a ponerse fuera de control, o, si mirás las fotos del principio del viaje, cuando estaba largo y lujoso. Como Wences me ha dicho muchas veces que no me corte el pelo, cada vez que él empezaba a hablar de pelarse, yo amenazaba con pelarme con él. Qué interesante sería eso. En lugar de salida de baño para él y para ella, tendríamos cabezas rapadas para él y para ella. En cierta forma lleva el significado de estar juntos a otro nivel. Bueno, no sé qué pasó, pero un día a mediados de diciembre, Wences desapareció con una bolsa llena de artículos de tocador junto a la ducha exterior en la parte trasera del barco. Cuando le pregunté si iba a nadar, sonrió pícaramente y simplemente dijo “NO”. No le di mucha importancia hasta que escuché a David y Liz que conversaban sobre “cortárselo TODO”. Ahí me di cuenta. Fui corriendo al fondo del barco con la esperanza de agarrarlo a tiempo. Pero fue demasiado tarde. Una hora después Wences apareció, un hombre cambiado. Completamente calvo. Con un aspecto tan cómico. No sólo porque estaba pelado, sino porque también estaba bronceado por todos lados menos en su nueva pelada. Pensé que para mí no podía estar más gracioso, hasta que se quemó la cabeza. Y después las largas tiras de piel de víbora que flotaban en la brisa sobre su cabeza eran de llorar de risa. Ahora, un mes después, debo admitir que aunque aún prefiero su cabello largo y lujoso, para ser un pelado se ve bien.
22 de diciembre
Mi padre, Dennis, y el hermano de Wences, Ezequiel, vinieron de Los Angeles cargados con muchos regalos de navidad para nosotros y pertrechos para el Simpática y el Rainbow. Dennis le regaló a Wences una bicicleta que resultó ser más bien un chasco que una bicicleta. Era imposible andar en ella. La rueda delantera era diminuta, y la trasera era grande, como esas bicicletas delirantes de los circos de antaño. Wences y Ezequiel intentaron aprender a usarlas durante unas horas, sin suerte. Se chocaban contra barcos, casi caían al agua, era como mirar una película de los hermanos Marx. No pude dejar de percibir la pícara sonrisa de Dennis. Ah, esta la estaba disfrutando. Después de más de 24 horas de intentar andar en la bicicleta, Ezequiel y Wences decidieron desarmarla y volver a armarla. En general eso significa una muerte segura para el objeto en cuestión. Pero una hora más tarde estaban andando en esa bicicleta como si lo hubieran hecho durante años. Resulta que Dennis la había armado mal, quizás a propósito. A Wences le encantó. Tanto que no quiso mantenerla en el barco. Quería que Dennis y Ezequiel se la llevasen de vuelta a Estados Unidos hasta que terminemos el viaje. Sabíamos por la forma que Dennis levantó la ceja que ESO no iba a suceder. La familia de Wences está acostumbrada a acarrear cargamentos de cosas a través del mundo entero para sus parientes. Supongo que las cosas no siempre llegan a salvo por correo a Argentina y a menudo hay que pagar demasiado para sacarlas de aduanas. Después de experimentar esa frustración en Tailandia, entiendo por qué es tanto más agradable mandar las cosas con alguien que conocés, en lugar de preguntarte durante semanas si tu paquete llegará algún día a destino, y si lo hace, cuánto van a tener que pagar para recibirlo. Pero también entendí la perspectiva de Dennis. Cuando alguien te regala una bicicleta, no le agradeces por traerla hasta Tailandia diciendo ahora me la podés llevar de vuelta a Los Angeles y yo la levanto en un par de años. Dennis se plantó. Resultó que podíamos mandarla de vuelta a Estados Unidos por un precio bastante razonable.
El hotel de Dennis quedaba a 20 minutos de nuestra marina. Lo dejamos ahí y nos volvimos al barco con Ezequiel. Aunque al principio Ezequiel estuvo un rato en shock por el nuevo look de Wences, supongo que le gustó, porque dos horas después de llegar, volvió de la ducha completamente rapado. ¡Qué pasa con estos muchachos! Pero quedaban simpáticos, los Hermanos Pelados. Y después que Ezequiel se quemó su piel virgen y desescamó la piel de lagarto por todo el barco, también le quedó bien.
23 de diciembre
Ezequiel decidió aprovechar el tiempo que íbamos a pasar en Phuket para tomar un curso de buceo. Se iba temprano de mañana y volvía de tarde, quemado por el sol pero contento. También sacó algunas fotos fantásticas abajo del agua. Wences estaba contento de tener a alguien que usase su compresor de buceo aparte de él. Yo no creo poder encarar todo eso, si viene un tiburón te tenés que quedar en el agua y graduar el tiempo de tu ascenso según la relación de tu cosa de las burbujitas. Yo estoy contenta con el esnorquel. Pero estuvo bárbaro que Wences y Ezequiel pudieran hacer eso juntos.
Tuve tres horas y media para hacer todas las compras de Navidad. Lo único que puedo decir es gracias a Dios por los shoppings. Me tomé dos tazas de café para prepararme, ¡y salí corriendo!
Esa noche cenamos con Dennis en el hotel Laguna Beach. Tenían un agradable buffet, con comida muy deli, y después un espectáculo de danza. Dio se hizo amigo de un francesito simpático y los dos se pasaron la mayor parte del tiempo correteando por el escenario, bailando y jugueteando. Al principio me preocupó que los bailarines se fueran a molestar, especialmente porque los nenes eran tanto mejores que ellos, pero se portaron muy bien al respecto. Hasta que Dio decidió subirse al escenario. Pasé el resto de la noche jugueteando con Dio y el nene francés, bailando junto a unos árboles cercanos, colocándome de tal forma que si Dio se caía de la pared de piedra de un metro y medio de altura, yo estuviera para atajarlo. O si volvía a intentar tomar el escenario, poder interceptarlo. Ya saben, cosas de mamá.
24 de diciembre
Pasé el día con Dennis en su hotel. ¡Sin niños! Fue tan agradable poder dedicarle toda mi atención a él y no a dónde se iba corriendo Dio o qué se estaba metiendo Theo en la boca. Comimos un rico almuerzo, fuimos a nadar al mar, la temperatura estaba perfecta. Después en la piscina nos tiramos por el tobogán tres veces. Si hubiese tenido más tiempo, me habría tirado por el tobogán unas cuantas veces más. La primera vez me estaba riendo como loca porque no podía creer lo fuerte que gritaba, tanto que casi me ahogué. Cuando por fin paré de asfixiarme, vi que había cuatro niños de cinco años que me miraban fijo, con cara de “¡qué le pasa a esta señora!” Las próximas dos veces traté de actuar más canchera, pero hay algo en esos toboganes que me hace perder el control, cuando vas tan rápido con el agua, es tan divertido y después pensás que podés salir volando al cielo del tobogán, pero nunca pasa. Después me hice un masaje en un cuarto hermoso y sereno, con sonido de agua y fragancia de frangi pani. Por desgracia a los mosquitos también les gusta el frangi pani y cayeron de colados a mi masaje. De vez en cuando, entre suaves y amplios movimientos, la masajista me daba una palmada en el brazo o en la espalda y se regocijaba ante la muerte de otro mosquito. Fue terapéutico de cierta forma extraña, porque yo vivo en guerra con los malditos, así que en lo que a mi concierne, cuantos menos de ellos haya, mejor para todos.
NAVIDAD
Pasamos Navidad anclados en la Bahía de Nai Harn. Celebramos en el Le Meridien Yacht Club con Dennis, Ezequiel, y Eric, Nicole, y Luna del Rainbow Voyager. Le Meridien tiene una hermosa vista de la bahía, una comida maravillosa, y buen servicio. Cuando Dio y Luna empezaron a destrozar la decoración de la casa de jengibre de tamaño humano (hecha de cartón), el personal sonreía nervioso, y asintieron agradecidos cuando le arranqué los deditos transpirado a Dio del pino de cartón cubierto de nieve. Pasaron la versión de Gloria Estefan de THIS CHRISTMAS, lo que me recordó que hace apenas un año estaba terminando el primer borrador del guión de Connie Francis para ella. Y hace dos años nos acabábamos de mudar al barco y estábamos pasando Navidad con mi familia en Cambridge. ¡Cómo vuela el tiempo! Miraba a Dennis bailar con Dio y Luna en la escena navideña y trataba de recordar si alguna vez había visto a mi padre sonreír ESA sonrisa. Una combinación de felicidad absoluta y orgullo.
Al día siguiente navegamos a Koh Yai donde los varones se bajaron y exploraron una pequeña aldea de pescadores. Theodore estaba a medio comer, así que nos quedamos en el barco y dormimos una linda y tranquila siesta. í‰ramos el único velero a la vista. Es difícil describir la belleza de esta zona de Tailandia. Hay cientos de islas por todas partes, cada una torre de roca que se lanza directo al cielo desde el agua. Algunas de las islas tienen playas, otras no. Algunas tienen cuevas, vida vegetal, otras no, pero todas son hermosas a su manera, y cuando vez cientos de ellas a la vez, te deja sin aliento.
Al día siguiente navegamos a la famosa isla Koh Ping Kan, donde filmaron una escena para la película de James Bond. Habíamos anclado a unas cuantas islas de distancia, en soledad. Al rodear la esquina fue tan extraño. Estaba REPLETO de turistas. Cientos de europeos que salían de barcos largos con sus cámaras, mochilas, con sus sandalias Teva. Vimos unos cuantos monjes con sus túnicas color azafrán. Supongo que a los monjes también les gusta James Bond. Había vendedores de helado, zapatos, collares, camisetas, porquerías para comer, toda clase de cosas de turistas. Dennis llevó a Dio a caminar por la roca. Me senté a intentar descifrar qué turista era de qué país de Europa. Ese día había muchos italianos y rusos. Esos rusos tienen un gusto extraño, quedaron paralizados en los años 80.
Al día siguiente fuimos navegando a la aldea de gitanos marinos musulmanes. La pesca en esta zona es tan buena que algunos pescadores construyeron una aldea sobre palafitos. Es toda una imagen Todo está en alguna clase de puente. Hay docenas de restaurantes en espera de los barcos con turistas que vienen a diario. Hicimos un paseo por la aldea después de almorzar. Dennis le regaló a Dio muchos conjuntos con elefantitos y más elefantitos para agregar a su colección. Uno chiquito negro con una montura de metal, creo que es el único al que no le falta la trompa, o una pierna, o la cola. Pero vamos a darle un poco de tiempo. Dio tiene talento para la destrucción. Nos cruzamos con una mujer con un mono. Claro que acá están dedicados a explotar lo que sea por una comida, así que le pagamos algo razonable para que Dio pudiese tocar el mono. En un abrir y cerrar de ojos, Dio tenía puesto al mono. Le miré la cara a ver si no tenía problema con esto. Tenía el equilibrio perfecto entre miedo y fascinación que garantizaba que no tenía problema. Dennis era el que parecía que iba a devolver su desayuno. Después que la señora le sacó el mono y todo el mundo se fue a explorar la aldea de nuevo, Dio se quedó. La mujer enseguida se compró el desayuno y Dio se sentó al lado del mono. Al principio Dio no lograba tocarlo. Simplemente lo miraba. Después, despacio, empezó a acercarse cada vez más, mirando al mono, hasta que con gran delicadeza le tocó la pierna al mono. El mono, probablemente drogado, asumámoslo, no se movió, así que Dio lo acarició un poco más, con la lengua afuera, esa expresión de algunos hombres cuando están reparando algo con profunda concentración.
Para Año Nuevo estábamos en Rai Lei Beach en Krabi. Bajamos a tierra para una cena temprano con los niños. Una vez más, esta no era ninguna isla desierta. Cientos y cientos de mochileros por todos lados. Había algunos restaurantes, cafés, lugares de tatuajes, de masajes, una tiendita, una mezcla extraña de servicios. Conseguimos una mesa justo al lado de la playa y nos sentamos mirando a Dio deambular por la playa. Al principio hizo castillas de arena por su cuenta, después impuso su participación en un partido de fútbol que estaban jugando unos niños más grandes. Se portaron muy bien con él y lo dejaron patear varias veces. Era tan divertido mirarlo interactuar en ese tipo de medio. Libre de hacer lo que quisiera. Eso fue lo que mismo hizo. Después de cenar volvimos al barco, y acosté a los niños. Después de eso hicimos lo que habíamos estado haciendo todas las noches desde que llegaron Dennis y Ezequiel. Pusimos un DVD de la serie “24”. Cualquiera que haya visto este programa va a entender cómo es que cuando te das cuenta, miraste tres episodios seguidos. Hice unas galletitas con copos de chocolate y miramos tres episodios seguidos. Entre episodios, salí afuera a tomar un poco de aire, y vi una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida. Cientos lámparas iluminando el cielo, flotando con el viento, en fila, comenzaban su trayecto desde la playa frente nuestro y luego flotaban cientos de metros sobre nuestra cabeza hacia las nubes. Podían verse por kilómetros y kilómetros, iluminando el cielo. Después vinieron los fuegos artificiales. Qué tradición fantásticas. Por supuesto que como americana, no podía dejar de preguntarme cuántos incendios forestales iba a iniciar esta elegante peregrinación. Pude arrancar a Dennis, Ezequiel y Wences de 24 por unos minutos. Quedamos todos hipnotizados.
Nos quedamos dos días en Phi Phi Lei para tener oportunidad de explorar los corales. Es un lugar fantástico para hacer esnorquel. Una cala en forma de U con coral a los lados, agua transparente, en algunos lugares muy llana. Lo único malo es que todo el mundo y la abuela también sabía que este era un lugar fantástico para bucear, y todos estaban ahí. Para las 10 de la mañana los barcos de buceo ya competían por los mejores lugares para anclar, dando vueltas en sus ruidosos barcos, haciéndonos sacudir. Imposible para los niños dormir la siesta. Después la mayoría se volvía. Para volver al día siguiente con nuevos turistas. Tailandia tiene clarísimo el negocio del turismo.
Llegamos de vuelta a Phuket con tiempo de sobra para que Dennis y Ezequiel juntaran sus cosas. Tomamos un lindo té de despedida en el café que abrió en la marina durante nuestra ausencia, y Wences los llevó al aeropuerto. Fue una visita tan linda para todos. Aunque estuvieron dos semanas, lo que parece mucho, se pasó volando. Me alegró poder tener buenas charlas, serias, tanto con Dennis como con Ezequiel. El tipo de charlas que no se puede planear por adelantado y el tipo de charlas que se dan sólo cuando estás pasando tiempo juntos. Realmente disfruté de ver a nuestra familia interactuar entre sí, la forma en que Ezequiel y Dennis hacen bromas el uno al otro, la expresión de sorpresa de Ezequiel ante algo que hace Dio, y la alegría en las caras de Wences, Dio y Theo. Tres generaciones en un barco.
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