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KUPANG KUPANG KUPANG July 28, 2005 english

Posted by Belle in : Kupang, Indonesia , trackback

Liz, Dio, Theo, y yo llegamos a Kupang luego de un viaje de dí­a y medio que se nos hizo bastante largo. Yo tení­a esperanzas de que quizás Dio se portara mejor en el avión, ya que está un poco mayor que la última vez que voló. Pero quedó en esperanzas. En el momento en que pusimos pié fuera del avion en Kupang, el aire cálido y suave que yo añoraba desde hací­a meses me bañó el rostro. Nuestro viaje volví­a a comenzar. Ver lo feliz que se puso Dio cuando vio a Wences me dejó con lágrimas en los ojos. Estuvo tan dulce. Dijo “¡PAPA!” y le echó los brazos al cuello a Wences y se quedó abrazado. Cuando se retiró, le puso las manos en la cara a Wences, sonriendo como que no pudiera creer lo que veí­a. Espero que los chicos no tengan que pasar tanto tiempo separados de Wences hasta que sean mucho mayores. Recuerdo sentir algo como alivio y calma total al reunirnos con Wences. Hemos vuelto a ser una familia.

En cuanto salimos del aeropuerto nos apretujamos en un micro que llaman bemos. Hay muchos bemos, todos medio viejos, venidos a menos, con música house o hip-hop a todo volumen, tan alto que el ritmo del bajo se sintetiza con los latidos del corazón, y quieras o no, sos parte de la música, marcando el ritmo con el pie, con la cabeza. A Dio LE ENCANTO. Moví­a la cabeza como un sabio rasta. A medida que nos acercábamos a Kupang, se tornó obvio que estábamos en un tipo de lugar muy diferente. Este lugar es por lejos el más diferente que hemos visitado. La gente tiene aspecto diferente, el lenguaje suenta muy singular, y la vida acá, las costumbres, etc., son muy diferentes. Alguna de la gente de Kupang parecí­a como que pudiera ser de la India, otros de Oriente Medio, otros parecí­an chinos y otros parecí­an africanos. A diferencia de la mayor parte de Indonesia, Kupang is mayormente católica. 180.000 de los 220.000 habitantes son católicos, y los 40,000 restantes son una mezcla de presbiterianos, musulmanes, budistas e hinduí­stas. Hay de todo. Al desplazarnos en auto por las calles de Kupang, es muy obvio que esta gente es pobre según los estándares occidentales, pero no parecen saberlo ni parece importarles. Es difí­cil saber lo diferente que habrí­a sido nuestra experiencia en Kupang sin los niños porque nunca he estado en una cultura que parezca amar a los niños como lo hacen aquí­. Dio y Theo son los mejores embajadores posibles. Todo el mundo querí­a sostenerlos en brazos y hacerlos sonreir.

La primera noche que llegamos dejamos a los chicos con David y Liz y Wences me llevó a tierra para una cena organizada del rally. Supongo que la gente de Kupang debe haber estado muy contenta porque este año habí­an más de 70 barcos en el rally. Más que nunca antes. En este lugar precisan todo el turismo que puedan atraer. En especial después que en 2000 la ONU los puso en la lista de NO VISITAR después de que los delegados de la ONU fueran asesinados por terroristas en Kupang. Me sorprendió ver que la mayorí­a de las tripulaciones del rally eran de gente de más de 50 años. Muchas parejas jubiladas. Nos sentamos al lado de dos familias jóvenes, una pareja australiana, York y Susan, y sus dos hijos, y una familia Americana, Eric, Nicole y su hija Luna que es un poquito más chica que Dio. Hubo algunos discursos, para el barco más rápido, los organizadores, etc., y después un poco de música y bailes de Indonesia. Uno de los bailes era una danza de guerra, los bailarines con sus trajes tradicionales sacudí­an machetes de mentira. La música no se parece a nada que yo haya escuchado antes. Un par de tambores, unos cuantos instrumentos de cuerdas, y todos los músicos cantando. Suena un poco latoso, pero me gusta. Después un intérprete del lugar se levantó para darnos la bienvenida y para traducir el discurso del intendente. Wences me miró y me dijo medio en broma, medio en serio “¿Te parece que invite al intendente a almorzar?” “Seguro. Por qué no”. Mientras escuchaba las palabras salir de mi boca me sorprendió cuánto he cambiado en los años que he conocido a Wences. Antes jamás hubiera querido hacer algo así­. Me hubiera parecido un tema gigante. A quién otro de un grupo de marinos que dan la vuelta al mundo se le habrí­a ocurrido invitar al intendente a almorzar. A ninguno de ellos, seguro. Wences es una pieza verdaderamente original. Sé que me beneficio en gran forma de su personalidad extrovertida e intrépida. ¡Mí­rnenme, santo Dios, estoy viviendo en un barco, viajando alrededor del mundo! Wences volvió con una gran sonrisa. ¡El intendente dijo que sí­!

Al dí­a siguiente esperábamos la llegada del intendente y el intérprete para almorzar. Ricardo los esperaba en tierra. Nos dijo que estaban un poco atrasados. Una media hora más tarde vimos que nuestro bote, Simpaticita, se dirigí­a rumbo a nosotros. Después, otra lancha, más grande. Y otra. ¡El intendente vení­a con escolta militar! Por supuesto que a Wences le encantó. Resultó que el intendente, su esposa, el intérprete y uno de sus asistentes comieron con nosotros en la mesa, mientras otro grupo de hombres esperaba sentado en el trampolí­n a que acabara el almuerzo. El intendente no hablaba mucho inglés, así­ que nos vino fantástico tener al intérprete ahí­. Wences le hací­a todo tipo de preguntas sobre economí­a, tipo, cuál era la principal fuente de trabajo en Kupang – las universidades y una fábrica de cemento. Nos enteramos que la mayorí­a de los turistas viene de Australia y que desde 2000 la escasez de turismo en Indonesia realmente ha perjudicado a Kupang. Están esforzándose mucho por salir de esa lista de la ONU. Como Kupang es mayormente católica, dejan bien claro que no son musulmanes, ni concuerdan con ningún acto de terrorismo cometido por musulmanes en Indonesia. Incluso dicen que los actos de terrorismo cometidos en Indonesia fueron llevados a cabo por musulmanes reclutados en Malasia. Marto, el intérprete, llegó a decir que Kupang no permitirí­a ese tipo de musulmanes en su medio. Preferirí­an matarlos ellos mismos que tenerlos viviendo en su ciudad. Al mismo tiempo Marto nos dijo que Kupang es muy abierto a todas sus religiones. Puede verse musulmanes asistiendo a servicios católicos y vice versa. Resienten que los apilen en el grupo de los musulmanes. La esposa del intendente era muy dulce. Hablaba inglés muy bien y era muy cálida. Cada vez que me decí­a algo me agarraba el brazo. Me alegró saber que es partera. Me fascina el oficio de las parteras. Me dijo que la mayorí­a de la gente en Kupang tiene sus bebes en casa porque es demasiado caro tenerlos en el hospital. No sabí­a las cifras sobre nacimientos en buenas condiciones de salud, ni nada por el estilo, pero dijo que la mayorí­a de las madres de más de 35 en Kupang automáticamente se hacen cesárea para evitar complicaciones. Cuando le dije que tengo 35 y planeo tener dos hijos más en forma natural, sonrió y no dijo nada. Tuvimos un almuerzo muy agradable. Liz y David habí­an preparado un almuerzo fantástico con pollo, bife y papas al horno. Por suerte fue justo suficiente para dar de comer a todos, aunque los militares tuvieron que aguantarse en el trampolí­n.

Marto, que también participa mucho en el sector turí­stico de Kupang, nos invitó a un paseo especial al dí­a siguiente. Nos contó sobre una aldea llamada Boti, a tres o cuatro horas de carretera desde Kupang, que todaví­a estaba bajo el gobierno de un rajá, o rey, que mantení­a a la aldea de unos 200 habitantes bajo el estilo de vida tradicional. Sonaba como algo que nos iba a encantar. Y que valí­a las 6 horas de auto con dos niños chicos. Aunque resultaron ser 10 horas de auto, con pinchaduras y camiones que se deslizaban hacia atrás en subidas pronunciadas, igual valió la pena. Esta gente vive en pequeñas chozas de madera y pasto. Hacen su ropa con el algodón que cosechan y también comen comida que cultivan ellos mismos. Se visten mayormente con sarongs y chales tradicionales de ikat y comen nuez de areca todo el dí­a, que es un narcótico leve. Los hombres se dejan el pelo largo después de casarse y lo llevan en un moño sobre sus cabezas. Las mujeres también llevan el pelo levantado. Dio se divirtió como loco persiguiendo un cochinillo y varios pollos. Los otros niños lo perseguí­an y lo levantaban en el aire, peleándose para ver quién lo podí­a cargar. Al principio se resistí­a un poco, pero después le gustó. Pero tení­a sus favoritos. No dejaba que los que estuviesen demasiado entusiasmados y simplemente lo agarraban se salieran con la suya. Enseguida se poní­a a gritar y a pedir que otro niño lo sostuviera. Después de observar esto durante un rato, me retiré a ocultarme en los arbustos en algún lugar a darle de mamar a Theo. En cuestión de minutos estaba rodeada de mujeres que me miraban. Estaban fascinadas con la mochila portabebés Baby Bjorn y querí­an ver cómo funcionaba. Después de que Theo hizo una caca medio explosiva, le cambié el pañal con una colchoneta, toallitas descartables, pañal y todo. Señalaban las toallitas y hablaban entre sí­, después lo mismo con los pañales. Cuando estaba tratando de deshacerme del pañal usado, me ofrecieron ocuparse, y no pude dejar de preguntarme si uno de sus bebes después no iba a terminar usando una versión más limpia del pañal. Me trajeron a uno de sus bebes y lo sentaron al lado de Theo y me preguntaron algo. Por supuesto no tení­a idea de lo que me decí­an. Después una me explicó por señas que el niño tení­a 8 meses, y me preguntó cuánto tení­a Theo. Cuando les dije que tení­a tres meses, lo miraron como que fuera un accidente de la naturaleza y empezaron a reirse. Cuando lo levanté, limpio y vestido, me hicieron señas de que lo querí­an sostener. Cada mujer, al tomarlo en brazos, sonreí­a y poní­a la nariz junto a él e inhalaban como que lo estaban respirando. Después se reí­an y hací­an ruidos de bebe internacionales. Es increí­ble cómo los bebes nos unen a todos. Yo no podrí­a haber sido más diferente de estas mujeres, y sin embargo pudimos comunicarnos y compartir nuestro amor por nuestros hijos.

Después del largo viaje de vuelta a Kupang, Apollo tuvo la gentileza de llevarnos en su auto y su mujer, Ulfi, nos invitó a su casa donde habí­an preparado todo un banquete. Choclo con coco y arroz, cerdo, pollo, cancun, que es una leguminosa deliciosa que preparan en forma similar a una espinaca, y de la que todos nos enamoramos, y una ensalada de frutas que sirven en un tazón con algo parecido a leche dulce. Todo estuvo muy delicioso. Nos sentimos agradecidos de ver su casa y conocer a su familia. Mientras comí­amos, Dio perseguí­a a un cachorrito que entraba y salí­a de la habitación. Cuando finalmente juntamos todas nuestras cosas y nos metimos en los autos, muy listos para estar en nuestro barco, otra llanta pinchada. Hubiera sido demasiado fácil si hubiéramos podido ir a casa así­ como así­. Ese dí­a todo nos costó esfuerzo. Supongo que algunos dí­as simplemente son así­.

MANEJAR UN BEMO

Desde el dí­a en que llegué Wences decí­a lo divertido que serí­a manejar un Bemo. Yo pensaba, que diga lo quiera. ANDAR en ellos es suficiente diversión. Pero lo que para mí­ es suficiente, nunca lo es para Wences. Wences es el narrador consumado. Realmente le encanta contar cuentos, y como la mayorí­a de la gente de su familia, lo hace muy bien. El por supuesto dirí­a que es el mejor, mi argentino modesto. Su amor por un buen cuento es tal, que a veces pasa a dominar todo lo demás. En vez de vivir la vida, dejando que pasen cosas interesantes, para después contar la historia, como vivimos nuestra vida la mayorí­a de nosotros, Wences vé una situación y piensa qué oportunidad fantástica para contar un cuento le puede brindar. Wences querí­a manejar un Bemo, sí­, porque serí­a divertido y tendrí­a mucha onda hacer por un dí­a algo que los indonesios hacen como trabajo. Quizás como una experiencia más amplia de la cultura. Pero a Wences le interesaba menos el acto en sí­ de manejar el Bemom que la idea de las innumerables oportunidades de contar historias que le brindarí­a la experiencia. Así­ que, como si yo fuera una inocente o retardada, lo dejé que me convenciera de ir con él. Con los dos varones. Lo único que le pedí­ fue que no durara más de una hora. Por supuesto que no, me dijeron él y Ricardo, y yo les creí­, olvidándome de la HL. Hora Latina. Wences reclutó a Ricardo para que cobrara el boleto y se parara fuera de la puerta y le gritara a la gente en la calle KUPANG KUPANG KUPANG, para que supieran a dónde í­bamos. En general se sientan en una sillita o cajón al lado de la puerta. No habí­a cinturones de seguridad por ningún lado. Me dió la sensación que al principio Ricardo no estaba muy convencido. Pero después de unos minutos se metió de lleno. Le agregó su toque personal a la promoción del Bemo. “HERMOSA DAMA, KUPANG KUPANG KUPANG”. Las chicas giraban y se econtraban con el espectáculo de dos occidentales luchando por conseguir pasajeros para el Bemo. El dueño del Bemo estaba sentado atrás de Wences, sin duda nervioso por la seguridad de su atesorado micro. Y tení­a motivos para estar nervioso. Wences se las arregló para reducir varios centí­metros del ancho de nuestro Toyota Lucida en Auckland. Y 30 o 40 centí­metros de su Porsche. Digamos que el Toyota Landcruiser que tuvo en Miami se fue al cielo de los autos usados después de tenerlo durante dos meses. Cuando Wences se metió en el Bemo para manejar se hací­a el que no sabí­a manejar con palanca de cambios, y la cara del tipo era de horror absoluto. Después de manejar el Bemo durante una hora, Dio se quedó dormido en el asiento del fondo. A medida que subí­an los pasajeros, yo tení­a que mover a Dio, hasta que finalmente acabó en mi falda junto a Theodore que estaba en el Baby Bjorn. De repente, se acabó. Habí­a tenido suficiente de andar en Bemo y querí­a que se terminara todo. Pero por supuesto no estábamos en Kupang. Cómo es que dejo que esto me pase una y otra vez. Es como estar viviendo en la pelí­cula Ground Hog Day, la versión “aventura”. Es tan aventurero, me encanta. Y en general yo quiero hacer las mismas cosas que él, pero por un perí­odo de tiempo mucho menor y en un entorno más controlado. La idea de manejar el Bemo era fantástica. Pero durante menos de una hora. No durante la hora de la siesta de Dio. No andando tan rápido sin cinturones de seguridad. Pero nunca pienso en esas cosas hasta que estoy en medio de la odisea y siempre es demasiado tarde para echarse atrás. Por lo menos no tengo el temor de vivir una vida aburrida. Con Wences, ni siquiera un momento aburrido. Logramos volver al Simpatica sanos y salvos, aunque muy sudados y exhaustos de cargar a los niños en el calor del mediodí­a. Y sacamos muchas fotos y video de un momento que definitivamente no olvidaremos. ¡Y ese es el punto de todo esto, no es cierto!

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