Bali August 17, 2005
Posted by Belle in : Bali, Indonesia , trackbackEl día que llegamos a Bali Wences tenía que volver a Chile para sus asambleas de directorio trimestrales. Se aseguró de que estuviéramos bien instalados en la marina de Bali, en el puerto de Benoa, y después se fue corriendo a tomar su avión. No sé cómo puede pasar de la vida en el barco a una reunión atrás de otra. Ah, cierto, tiene dos días de viaje para sintonizarlo lentamente. ¡Qué forma de tener que adaptarse! ¡El fantástico mundo de los viajes aéreos! La idea de viajar con estos dos niños durante más de 20 horas en el aire, bueno, digamos que a esta altura prefiero navegar.
Un día o dos después que se fue Wences, también se fue Ricardo. Pobre Dio. Su mejor amigo de repente desapareció. Me resultaba difícil imaginarme cómo se lo iba a tomar Dio. El y Ricardo se pasaban horas juntos todos los días, jugando, pescando, haciendo paseos exploratorios en el bote. Yo no estaba segura de quién disfrutaba más de ese tiempo, si Dio o Ricardo, pero se amaban el uno al otro. Cuando Ricardo se fue le dio a Dio una preciosa familia de elefantes de madera de regalo de despedida. Dio estaba tan feliz con su juguete nuevo, que practicamente no se percató de la ausencia de Ricardo el primer día. El segundo y el tercer día fueron los difíciles. Compartir el cuarto los acercó mucho. Ahora Dio se sentía solo. Le iba a llevar un tiempo acostumbrarse. ¨¿Cardo? ¿Adónde fue?” preguntaba. Yo le explicaba que Cardo estaba en un avión, como papá. Que Cardo se había vuelto a su casa. Al tercer día Dio me miró y me dijo “Cardo fue, mamá”. ¨Sí” le dije, “Cardo fue”.
Estábamos contentos de estar en una marina, nos sentíamos un poco más seguros ahí. Al día siguiente fui al Bali International Medical Center después de que Newton, un médico brasilero que está navegando con su esposa y su hijo de ocho años me auscultó el pulmón. En la clínica me dijeron que tenía bronquitis y sugirieron que dejara de amamantar durante dos semanas y que tomara antibióticos. Como eso no me sonaba atractivo, decidí pelearla por mi cuenta. Al día siguiente terminamos de vuelta en la clínica con Theo. Tenía docenas de ronchas por todas partes. No estaba segura si eran picaduras de mosquito, sarampión, o alguna extraña infección de la piel indonesia. Eran tan rojas y amenazantes. Parecían más que picaduras de mosquito. Resulta que eran picaduras. Pobrecito. El doctor sugirió que de noche le pusiera una camisa de manga larga y pantalones, y que lo pusiera bajo una red de mosquitero. En Bali no tienen malaria, pero tienen dengue. Los niños se mueren de dengue, así que era hora de ponernos serios. Hasta ese momento habíamos tenido tanta suerte en Indonesia. No había habido mosquitos verdaderamente, pero ahora me dí cuenta que ése no era el caso en general.
Como a Theo casi toda la ropa le queda chica, porque a quién se le iba a ocurrir que un bebe de 3 meses iba a usar ropa para bebes de 9 meses, decidimos buscar pantalones y camisas de manga larga de algodón lo más liviano posible para los nenes. Salimos rumbo a Kuta, la meca de compras de la zona, con Liz y David. En uno de los primeros lugares donde entramos, preguntamos si tenían algo para niños porque vendían justo lo que estábamos buscando, pero solo en talles para adultos. Se ofrecieron a confeccionarles algunos para los nenes, lo que sonaba divertido, así que les hicimos unos conjuntos divertidos a los varones. Yo les llamo mosquiteros o trajes contra la malaria. Dio parece una especie de príncipe karateca.
Un par de días más tarde fuimos a la playa de Sanur. Liz y David caminaron por el agua en la marea baja con Dio mientras a mi me hacía los pies una pedicura a la sombra, y yo amamantaba a Dio. En Sanur y Kuta hay docenas de mujeres que andan por la playa ofreciendo servicios de manicura, pedicura, masajes, trenzados, ropa, de todo. Mi primera reacción fue no-no-no. Pero después me puse a mirar a mi alrededor y ví que a todo el mundo le estaban haciendo algo. Una mujer enorme y asquerosa de Australia se estaba haciendo un masaje de cuerpo entero mientras roncaba. Mientras estaba sentada en una silla a la sombra con Theo, mirando con envidia a las docenas de cuerpos a mi alrededor siendo masajeados con aceites de aromas dulces, una mujer llamada Anna se acercó con la solicitud habitual “¿Masaje?” Parecía imposible hacerme un masaje y cuidar de Theo al mismo tiempo. “No, gracias.” Como al pasar miró mis uñas. “Tiene lindas uñas”, me dijo. Después me miró los dedos de los pies. “¿Cuánto hace que se cortó las uñas de los pies?” Las dos miramos con asombro mis pies retorcidos y hendidos. “No sabía que crecían tan largas”, me dijo dulcemente. Y así es como hacerse los pies de repente puede convertirse en una necesidad.
Luna y Nicole empezaron a ser visitantes frecuentes en el Simpática. Siempre me alegraba verlos a los dos, pero nada en comparación con la felicidad de Dio. Supongo que se recuperó de su amor kiwi/argentina, Sophie. Le encanta abrazar a Luna. Luna es más bien tirando a chiquita, así que un abrazo de Dio la puede hacer volar por los aires. Pero lo toma bárbaro. Fuimos con Eric, Nicole, y Luna a una parte diferente de la playa de Sanur, caminamos un rato, y miramos jugar a los nenes. Es tan lindo ver a Dio jugar con Luna. Nicole y yo decidimos que al día siguiente íbamos a hacer un viaje a Kuta SANS los niños, y a hacer compras hasta desplomarnos. Poco sabía yo que me iba a desplomar antes de salir. Me sentí tan exhausta ese día. Lo único que quería era quedarme en la cama. Igual fui a Kuta con Nicole, con la esperanza de que el salir me despertase. Al principio funcionó, pero después de una hora o algo así, me empecé a sentir horrible. Sabía que estaba con fiebre. En un punto, lo único que quería era acostarme. Y lo que me asustó fue que la vereda estaba empezando a parecer una cama aceptable. Interrumpí las compras y me volví para casa.
Esa noche me desperté de madrugada con un dolor fuerte en el oído. Me dí cuenta que también estaba transpirando copiosamente. Me levanté a buscar un Tylenol, y de repenté me dominó el dolor de oído. Momentos más tarde me desperté mirando al techo. Siempre parece que lleva una eternidad despertarse de un desmayo. Durante un tiempo que parece eterno me quedo mirando cualquier cosa, preguntándome quién soy, dónde estoy y qué estoy haciendo. Lentamente todos los detalles me vuelven a la mente y ahí me doy cuenta que he vuelto a desmayarme. Poco después de recobrar el conocimiento, me dí cuenta que tenía un gusto muy feo en la boca, de hecho un gusto espantoso en la boca. Me di cuenta que te tenía dos tabletas de Tylenol a medio disolver en la boca. Eso fue suficiente para hacerme levantar y correr al tacho de la basura. Media hora más tarde prácticamente me arrastré de vuelta a la cama.
Al día siguiente volví a ir al Bali International Medical Center. A esa altura ya sabían mi nombre. Aunque la pronunciación de Casares era muy creativa. Me dijeron que tenía una infección en el oído interno muy probablemente a consecuencia de la bronquitis. Me dijeron que probablemente se me iba a perforar el tímpano lo que permitiría que se drenara el líquido y ahí la presión y el dolor desaparecerían. Sea como fuera, perforación o no, tenía que volver a verlos. Si la perforación sucedía espontáneamente, querían verla. Si no, me la iban a hacer ellos. Por primera vez me encontré rezando para que se me hiciera un agujero en el oído. Más tarde ese día mis plegarias tuvieron respuesta. Casi fue suficiente para hacerme ir a la iglesia. El dolor disminuyó, pero me daba cuenta que el agujero era demasiado chico para drenar todo el líquido. De vuelta al doctor. Cada vez que iba al Bali International Medical Center iba a la misma hora, las 11 de la mañana. Y todas las veces veía a un doctor diferente. Raro. Me preguntaba qué hacían los doctores cuando no estaban trabajando en el hospital. Esta vez la doctora examinó mi expediente, que a esta altura se estaba tornando bastante impresionante, y finalmente me convenció de tomar antibióticos. Me dijo que tenía los síntomas de neumonía, fiebre, tos, marcas blancas en la radiografía. Supongo que ese fue mi límite, porque por fin accedí. Tres días de inyecciones y antibióticos orales. Seis días sin amamantar. Tenía miedo de perder la leche, pero como dijo la doctora, yo soy la que tiene que cuidar al bebe y no puedo hacerlo con fiebre, desmayos, tos, etc. Si me dejaba estar probablemente iba a empeorarse y nadie quiere terminar internado. Llamé a Liz y a David y me dieron la primera inyección ese día. Como no tenían el gotero intravenoso, que es como se administra habitualmente, me tuvieron que dar una inyección lenta en la vena. Yo sufro lo suficiente con las inyecciones normales, pero esta sonaba peor. Por suerte en Nueva Zelandia me dieron tantas inyecciones que esta vez no me puse tan mal. Me pasé imaginándome a Theo sonriendo, después a Dio sonriendo, después a Wences sonriendo.
El día que volvió Wences fuimos todos a recibirlo al aeropuerto. Los cinco. Por supuesto que su avión se retrasó más de una hora y perdieron sus valijas. Pero nunca me voy a olvidar de la forma en que Dio abrazó a su papá cuando lo vió. Fue como un milagro. Dio le agarró la cara, sonriendo “¡Papá en el avión!” “¡Papá!” Yo no pude contener las lágrimas.
Momentos después de volver al barco, Wences ya había planeado los próximos días. Habíamos hablado de irnos a algún lado, nosotros dos, y como yo no podía amamantar y precisaba descansar lo más que pudiese, parecía buena idea. Esa tarde Wences llamó un taxi para que nos llevara a hacer un par de vueltas. Wences me convenció de que yo lo esperara mientras se cortaba el pelo. Al principio pensé que iba a tener que perder una hora, pero encontré una tienda divina al lado y me probé la mitad de la ropa, y hasta algunas cosas que todavía ni habían sacado de las cajas. Durante nuestro viaje de vuelta a la marina, le pregunté al conductor del taxi si él iba a un templo para practicar su religión. En general por lo menos una vez por semana, me dijo. Lo hizo sonar muy interesante y tranquilizador. Mi estilo de religión. Después le pregunté sobre los musulmanes de Bali. Me dijo que debía preguntarle a los musulmanes si iban a la mesquita. Se rió y dijo, haciéndose el musulmán “No, estoy haciendo una bomba”. Todos nos reímos. Obviamente sin saber que tres meses más tarde tres bombas detonarían en Kuta, en la parte de la ciudad que probablemente más frecuentábamos.
Esa noche fuimos a cenar con Eric y Nicole en Seminyak, a un lugar llamado Ku de Ta. Era trí¨s espléndido. Los tragos tenían nombres que sonaban como mala poesía o letras de una balada de Barry Manilow. Lo pasamos bárbaro. Todo era fragante y delicioso. Después de la cena salimos y vimos lo que debe ser el lugar más lindo para ver la puesta de sol en Bali. Habían parejas de todas partes del mundo desparramadas en unos sofás enormes mirando al mar, tomando unas bebidas color pastel en copas de martini. Velas por todos lados. Parecía que el restaurant se estaba convirtiendo en una discoteca ante nuestros ojos. La música cambió, el ritmó se aceleró, y todos empezaron a pasearse, fichando a todo el mundo. Así que nosotros los veteranos nos fuimos inmediatamente.
Al día siguiente Wences me llevó a un lugar hermoso en Ubud, con vista a un valle con un río, arrozales, árboles hermosos. Era un lugar tan hermoso que no nos queríamos ir. Casi no vimos nada de Ubud. Fuimos a hacernos masajes, a caminar a los manantiales medicinales, donde nadamos y depués nos acostamos en una cáma muy cómoda con una red de mosquitero ubicada justo al lado del manantial. Comimos una comida deliciosa y saludable. Durante dos días no hicimos más que descansar. Era fantástico saber que los chicos estaban bajo el cuidado de David y Liz. De lo contrario creo que no habría accedido a ir, o si lo hubiera hecho no lo habría pasado bien.
Nos reunimos con David y Liz y los niños dos días más tarde en el lugar paradisíaco en Ubud, en el parque de los elefantes. Queríamos llevarlo a Dio ahí ya que estaba tan cerca de Ubud y parecía ser muy divertido. Le ENCANTO. Anduvo en elefante conmigo y con Wences y depués de nuevo con Liz y David. Mientras Dio estaba con Liz y David mirando a los elefantes jugar básquetbol, sí, básquetbol, imagínense el potencial para enterrar la pelota… yo me fui a amamantar a Theo. Sin embargo, poco después de empezar, vomitó. No exactamente el recibimiento que yo esperaba. Después de dos días de vómitos intermitentes de Theo volvimos al Bali International Medical Center donde finalmente ví a una doctora que ya había visto anteriormente. Era la que había visto la primera vez, y la que más me gustaba. Miró los antibióticos que había estado tomando y dijo que probablemente hubiera sido mejor que hubiese esperado dos días más para amamantar. Me puse tan furiosa. Obviamente no con ella. Ahora mi bebé estaba enfermo por los antibióticos. Me dijo que a esta altura ya no había riesgo de amanantar, pero que su estómago se había trastornado. Nos dió una cosa tipo yoghurt en polvo para ayudar a mejorar su estómago. Funcionó. Unos días más tarde parecía bien de vuelta. Pobre angelito. Cuando se enferma, no se queja. Hasta sonríe, todo tierno. Pero se vé pálido y se cansa y tiene ojeras. Da miedo cuando los bebitos se enferman. Gracias a Dios que son tan resistentes.
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