jump to navigation

To Sail Or Not To Sail May 14, 2005 english

Posted by Belle in : New Zeland , trackback

“Ah sí­, el mar alrededor de Nueva Zelandia a veces se pone bastante bravo. ¡He visto olas de 15 metros de altura!” — una camarera de Nueva Zelandia que vive en Tonga.

Los comentarios habí­an comenzado. El terror habí­a tomado cuenta. Personajes de piel oscura vestidos con ropas de marcas desconocidas, pelilargos y con necesidad de una buena ducha se reuní­an en pequeños grupos alrededor de Tonga, susurrando las últimas noticias de los gurús meteorológicos. Fumaban cigarros armados y bebí­an el alcohool al que pudiesen echarle mano. Eran forasteros, viviendo en los márgenes de la sociedad. Algunos por elección, otros marginados. Su indiferencia hacia lo convencional y las expectativas de la sociedad sin duda los convertí­a en individuos peligrosos. Se comunicaban muy intensamente en sus pequeños cí­rculos, prestando atención a cada palabra, sabiendo que la información pronunciada podí­a salvar vidas o destruirlas.

¿Cuándo? ¿De qué dirección? ¿De qué tamaño? ¿Qué tan malo? ¿Lo lograron?

Yo no me podí­a escapar a la charla. Estaba rodeada. Los cuentos de alta mar, de vientos de 50 nudos, frentes frí­os, frentes cálidos, velas rotas, pilotos automáticos que se enloquecí­an, barcos destrozados, intentos de rescate desastrosos, matrimonios destrozados, y sí­, incluso vidas perdidas. ¿A manos de quién? El viento y el agua, los mares entre Tonga y Nueva Zelandia. Empecé a darme cuenta de que habí­a sólo una cosa que una chica de montaña ignorante como yo podrí­a hacer al enfrentarse a estas condiciones escandalosas. Usar la excusa del embarazo.

A mí­ me parecí­a una excusa justificable. Hací­a más de un mes que no me sentí­a bien. Casi todas las mañanas me levantaba y salí­a corriendo a la pileta o water más cercano. Este embarazo estaba resultando mucho más difí­cil que mi primero. Algunas mujeres compasivas le echaban la culpa a la vida en el barco, pero yo sabí­a que no era así­. Incluso cuando el barco no estaba en movimiento, yo igual me sentí­a mal. Era el embarazo. Cuando me sentí­a mal, quedaba completamente inutilizada para el barco. No tení­a ganas de hacer nada. Dejé de ayudar a Sofí­a a limpiar el living. Me iba corriendo para afuera cuando ella cocinaba. Dejé de hacer la cama. Lo único que querí­a hacer era dormir y esperar que cuando me despertase el malestar se hubiera pasado. Pero siempre volví­a. Dormí­a, me quejaba, y no hací­a mucho más que eso. A veces me levantaba el ánimo una hermosa puesta de sol, o un momento adorable de Dio, un cuento de Wences o un abrazo de Sofí­a. ¿Cómo iba a poder ser de ayuda en la desafiante travesí­a entre Tonga y Nueva Zelandia? Pensaba que en todo caso iba a ser más fácil si Dio y yo no estuviésemos. Es cierto que no iba a poder ayudar con las guardias, pero Dio estaba despierto once horas por dí­a y cuidarlo era trabajo que exigí­a energí­a y atención. Todo parecí­a tan simple. Dio y yo nos quedarí­amos en un hotel en Tonga unos dí­as después que Wences, Jorge (el amigo de Wences de Argentina a quien convencimos de que viniera a ayudarnos) y Sofia se fueran, y después volarí­amos a Auckland a encontrarnos con ellos. Era lo mejor para todos.

O por lo menos eso pensaba yo. Cuando le conté a Wences mi pequeño plan, se le fue la chispa de los ojos, se puso pálido, y después sólo hubo silencio. Cómo me mata ese silencio. Es peor que cualquier palabra que jamás pudiese elegir porque las peores palabras que puedan flotar en su mente quedan libradas a mi imaginación. Por supuesto que Wences lo sabe. El muy malvado es inteligente. Así­ que por supuesto que empecé a reconsiderar mi plan. Decidí­ que como nuestro gurú habí­a dado tan en el clavo para nuestra ruta de Bora Bora a Tonga, que si decí­a que iba a estar bien, si daba una altura aceptable para el oleaje (digamos, un máximo de 4 o 5 metros) y una velocidad aceptable para el viento (hasta un máximo de 25 a 30 nudos) durante un máximo de uno o dos dí­as, y prometí­a que nunca í­bamos a tener el viento de proa, irí­a con ellos. Pero si alguna de estas estipulaciones no se cumplí­a, yo me subí­a al avión. Así­ que decidí­ esperar a que estuviéramos más cercanos a nuestra partida para decidir lo que querí­a hacer. Mientras tanto, era hora de disfrutar de Tonga.

Anclamos afuera de la isla de Panagaimotu, un pequeño complejo hotelero que nos resultaba muy cómodo a nosotros al igual que a los veinte o treinta barcos ahí­ reunidos, en espera. Todos estábamos a la espera del aviso de nuestros gurús meteorológicos y de saber cómo iba a ser la travesí­a, y casi lo único de lo que se escuchaba hablar era de cómo iba a ser la travesí­a y qué habí­an oí­do de la gente que ya estaba cruzando. Durante dí­as hubo mal tiempo. Durante dí­as los gurús meterológicos dijeron que habí­a que esperar. ¿Perderí­amos nuestros vuelos? ¿Perderí­amos la oportunidad y quedarí­amos imposibilitados de navegar? De repente, cualquier cosa parecí­a posible. Por fin recibimos el aviso. Y yo decidí­ quedarme. Justo cuando estábamos levantando anclas recibimos un informe contradictorio de otro navegante que nos advertí­a que no zarpáramos. Wences consultó rápidamente a su gurú y para nuestra sorpresa, nuestro gurú se disculpó y dijo que el otro informe era cierto, que no debí­amos zarpar ese dí­a. Otra que destruir nuestra confianza en el hombre. Ahí­ sí­ que no supe más qué pensar. Al dí­a siguiente recibimos un informe más en profundidad de nuestro gurú que decí­a que si salí­amos al dí­a siguiente probablemente tendrí­amos vientos fuertes los primeros dos dí­as, después no habrí­a viento durante dos o tres dí­as, y que después levantarí­a el viento nuevamente. A medida que nos acercáramos a Auckland, el viento sin duda vendrí­a de proa, pero lo más probable es que eso durase menos de un dí­a. Decidí­ ir. Por lo menos ahora con Jorge podrí­an ocuparse de la navegación sin mí­ y yo me ocuparí­a de Dio con la ayuda de Sofí­a.

Fuimos los únicos en zarpar ese dí­a o al dí­a siguiente. Todo el mundo estaba tan asustado. Por suerte nuestro barco es más rápido que la mayorí­a, por eso nuestros informes eran muy diferentes de los de los demás, pero más tarde nos dimos cuenta que salimos en el mejor momento posible. La mayorí­a de la gente que salió después que nosotros se topó con mares seriamente crecidos. Conocimos a una agradable pareja polaca, Nico y Dagmara, en Tongatapu, y más tarde nos enteramos que atravesaron marejadas tan bravas que de hecho el mar los dio vuelta un par de veces en su barco de 8 metros y medio, el Hippocampus. Tuvieron que pasar cinco dí­as más después de eso mojados y con frí­o, sin que nada funcionase. La travesí­a les llevó más de tres semanas. Yo hubiera renunciado después de una experiencia como esa, pero yo yo no soy una verdadera navegante. Sólo soy una entusiasta pasajera de tiempo cálido.

La Travesia a Nueva Zelandia 

La travesí­a a Nueva Zelanda tuvo todo tipo de dí­as, dí­as lentos sin mucho viento y con mar tranquilo, dí­as de lluvia, mucho viento y mar crecido, y después aún más viento. Algunos de los navegantes estaban hartos de las guardias difí­ciles que duraban horas. Hizo frí­o todos los dí­as. Salir de los cálidos trópicos al frí­o fue una especie de shock para todos. Dio de hecho me pidió que le pusiera medias, algo que nunca habí­a pasado. Tení­amos la esperanza de lograrlo en siete dí­as, pero los dí­as sin viento alargaron el viaje a ocho dí­as.

Para mí­ y quizás para todos el momento más memorable del cruce fue la última noche, mientras entramos volando a Nueva Zelandia. Cronometramos la velocidad del barco a 18.8 nudos. Fue increí­ble lo bien que funcionó a esa velocidad. Hasta lo filmamos para poder mostrarle a cualquiera a quien le interese ese tipo de cosa, lo suave que se desplazaba considerando lo rápido que í­bamos. El viento tení­a ráfagas de 40 nudos y el oleaje llegaba a 4 metros. Corrí­amos las olas y a veces hasta por momentos estábamos en el aire mientras saltábamos la cresta de una ola. A pesar de la velocidad a la que andábamos, me sentí­ segura hasta el final. Más que segura. Incluso estaba disfrutando la velocidad y me sentí­a orgullosa de lo bien que andaba nuestro barco. Dio estaba completamente satisfecho mientras estaba despierto y dormí­a profundamente a través de los saltos de la noche. En general estábamos contentos de saber que í­bamos a llegar pronto a Nueva Zelanda.

Cuanto más nos acercábamos a Nueva Zelanda, más navegábamos contra el viento, y más fuerte se poní­a el viento. Las últimas dos horas fueron un poco demasiado para mí­. Fue la primera vez que pensé que í­bamos a zozobrar. Por suerte Dio estaba profundamente dormido e inconsciente, así­ que yo seguí­ controlando para asegurarme de que Wences tuviera puesto el arnés y siguiera sobre el barco. Al final logré quedarme dormida.

Cuando me desperté todaví­a era de noche. Avanzábamos a motor suavemente, el viento se habí­a calmado y no habí­an más olas. Podí­a oir a Jorge y Wences que se gritaban información entre sí­ y en cuestión de minutos habí­amos parado y estábamos amarrados en un muelle de cuarentena en Opua, Bahí­a de las Islas, Nueva Zelanda. Lo habí­amos logrado.

Vacaciones Lejos Del Barco

Fui a Cambridge por dos semanas a ver a mi familia. Tuvimos un Dí­a de Acción de Gracias maravilloso y fue bárbaro estar de vuelta en casa y ponerme al dí­a con todo el mundo. Después me reuní­ con Wences en Chile durante una semana. Wences tení­a reuniones de negocios de mañana y después nos í­bamos a ver si encontrábamos una zona que nos gustase para establecernos cuando terminemos nuestro viaje en barco. Tuvimos agradables visitas con algunos amigos fantásticos, después fuimos a Puerto Madryn en la Patagonia a visitar a Azul, la hermana de Wences y a conocer a su futuro marido en su nueva casa. De ahí­ volamos a Buenos Aires a pasar la navidad con su familia y Dennis, mi padre, donde también pudimos felicitar a Maria, la otra hermana de Wences, y su marido Gustavo, por su primer hijo (nacido el 10 de diciembre) Jerónimo. Maria se estaba recuperando lo más bien, bajo el cuidado de Mei y Charlie, la mamá y el papá de Wences, y Gustavo pasaba la mayor parte del tiempo con Marí­a y Jerónimo, dándole a Maria el apoyo que precisase y siendo cariñoso en general. Parecí­an contentos, adaptándose bien a la enorme transición de convertirse en una FAMILIA de la noche a la mañana. Fue bárbaro mostrarle Buenos Aires a mi padre, y ponerme al dí­a con él. Estaba tan orgulloso de su nieto, exhibiéndolo en su carrito, diciéndole a todo el mundo que era el abuelo de Dio.

Vacaciones Familiares En Nueva Zelanda En Casa Rodante

De regreso a Nueva Zelanda, nos reunimos en el aeropuerto de Santiago con Cristian Austin y su familia, nuestros futuros compañeros de las vacaciones familiares en Nueva Zelanda. Cristian y su mujer Paula tienen tres chicos: Tommy (de 4 años) , Joaquin (de 2 y medio), e India ( de 5 meses). Yo le tení­a terror al viaje de vuelta a Nueva Zelanda porque el viaje a Cambridge con Dio habí­a sido tan monumentalmente terrible, pero mientras pasé al lado de la familia Austin, que intentaba acomodarse en sus diminutos asientos de avión, pensé DIOS MIO. ¿COMO DIABLOS VAN A HACERLO? ¿LOGRARAN LLEGAR SIN MATARSE ENTRE SI O SIN QUE LOS MATE OTRO PASAJERO?

Por suerte el vuelo salió a las 10 y media de la noche así­ que los nenes ya estaban listos para dormir. Le dí­ a Dio un poco de Tylenol y de remedio para dormir, sugerido por el pediatra en Cambridge para inducir un sueño en calma, y rápidamente se quedó dormido. Por supuesto, cuando está Wences todo es más fácil.

Llegamos a una hora siniestra de la madrugada, esperamos una hora en el aeropuerto y después tomamos un micro a la empresa de casas rodantes. Después de esperar lo que pareció un tiempo excesivo en ese hall desbordado de familias que esperaban sus vehí­culos, por fin salimos en el nuestro. Primera parada, Simpática.

Fue tan lindo volver a ver el barco. Parecí­a un poco vací­o y triste, pero bien. Dio inmediatamente reconoció el barco y trató de meterse en la mesa prohibida de navegación. Igual que en los viejos tiempos. Curso básico sobre cómo volverlo loco a Papá – jugar con todos SUS juguetes y desajustar todos los instrumentos del viento. Cuando terminó con eso salió corriendo sobre el trampolí­n, rebotando completamente feliz, cantando solo muy contento. Fue lindo ver lo feliz que se sentí­a en su casa. Si hubiera salido corriendo y gritando al ver el barco podrí­a haber sido toda una crisis para nosotros.

Recogimos algunas cosas, consultamos con la marina y después nos fuimos a intentar encontrar a nuestros amigos Lloyd y Fiona que se estaban quedando en la marina de Auckland. Para cuando llegamos se estaba haciendo tarde y lloví­a a cántaros, así­ que decidimos pasar la noche ahí­ y empezar nuestro viaje al dí­a siguiente.

Otra vez lluvia. Todo el dí­a. Tuvimos un agradable almuerzo con Lloyd y Fiona en su barco Deep Blue. Resulta que se han separado, pero parece que siguen siendo amigos. ¿Cómo funcionará eso? Siempre he admirado a la gente que puede hacer eso. Parece que los dos se van a quedar en la zona de Auckland durante algún tiempo, así­ que los vamos a ver bastante. Incluso estamos pensando en cambiarnos de marina porque que Gulf Harbor queda tan lejos de todo. Estarí­a bueno estar a apenas 15 minutos a pie de Auckland.

Llevamos a los Austin a la torre en Auckland donde hay una vista fantástica de la ciudad y de los puertos y marinas que la rodean… cuando no llueve. Pero diluviaba. Después dimos unas vueltas durante un rato y pasamos nuestra primera noche en un lugar de camping.

Al dí­a siguiente fuimos a Waitomo. Wences y yo no podí­amos creer lo hermoso que era el paisaje a apenas unos kilómetros de distancia de Auckland. Todo es tan verde, con colinas onduladas, árboles hermosos, vacas lecheras y ovejas por todos lados. Es simplemente divino. Llegamos a nuestro camping en Waitomo a primeras horas de la tarde. ¡Qué lugar tan lindo! Habí­a una piscina, un jacuzzi, una buena área de juegos para los niños, un conejo, un viejo perro setter. ¿Qué más podí­amos pedir? Además, lo mejor era que las cavernas cercanas estaban cerradas por Año Nuevo. Nunca entendí­ el atractivo de las cavernas. Salvo que tengan algun dibujo prehistórico que ilustre la existencia de los OVNI o algo así­, no tienen nada de interesante. Oscuridad, humedad, rocas, frí­o, murciélagos, pichí­ y caca de murciélago, arañas, puaj. Así­ que en lugar de eso pudimos ir a un zoológico donde se puede acariciar a los animales.

No me podrí­a haber imaginado un mejor lugar para pasar la tarde con nuestras familias. Todo tipo de aves hermosas en jaulas, además de pavos reales, pavos, gansos, patos, cisnes corriendo a nuestros pies, prácticamente corriendo atrás de ti con la esperanza de que les des unas migajas de la comida que proporciona el zoológico, cabras, venados, vacas, caballos miniatura, caballos, novillos, llamas, conejos, cobayas, cachorritos, lagartos, lechuzas, chanchos y paseos en pony. Yo estaba en el cielo. La estancia era hermosa y a diferencia de muchos otros zoológicos de este tipo a los que he ido, donde los animales parecen estar apretujados en corrales demasiado chicos para poder vivir una vida animal relativamente normal, estos animales tení­an espacio, unas colinas y valles hermosos cubiertos de pasto. Lo mejor de mi dí­a, quizás realmente del año, fue correr con un venado recién nacido. Me dí­ cuenta de que si me quedaba parada al lado de ella un rato, y después me empezaba a alejar rápidamente, entonces ella salí­a atrás mí­o. No le gustaba mucho que la tocara, pero le gustaba seguir a la gente. Así­ que empecé a correr. Embarazada de cinco meses, la panza abultada, el pelo volando, salí­ galopando por las colinas y los valles y haciendo que al final ese venado me siguiera a todas partes. Durante toda mi niñez los venados fueron mi animal preferido, pero nunca habí­a tenido un encuentro como este. Nunca me hubiera imaginado tener un momento tan especial con un venado. La familia Austin sin duda pensó que yo habí­a perdido la cordura mientras me miraban tropezar hacia el cerco, sin aliento, a punto de desmayarme, seguida de cerca por Bambi. Supongo que en viajes como este todos llegamos a conocernos un poco más en profundidad, ¡quizás más de lo que habrí­amos querido! ¡Gringa loca!

Pasamos la noche de Fin de Año en nuestro pequeño campamento en Waitomo, sin fuegos artificiales, sin Dick Clark, simplemente una agradable y tranquila charla con una botella de vino espumante. Creo que hasta se nos pasó EL MOMENTO y nos dimos cuenta cinco minutos más tarde.

En Año Nuevo llovió casi sin parar. Así­ que dejamos nuestro campamento y seguimos rumbo a Palmerstown North. Incluso a través de la lluvia, la belleza de Nueva Zelanda era increí­ble. Yo vení­a preparada para enamorarme de la tierra al sur de la isla, tras ver tantas fotos hermosas de la isla al sur, pero la isla al norte también era hermosa.

A la mañana siguiente tomamos el ferry de Wellington en la isla del norte a Picton en el sur. Cuando escucho la palabra ferry me imagino un barco viejo y destartalado con capacidad para unos pocos autos y un puñado de personas, como los que van de Cape Cod a Nantucket, o de New London a Long Island. No es el caso de este ferry. Me sentí­a en el Crucero del Amor. Este aparto era gigantesco. Cuando zarpamos del puerto de Wellington, ni siquiera se sentí­a el movimiento. Aunque habí­an bolsas para vomitar por todas partes, no puedo imaginarme que nadie se maree en este aparto, era como una ciudad. Encontramos un lugar cerca de un ojo de buey en la cubierta principal y acampamos entre los demás turistas de EE.UU., familias neozelandesas que se iban de vacaciones, familias suecas y familias danesas. El ferry demoraba tres horas, sucificente tiempo para que Dio explorase hasta el último rincón del barco, dos veces, y comiera algo mientras Wences y yo nos turnábamos siguiendo a nuestro pequeño aventurero.

Para cuando volvimos a nuestra casa rodante, Dio y yo estábamos completamente agotados. Nos quedamos dormidos en la parte de atrás mientras Wences manejaba. Cuando nos despertamos, yo no podí­a creer lo hermoso del paisaje. En lugar de colinas, ahora estábamos rodeados de unas divinas montañas verdes. Después de un rato Wences paró y decidió que precisaba dormir una siesta. Yo decidí­ llevar a Dio a caminar para que Wences pudiese dormir, así­ que nos llevamos el carrito y salimos a caminar por la carretera. El clima me hace acordar a Colorado. Seco, cálido y hasta caluroso al sol, fresco a la sombra y frí­o de noche. Dio y yo encontramos unas lindas vacas, deben ser vacas lecheras, porque las vacas comunes siempre son tan feas, y Dio tuvo oportunidad de practicar el idioma de las vacas. Le enseñaron algunos trucos y después nos siguieron hasta que el alambrado las detuvo. Vacas simpáticas. GUAU. Es la primera vez que me pasa.

Nuestro lugar preferido en la Isla del Sur, y el único lugar donde hubo algo de sol, porque llovió casi sin parar durante todo el viaje, fue Akaroa. Akaroa estuvo colonizado por los franceses y se nota. Todos los nombres de las calles son en francés, las casas y los rosedales tienen un aire francés, y la mitad de los restaurantes son franceses. Aparte de ese hecho divertido, se encuentra ubicada en una pení­nsula absolutamente hermosa. Rodeado de colinas y agua, era tan hermoso. Donde sea que uno fuera habí­a una vista divina de algo. Podí­amos habernos quedado más tiempo en Akaroa, pero tení­amos que empezar a volver porque sino los Austin iban a perder el avión.

Al regreso hicimos una parada en Napier, la capital Art Déco de Nueva Zelanda. Un simpático lugar junto al mar con algunos bonitos edificios Art Déco. Cocinamos algo de carne en nuestras cocinillas y almorzamos en un estacionamiento con vista al mar. Lo llevé a pasear a Dio e hicimos unas compras rápidas de comida. Volvimos a partir, hacia más lluvia.

La siguiente parada memorable fue cerca de Rotorua. Habí­amos leí­do sobre un campamento que tení­a termas. La idea de bañarnos en agua caliente era tan atractiva, considerando que durante casi dos semanas la habí­amos pasado ensopándonos en la lluvia frí­a. En cuanto nos ubicamos, nos fuimos a las termas. Habí­an tres piscinas diferentes, todas de diferente temperatura. Nos quedamos lo más que pudimos antes de convertirnos en pasas.

Al dí­a siguiente llegamos de vuelta a Auckland, mojados y cansados. Navegamos en Simpatica desde la marina de Gulf Harbor que queda a unos 40 minutos en auto al norte de Auckland hasta la marina de Westhaven, que queda en pleno Auckland. Originalmente habí­amos pensado que nos í­bamos a quedar en Gulf Harbor, pero decidimos que iba a ser más divertido estar en Auckland. El viaje navegando fue hermoso, soleado, vientos suaves, el mejor tiempo que habí­amos tenido desde que salimos de Chile.

Era tan divertido ver a Dio con los nenes. Los idolatraba, aprendí­a de ellos, los observaba, y siempre se divertí­a. La visita de los Austin fue fantástica, lo único es que ojala les hubiéramos podido ofrecer mejor tiempo.

La Visita De Theo

Tener a mi hermana con nosotros durante casi dos semanas fue un placer tan grande. Por desgracia no llegamos a navegar. Parece que algunos repuestos del motor se perdieron en el correo. Eso es lo que nos dijeron. Pero igual nos arreglamos para divertirnos y mantenernos ocupadas. El tiempo estaba caluroso y húmedo, lo que me dificultaba olvidarme que estaba embarazada. Theo se portó fantástico, muy flexible con nosotros. Cuando Wences salí­a a dar vueltas y yo estaba cuidando la siesta de Dio, ella se iba a explorar Auckland por su cuenta. Para cuando se fue, Theo conocí­a la ciudad mucho mejor que yo o que Wences.

Pasamos un dí­a en la isla de Waiheke. Nos tomamos el ferry con nuestro auto. Nos encanta Waiheke. Theo habí­a averiguado sobre una muestra de esculturas llamada Esculturas en el Golfo. Fue tan divertido. Más de 20 obras diferentes repartidas en un terreno de un kilómetro y medio de largo con vista al golfo. Una escalinata al cielo, el sonido del agua ondulante amplificado, una enorme silla de jardí­n, nos divertimos. La caminata de vuelta al auto en medio del calor casi me mató, pero resucité después de tomar un helado. Theo nos invitó a un almuerzo delicioso con vista al agua después de un largo paseo en auto alrededor de la isla. Creo que a todos nos hubiera gustado quedarnos un poco más, pero tení­amos que tomarnos el ferry de vuelta para Auckland.

Una de las últimas noches de la visita de Theo fuimos a ver Cirque du Soleil. Qué experiencia. ¿Cómo describir algo tan extraño y hermoso a la misma vez? No puedo. Después de años de intentar verlos infructuosamente, Wences nos sorprendió con las entradas. Fue muy especial.

Algunos de mis recuerdos favoritos son de Theo y Dio jugando juntos. Theo siempre ha sido la juguetona de los tres hermanos. Su sentido del humor y su capacidad de reirse de si misma siempre nos ha levantado el ánimo. Pero a Dio lo transportó a otro nivel de juegos tontos. Antes del desayuno iba a su cuarto a golparle la puerta para despertarla. Pasaban un rato saltando sobre la cama de ella y después vení­an a desayunar. Después de un desayuno de yoghurt y frutas, se volví­an a saltar al trampolí­n o a colorear con los nuevos libros de colorear y crayones que le trajo de regalo. Mientras lo miraba sentado en su falda, los dos coloreando sin parar, igual que hací­a ella cuando era chiquita, me inundó tanta alegrí­a que fue como si pudiese valorar reconocer el sentido de familia de una nueva forma. Al mismo tiempo, mientras los miraba a mi hermana y mi hijo, coloreando sus libros con expresiones similares en sus rostros, ya la estaba extrañando. Estar lejos de la familia puede ser tan difí­cil. En especial cuando en tu vida están pasando tantas cosas que querés compartir. Estoy segura que las hormonas del embarazo llevan todos estos sentimientos a un nivel más profundo. Digamos que cuando Theo se fue no quedó un par de ojos secos. Porque no sólo me despedí­a de mi hermana, sino también de mi mejor amiga.

La Visita De Nicholas

La llegada de Nicholas estaba programada para las 7 y media de la mañana. Salimos del barco a las 7 de la mañana, lo que nos daba el tiempo justo para llegar cuando estuviese saliendo de aduanas. Pero cuando llegamos al auto, tení­a una rueda desinflada. Cuando Wences fue a buscar las herramientas para cambiar la rueda, no habí­a llave. Por suerte su taller en el barco tiene todas las herramientas conocidas por el hombre que pudiesen caber en un espacio de un metro cuadrado. Después nos topamos con tráfico pesado. Yo esperaba encontrarme con un hermano ligeramente enojado. Eso no serí­a un buen comienzo para una visita, en especial después que viajó 20 horas en avión para llegar hasta ahí­. ¡Pero no! ¡Llegamos justo a tiempo! ¡Yupiii!
De mañana salimos a navegar hacia la isla Great Barrier. Era un dí­a hermoso. Salir navegando de Auckland es tan lindo. Hay docenas de hermosas islas, algunas de ellas con verdes colinas, otras con muchos árboles y pequeños volcanes, otras con unas casitas muy pintorescas. Siempre quiero explorar cada una de las islas. Parecí­a que todos los barcos habí­an salido a navegar. Nos llevó 8 horas llegar. Podí­amos ver la isla a la distancia. Muchos árboles, montañas, sin casas. Dio y yo dormimos una siesta durante las últimas dos horas. Estábamos navegando contra el viento, y eso siempre me hace marearme un poco. Hasta Dio, que en general no tiene problema, estaba acostándose en el piso y apoyando la cabeza. Wences nos despertó cuando estábamos llegando porque era tan hermoso. Un pasaje angosto nos llevó tierra adentro hasta Puerto Fitzroy, pasando unas islitas, unas hermosas torres de roca talladas por el viento y el agua durante años. Llegamos a un fondeadero protegido y bajamos anclas cerca de otros tres barcos.

Pasamos dos noches en Puerto Fitzroy. El tiempo estaba bárbaro. Demasiado viento para hacer snorkel, pero soleado y cálido. Fuimos a hacer una caminata por la isla. Sólo hay 45 habitantes. Unas lindas casas de madera bien mantenidas con sus jardines y céspedes. Todos tienen sus propios generadores y pozos de agua.

Nuestra siguiente parada era Whangaparapara. Un poco más grande. Una bahí­a chica y hermosa para que pudiésemos anclar. Acá habí­a más navegantes de paseo, disfrutando el tiempo fantástico y la belleza pací­fica de la isla Great Barrier. Salimos a hacer caminatas en el muy bien mantenido bosque nacional. Conocimos dos chicas agradables de la Isla del Sur que estaban acampando junto al mar. Subimos caminando a la cima de la colina que habí­a junto a la playa y vimos unas casas muy lindas metidas entre grandes árboles. Algunas parecí­an estar construí­das en los árboles, de tan metidas que estaban entre las ramas y el follaje. No vimos mucha gente, y la poca que vimos salió disparada en sus camionetas o cuatro por cuatro a hacer los mandados que fuera que estaban haciendo. Nicholas y Wences compraron más verduras y carne en el hotel/almacén. Exploramos la zona en el bote hasta que parecí­a que habí­a más agua en el bote que afuera, y ahí­ salimos rumbo a nuestra siguiente parada.

El tercer lugar tení­a una linda playita, cerca de un pequeño parque. Fuimos ahí­ después de la siesta de Dio. Aparte de los extraños bichos grises que picaban en el agua llana, era una playa perfecta. Por suerte a Dio no parecí­an molestarle los bichos. Creo que sólo picaban cuando te quedabas quieto, y Dio estaba corriendo de un lado para otro, tirando arena, destruyendo castillos de arena y juntando conchas marinas y dejándolas caer. Cuando ve algo que le gusta dice ¡GENIAL! Me mata cada vez que lo hace. Tuvimos que arrastrarlo de vuelta al bote, llorando y pataleando.

Cuando llegamos de vuelta a Auckland, Wences convenció a Nicholas de hacer una especie de salto bungee invertido, una locura neozelandesa en la mitad de Auckland que catapulta a tres o cuatro personas a una altura superior a la mayorí­a de los edificios circundantes en materia de segundos, y después los arroja de vuelta al piso. Nunca en mi vida he escuchado a mi hermano gritar de esa manera. Yo estaba filmándolos desde la calle, pero su alarido me hizo reir tanto que las imágenes terminaron siendo una porquerí­a. Y él seguí­a gritando. Fue tan cómico. Cuando Nicholas, Wences y Lloyd, la otra ví­ctima, se calmaron en tierra, se veí­a que la velocidad, la altura y el susto que habí­an experimentado en segundos los habí­a tomado por sorpresa a los tres. Nico y yo nos reí­amos y estábamos agradecidos de haber hecho esto antes de la cena, y no después. De lo contrario, no tengo duda alguna de que habrí­a terminado bañada por la cena de mi hermano.

Llevamos a Nicholas al parque Auckland Domain, donde exploramos los jardines e invernaderos. Aprendí­ sobre el lirio Victoria Regia, de la amazonia. Abre su flor blanca y un escarabajo especial entra en sus pétalos. Lentamente los pétalos se cierran alrededor del escarabajo que pasa la noche atrapado en el lirio hasta la mañana siguiente cuando es liberado una vez que la flor se ha polinizado. Cuando la flor abre al dí­a siguiente, los pétalos ya no son blancos, sino rosados. Nicholas fue al museo a ver la muestra maori. Nosotros intentamos ir, pero Dio no estaba de ánimo para museo. Lo soltamos en el enorme parque conocido como el Auckland Domain. Encontró un árbol perfecto para trepar y se pasó el resto del tiempo colgando de su nuevo amigo. También fuimos al acuario antártico de Kelly Tartan, que tení­a pingí¼inos, tiburones, toda clase de peces y una exhibición sobre los primeros exploradores del Artico. Cuando pienso que la vida en el barco es dura, pienso en esos exploradores y me asombro de las condiciones extremas bajo las que vivieron, y por supuesto, algunos de ellos, murieron. En general las últimas dos generaciones se han convertido en seres habituados al confort. Estamos tan acostumbrados a poder manipular nuestro entorno con apenas apretar un botón que nos hemos olvidado de lo que somos capaces.

La visita de Nicholas fue fantástica. Dio lo conoce como Coco y todaví­a pregunta por él de vez en cuando.

La Visita De Willy

El dí­a que llegó Willy, él y Wences se fueron a dar una vuelta en bicicleta por todo Auckland y después corrieron en la regatta Sail New Zealand (los barcos de la última America’s Cup) con Nico y algunos otros tipos. Intentamos ir a cenar a nuestro lugar japonés preferido, Rikka, pero como éramos más de los que les habí­amos dicho originalmente, no tení­an lugar para sentarnos. Así­ que fuimos al lado, a un lugar que parecí­a un agradable restaurant español pero resultó ser mala comida y peor servicio. Una pena.

El dí­a siguiente era domingo de Páscua. Fuimos en auto hasta Wanganui (a dos horas al norte de Auckland) a ver a la prima de Wences, Cristina, su familia y algunos de sus amigos para Páscua. Lo pasamos tan bien. Habí­an escondido huevos de chocolate en los árboles para los nenes, y los más grandes tuvieron la amabilidad de dejarle algo para Dio. Estaba tan fascinado, se pasó el resto del dí­a buscando huevos de chocolate en cada árbol con que nos cruzamos. Fuimos a una playa cercana que estaba bastante atestada de gente. Dio fue a nadar con Cristina, y su nueva novia, Sophie, y se hubiera quedado en el agua helada durante horas. Cuando se empezó a poner azul, lo saqué, llorando y pataleando, y lo llevé a una cabañita cercana donde pasamos la noche con Willy. Nos dimos una larga ducha caliente y después dormimos una siesta. Yo precisaba la siesta tanto como él. Algunos dí­as me dan ganas de desplomarme donde sea que esté y dormir durante tipo una hora.

Janeel y David nos invitaron a su casa a comer un asado que estuvo delicioso. Era tan agradable sentirse tan bienvenidos por gente que apenas estábamos conociendo. Su hijo nació el mismo dí­a que Diógenes, pero es cuatro años mayor. Dio por supuesto idolatra a los nenes más grandes y siempre los anda persiguiendo, riéndose y gritando de la excitación y en general ellos quieren jugar a algo de nenes grandes que Dio va y les arruina inmediatamente. Los adultos tratamos de mantenernos al margen lo más que podemos y dejamos que ellos se arreglen. Yo estaba tan feliz de verlo a Dio tan contento.

Al dí­a siguiente fuimos a una playa diferente que era muy hermosa. Era realmente todo lo que uno se imagina al pensar en una playa fantástica. Lindas dunas, una playa ancha con mucho espacio, olas suficientemente grandes como para barrenar, limpia, agua tibia. Marcos entró con su auto a la playa y nos fuimos un poco lejos de donde estaban esparcidos los demás grupos de gente entre las dunas. Realmente parecí­a que tení­amos nuestra propia playa privada. Era fantástico. En lugar de arrastrar a Dio para su siesta, Cris intentó hacerlo dormir bajo la sombrilla en la playa. Cuando eso no funcionó, lo llevamos a dar un paseo en el carrito por la playa, y en cinco minutos estaba dormido. Lo dejamos bajo una sombrilla al otro lado del auto para que no pudiera oir a los demas nenes. Wences probó hacer un poco de kite surfing pero el tiempo no ayudaba. Casi terminó en Australia, arrastrado por el viento. Yo me dí­ cuenta que estaba en problemas cuando de hecho abandonó el kite y empezó a nadar de vuelta hacia la playa sin la tabla y sin el kite. Pero de alguna forma, supe que iba a estar bien. Porque siempre lo está. El resto de la gente estaba muy preocupada por él, pero yo sabí­a que iba a salir bien. Vi que no estaba estancado en una corriente, que vení­a avanzando bien. Momentos después de que llegara a la costa, vino un botecito de pesca y le trajo el kite de vuelta. Tuvo mucha suerte. Pero Wences parece tener buena suerte en general. Ese fué el único bote que vimos en todo el dí­a.

Al dí­a siguiente salimos navegando con Willy hacia la Pení­nsula Coromandel. Como era un poco tarde decidimos pasar la noche en Waiheke, que quedaba cerca. Waiheke es una preciosa isla no muy lejos de Auckland, a unos 40 minutos en ferry, con unas hermosas montañas, viñedos, bahí­as, y unas casas modernas con mucha onda. Habí­amos ido ahí­ con Theo por el dí­a a ver una muestra fantástica de esculturas que etaban todas desparramadas en la ladera de la colina con vista a una bahí­a divina. Nos divertimos tanto que Wences y yo querí­amos volver seguro. Cuando salimos era un dí­a hermoso. Por desgracia el viento vení­a justo de proa así­ que tuvimos que hacer todo el camino a motor. Llegamos justo a tiempo para la puesta de sol.

Al dí­a siguiente Wences hizo reservas para ir a un viñedo estupendo que tení­a un restaurant. A mi siempre me preocupa un poco llevar a Dio a los restaurantes porque lo único que quiere hacer es correr de arriba para abajo, gritar, y quizás arrojar un par de piedras, pero este restaurant resultó ser perfecto. Era un edificio cilí­ndrico con mucha onda, sobre una colina. El restaurante estaba en el último piso, desde donde se veí­a el viñedo y la bahí­a. Era algo hermoso. También debí­a funcionar como la casa de alguien, porque en la planta baja habí­a un trampolí­n y algunos cuartos de niños. Wences y yo nos turnamos para comer y saltar con Dio. Dio se portó bien y comió muy bien. Me encanta que está dispuesto a probar cualquier cosa y que le gusta todo tipo de cosas que a los niños de su edad no les gusta. Wences se ha esforzado en asegurarse de que yo no me abstenga de darle de comer a Dio toda clase de comidas y de no permitirle comer el postre antes de comer la comida. A veces, como por ejemplo en restaurantes, es muy tentador darle cualquier cosa simplemente para mantenerlo callado. Tenemos suerte que la mayor parte del tiempo Dio come lo que sea que le demos. Por ejemplo, le encanta la comida tailandesa.

A la mañana siguiente salimos rumbo a la Pení­nsula Coromandel. Otra vez tuvimos que andar a motor por culpa de la dirección del viento, pero igual fue un lindo dí­a. Coromandel es hermoso. Hay montones de grandes montañas, calas, árboles, vacas. Wences y Willy fueron en bicicleta al pueblo mientras Dio y yo le dábamos de comer galletitas de queso a los peces que estaban abajo del barco. Habí­an tantos pececitos que fue super divertido para Dio. Le ecantan tanto los peces. Les habla, los llama cuando no los puede ver. Básicamente, son sus mejores amigos. Y mirar el video de Nemo sólo refuerza este fenómeno. En cuanto alguien prende la televisión él se pone a gritar PECECITO PECECITO PECECITO, se sienta en su sillita, y espera a Nemo. Estoy deseando que llegue la hora de que pueda hacer snorkel. Lo vamos a tener que atar al barco, sino, podemos perderlo mientras esté haciendo snorkel y nos deje por una escuela de delfines, o algo así­.

Sé que pasamos tres dí­as en la Pení­nsula Coromandel, pero si me preguntan qué hicimos, bueno, la verdad no me acuerdo mucho. Supongo que más que nada descansar. Willy y Dio agarraron la costumbre de hacer una sesión de fútbol a primeras horas de la mañana sobre el trampolí­n. Lo último de Dio es decir MONG MONG y mostrarte su muñeca. Al principio pensé que estaba hablando en chino y tratando de bailar flamenco. Al final me dí­ cuenta de que era su interpretación de COME ON, o vamos. Todas las mañanas Dio vení­a a donde estaba Willy, ya sea que Willy hubiese desayunado o no, y decí­a MON MON y después salí­a corriendo para el trampolí­n. Creo que las primeras veces Willy fue para ser atento, porque Willy es tan bueno. Pero creo que los últimos dí­as estaba disfrutando tanto como Dio sus sesiones de fútbol mientras volaba por el aire. Debo admitir que yo los espié. Dos veces. Y saqué fotos. Es tan lindo ver a Dio tan feliz y ver que Willy apreciaba su alegrí­a y su tonto sentido del humor. Hicimos algunos paseos de exploración en el bote. Eso siempre es divertido. En especial desde que Wences siempre lleva un tanque de combustible de reserva, así­ que sé que nunca nos vamos a quedar sin nafta, como en Moorea. La última noche hicimos un picnic en la cima de una colina que tení­amos en frente. Yo creí­ que iba a dar a luz mientras subí­a ese monte, pero lo logré. Nos sentamos en una gran colcha amarilla, haciendo muuu a unas vacas que habí­a cerca, comimos queso, galletitas, nueces y frutas, y tomamos un vino fantástico que Willy trajo de Argentina. Ahí­ arriba era tan hermoso. Saqué un millón de fotos de vacas, el barco con las vacas… se hacen una idea de lo que digo.

Al dí­a siguiente salimos muy temprano. De nuevo tuvimos que andar la mayor parte del camino a motor, con el viento de proa. Llegamos temprano y Wences y Willy se fueron a explorar Auckland un poco más mientras Dio y yo dormí­amos la siesta. Al dí­a siguiente fuimos al zoológico. Tan divertido. A Dio le encantó todo. Miraba a los lémures como si estuviera mirando una comedia boba en la tele. Cada vez que uno saltaba a un árbol o corrí­a atrás de otro, él se mataba de la risa. Mejor dicho, gritaba. Los neozelandeses tienden a ser algo reservados, pero hasta los más reservados tení­an que darse por vencidos y reirse mirando a Dio, que estaba tan excitado y bobo, que su risa era contagiosa. Por supuesto que también adoró el acuario. De hecho tuvimos que arrastrarlo para sacarlo de ahí­. No pude dejar de notar que estaba igualmente interesado en los demás niños, y hasta en ocasiones más interesado que en los animales, y se iba corriendo con cualquier grupo de nenas o varones que pasara por ahí­. Nuestro amigo Lloyd de Deep Blue nos invitó a un asado esa noche. Lo pasamos bien, una comida fantástica, una linda noche. Cuando Diógenes empezó a reordenar la cocina, decidí­ que era hora de ponerlo a dormir.

Al dí­a siguiente Willy se fue mientras Dio estaba durmiendo. El nombre de Dio para Willy era Witi. Preguntó dónde estaba Witi y le dijimos que Witi se habí­a vuelto a su casa. Creo que todaví­a no entiende eso. Al dí­a siguiente yo estaba doblando la ropa lavada y Dio vio una camiseta anaranjada, casi del mismo color de una de las de Witi, y dijo WITI! Tan dulce. Es impresionante cómo funciona el cerebro de los nenes. Asociando con el color, quién hubiera pensado que un niño de 21 meses harí­a eso. Siento que estoy aprendiendo tanto de estar con Diógenes, de observarlo aprender y disfrutar de la vida. Me ayuda a recuperar la sensación de asombro que todos tení­amos cuando éramos chicos. Bueno, la cosa es que extrañaba a Witi. Pero de una forma buena. Se sonrí­e cuando le muestro una foto de Willy. Y después me pide que vaya con él a saltar en el trampolí­n.

Martin Y Mercedes

Dos semanas después de que naciera Theodore, tuvimos la suerte de recibir la visita de Martin y su esposa Mercedes. Cuando todaví­a viví­amos en Miami Martin se habí­a mudado de Argentina a Miami y se quedó en nuestro barco anterior, el Poca Cosa, durante algún tiempo. Tení­amos el barco justo afuera de nuestro edificio, así­ que veí­amos a Martin todo el tiempo. Fue lindo tener tanto tiempo para llegar a conocer a Martin. Vino con la esperanza de entrar en una facultad de odontologí­a en Fort Lauderdale. Sin embargo, para siquiera postularse, tení­a que pasar dos exámenes super difí­ciles. Estábamos un poco preocupados de que no fuese a pasar, porque poco después de llegar a Miami se lo tragó el mundo de los deportes acuáticos. Con su habilidad natural para los deportes, aprendió a hacer kite surf tan bien que en cuestión de meses daba clases. Por suerte pasó los exámenes con notas excelentes. Después empezó a pasar el tiempo en la facultad a la que querí­a ir. Aparecí­a en las clases, le hablaba a los profesores. Yo estaba muy impresionada con lo decidido que estaba. Después de pasarse meses conociendo a todo el mundo en la facultad, lo aceptaron. Si no hubiera estado en la facultad lo hubiésemos invitado a venir en el viaje con nosotros. Es el compañero perfecto, atento, amable, con buen sentido del humor, dispuesto a hacer lo que sea que le pidan, un buen integrante de un equipo. Ah, bueno, también estaba el asunto del casamiento. Unos meses después de irnos de Miami, Martin nos dijo que no sólo habí­a vuelto con su novia, sino que habí­an decidido casarse. GUAU. Estábamos sorprendidos y contentos por él. Por eso fue tan fantástico que nos vinieran a visitar. Tuvimos oportunidad de ponernos al dí­a con Martin y de conocer a su mujer. Parecen muy felices juntos. Después que Martin termine la facultad el año que viene se van a mudar a Seattle donde a Martin ya lo espera un trabajo. BARBARO. Una buena excusa para visitar Seattle.

Durante su visita estábamos un poco enloquecidos. Nos dio lástima no tener más tiempo para pasar sólo con ellos. Pero lo tomaron bárbaro. Acompañaban a Wences en sus mandados, ayudaban con Diógenes, etc. Wences llevó a Martin y a Marcos a un partido de rugby de los All Blacks. Le ganaron Fiji por algo ridí­culo, tipo 80 puntos. Supongo que los All Blacks son bastante buenos. Si dijera eso en voz alta capaz que me abofetean. Acá todos se toman a los All Blacks muy seriamente. Pudimos navegar cerca de la casa de Cristina y Marcos al norte de Auckland. Los invitamos a un asado. Aunque estaba un poco fresco, todos nos abrigamos bien y lo pasamos bárbaro. El cuñado de Marcos, que recién se mudó a Nueva Zelanda con la esperanza de conseguir trabajo y traer a su familia, también vino. Es muy bueno contando chistes, así­ que entre él, Marcos y Wences tuvimos entretenimiento durante horas. Sin embargo, Marcos decidió hacer las cosas aún más interesantes, y casi incendió el barco. Pero era por el asado y estos argentinos se toman el asado muy seriamente. El tenerlos a todos de visita me hizo darme cuenta que tengo un poco olvidado el español, pero no importa. Estoy acostumbrada a entender la mitad de lo que se dice en situaciones como esta. A veces entiendo lo que dice todo el mundo, y a veces creo que entiendo, y depués me entero más tarde que estaban hablando de algo completamente diferente. Aparte del incendio, el asado estuvo bárbaro. Dio y Sophie se divirtieron tanto juntos, que los dos lloraron cuando se tuvieron que ir.

La visita de Martin y Mercedes se pasó tan rápido que no lo podí­amos creer cuando les llegó la hora de irse. Vamos a tener que ir a visitarlos pronto a Seattle.

Los Padres De Belle Vienen De Visita

El 8 de julio llegaron mis padres. Yo estaba tan contenta de verlos. No sé si Dio se acordaba de ellos, pero momentos después de verlos de vuelta los tení­a haciendo la marcha de El Libro de la Selva por toda la casa. Mamá era la que mejor marchaba, y Papá era el profesional en pegar gritos de elefante. Lo pasamos tan bien. Cada vez que se iban por el dí­a Dio lloraba. Eran sus nuevos mejores amigos. No hicimos mucho durante la visita de mis padres. Caminamos por la ciudad, fuimos a ver una pelí­cula en el festival de cine de Auckland (Hidden, con Juliette Binoche, muy francesa, te deja completamente sin idea de nada) salimos a cenar a lugares lindos muchas veces, fuimos a cenar a un lugar desagradable una vez, gracias a mi, y muchas noches nos quedamos calentitos en casa, cuidando a los varones que estaban enfermos. Mi dí­a favorito fue cuando llevamos a Dio al zoológico. Le encantan tanto los animales y está aprendiendo todos sus nombres. Creo que se quedarí­a durante meses en el zoológico sin problemas. Sus animales favoritos son los elefantes, obviamente, los monos, los lémures, los peces, tortugas y el león.

La última noche que pasaron con nosotros Dio tuvo una noche terrible. Se pasó despertándose cada media hora a los gritos. Yo no estaba segura de lo que era, pero pensé que de repente era un efecto secundario del larium. Sus gritos sonaban tan desesperados que no podí­a dejarlo solo. Traté de hacerlo dormir en nuestra cama, pero se negaba a dormir. Después lo llevé de vuelta a la cuna, depués al piso. Estaba caliente, así­ que le dí­ Tylenol. Unos momentos más tarde empezó a temblar. Lo miré y tení­a los ojos dados vuelta. Me desesperé por completo. Lo levanté, me lo puse al hombro y me fui a buscar el teléfono. Por supuesto que nunca sé dónde está mi teléfono y por primera vez vi la utilidad de tener un teléfono de lí­nea fija. Cuando encontré el teléfono llamé a mis padres que por suerte se estaban quedando en un apartamento dos pisos más abajo. Lo puse a Dio sobre una alfombra cerca de la puerta y prendí­ la luz. Estaba empezando a preguntarme si tendrí­amos que cancelar el viaje. Dio estaba tomando las únicas pastillas para la malaria que pueden tomar los niños y las madres que están amamantando, larium. Los efectos secundarios pueden ser ataques de apoplejí­a, depresión, ansiedad, alucinaciones y pesadillas. Pobre Dio. ¿Cómo iba a hacerle pasar por esto en forma regular? Sonaba terrible. De repente, ví­ que le salí­a mucho lí­quido del oí­do. AHHH. Una infección en el oí­do. Por más doloroso que debe haber sido (la presión en el oí­do de hecho le hizo un agujero en la membrana, que es por donde salí­a la pus, de una infección en la garganta) me alegró que fuera una infección en el oí­do y no una reacción al larium. En unos momentos llegaron mis padres y se quedaron acompañándome. Se daban cuenta que Dio se iba a mejorar. No tení­a mucha fiebre y tení­an la tranquilidad que viene de cuidar niños enfermos cientos de veces. Algo que admiraba y estaba agradecida de tener cerca, porque yo estaba muy lejos de estar tranquila. Se quedaron conmigo hasta que Lizz volvió de su fin de semana libre y ahí­ se subieron a un taxi y se fueron corriendo a tomar el avión a Massachusetts. La despedida fue un poco triste porque no sabí­amos bien cuándo nos í­bamos a ver de vuelta. Dio todaví­a pregunta por ellos, en especial cuando yo me niego a hacer la marcha del elefante.

Amigos

Durante los siete meses que nos quedamos en Nueva Zelanda, tuvimos oportunidad de conocer alguna gente fantástica. Les agradecemos su generosidad y esperamos poder volver a vernos, ¡quizás en alguna marina en algún lugar inesperado!
Nico Y Dagmara

Conocimos a Nico y Dagmara en Tongatapu. Son una pareja de Polonia que hace dos años que está navegando. También planeaban navegar a Nueva Zelanda con el resto de los navegantes que estaban esperando en Tongatapu. Sabí­amos que nos iba a llevar entre 8 y 10 dí­as. Para Dagmara y Nico serí­a una travesí­a mucho más larga. Ellos sabí­an que les esperaban unas tres semanas. Pasamos una agradable tarde con ellos en el Simpática. A Dagmara le encanta España y aprendió a hablar español mientras viví­a en Polonia. Después fue a vivir un tiempo en España, así­ que su español es muy bueno. La primera vez que los conocimos Dagmara fue la que más habló. Nico parecí­a un poco reservado y tí­mido, pero le echó la culpa a su incapacidad de hablar en español. ¡Seguro!

Después de que volvimos de nuestro paseo en la casa rodante por las Islas del Norte y del Sur de Nueva Zelanda, Nico y Dagmara nos encontraron en la marina West Haven Marina en Auckland. Aunque todos los barcos que vimos en Tonga pasan la temporada de los huracanes en Nueva Zelanda, todos se fueron a diferentes marinas y ciudades, así­ que no volvimos a ver a muchos de ellos. Empezamos a pasar cada vez más tiempo con Nico y Dagmara y al poco tiempo los estábamos viendo en forma regular. Al principio no era idea nuestra, pero Diógenes insistió. Diógenes es todo un actor. Le gusta todo tipo de gente, pero no confí­a en todo el mundo. Actúa para cualquiera, pero no toma a cualquiera de la mano y se los lleva a jugar muy a menudo. Tampoco llora cuando se despide de gente que apenas conoce. Pero la segunda vez que vio a Nico y a Daga, Diógenes los arrastraba por todos lados como si fuesen sus nuevas mascotas, y cuando le sacamos las mascotas, se puso a llorar. Yo sabí­a de antes que Nico y Dagmara me caí­an bien, pero cuando ví­ eso, supe que eran gente maravillosa. Dio tiene buen gusto.

Aprendimos mucho de Nico y Daga. Pasamos horas charlando sobre sus vidas en Polonia, fascinados de enterarnos que la gente viví­a mejor en el dí­a a dí­a bajo el régimen comunista. Nico y Daga se fueron de Polonia porque no quieren vivir más ahí­. Si viví­s ahí­ tenés que elegir entre participar o no en la corrupción. Si elegí­s no participar, sufrí­s. Wences dice cosas parecidas de Argentina. Por este y muchos otros motivos Wences y Nico se entienden muy bien. A los dos también les encanta charlar. Dios mí­o. Dagmara y yo simplemente los observamos mientras conversaban sin parar. Para ellos conversar es un deporte. Nos encantaba ir a su barco pequeño y acogedor temprano de mañana a despertarlos y verlos desperezarse, sabiendo que nos invitarí­an a tomar café o té a la hora que fuera que los visitásemos. Esos polacos se pasan todo el dí­a tomando té. Los llamábamos los ucranianos locos, o los krakozianos males de la cabeza (ver La Terminal, con Tom Hanks) para molestarlos. Parece que todo el mundo se confunde a los polacos con otra cosa. Así­ era nuestra amistad, confortable y divertida. Cuando Wences se fue para ir al casamiento de su hermana Azul y a algunas reuniones de negocios hacia el final de mi embarazo, Dagmara también se habí­a ido a visitar a su familia y amigos en Polonia durante un tiempo. Así­ que Nico y yo dábamos unas caminatas a un parque cercano con Dio, o a Ponsonby. Yo sabí­a que si pasaba algo Nico harí­a todo lo posible por ayudarme. El inglés de Nico es perfecto. No siento que estoy hablando con un ucraniano loco. Me olvido que el inglés no es su lengua madre y charlamos de todo tipo de cosas: de arte, religión, comida, culturas diferentes, etc. Dagmara habla inglés pero se siente más cómoda hablando en español. Cuando todaví­a estábamos viviendo en la marina y pasando tiempo con ellos creo que mi español mejoró mucho de charlar con Dagmara. Dagmara es hermosa. Tiene un pelo largo, grueso y rubio, y ojos azules suaves y soñadores. Es muy cálida y generosa y tiene un gran sentido del humor. Además es increí­blemente fuerte, también. Sabe lo que quiere y lo que no, y no acepta nada menos. Es toda una mujer.

Cuando Wences le dijo a Nico que lo iba a extrañar cuando se fuera, Nico dijo “No, no me vas a extrañar”. Wences, que no es de decir cosas personales que lindan con lo empalagoso, le dijo “Sí­, Nico, realmente te voy a extrañar”. Nico lo miró con su maravillosa sonrisa y le dijo, “No. ¡En Grecia hay toneladas de Nicos!” Esperamos poder ir a visitarlos algún dí­a si vuelven a Polonia. Y siempre están invitados a pasar un tiempo con nosotros.

Cristina Y Marcos

La prima segunda de Wences, Cristina Casares, y su marido Marcos están viviendo en Nueva Zelanda con sus dos nenes Marquitos y Sophie desde hace tres años. Wences la fue a ver después que hací­a de algún tiempo que estábamos aquí­. Diógenes se enamoró de Sophie en el momento en que la vió. Siempre le han gustado las mujeres mayores, y estaba tan apegado a Sofí­a que parece lo más lógico que su primer enamoramiento fuese con una niña de 3 años llamada Sophie. Por suerte para él, Sophie sentí­a lo mismo. Aunque la mayorí­a de los niños de la edad de Marquitos (6) se sentirí­a demasiado espléndido para jugar con un bebé, Marquitos era muy dulce con Dio. Siempre lo ayudaba, lo abrazaba y lo cuidaba. Pasar tiempo con ellos me hizo darme cuenta de que Dio necesita estar en compañí­a de niños con mayor frecuencia.

Disfrutamos mucho el tiempo que pasamos con Cristina y Marcos. Cristina es animadora y en este momento tiene muchos proyectos interesantes en marcha. Me dejó leer un guión que en el que está trabajando y compartió conmigo muchos de sus planes. Fue divertido. Tiene unas ideas fantásticas que están siendo bien recibidas. Tiene la creatividad, disciplina y ambición para hacer lo que sea necesario para realmente triunfar. Sé que algún dí­a vamos a ver algunos de sus proyectos en la pantalla grande. También es de morirse de linda, ¡lo que siempre ayuda en Hollywood! Marcos y Wences se llevaron bárbaro desde el dí­a en que se conocieron. Aparte del amor que comparten por la velocidad, que se manifiesta en carreras de carting extremadamente competitivas, que creo que Marcos ganó una vez y Wences ganó la segunda vez, tienen un sentido del humor similar y les encanta compartir cuentos, en especial cuentos graciosos. Nos invitaban a cenar a su casa y casi todas las veces que í­bamos terminábamos quedándonos a dormir y volviéndonos tarde al dí­a siguiente. Esa es mi imagen de la mayorí­a de los argentinos. Extremadamente generosos. Te invitan a sus casas y hacen lo que sea para asegurarse de que lo pases bien, y por intentar que ese momento agradable se extienda hasta el dí­a siguiente. Cuando mis padres estaban aquí­ Marcos y Cristina nos invitaron a almorzar a un hermoso viñedo. En broma, dije “Che, mis padres y yo estábamos pensando lo lindo que serí­a quedarnos a dormir en tu casa esta noche, quizás mañana, y charlar muchas horas más”. Marcos me miró y sin pestañar dijo, “¡Eso estarí­a buení­simo!” Yo no lo podí­a creer. Me reí­ tanto. La imagen de mi con mis dos varones y mis padres desparramados por todo el piso de su casa me hizo morir de risa. Pero a ellos de verdad no les hubiera molestado. Disfrutamos mucho nuestros fines de semana jugueteando en la playa, y buscando huevos de pascua en el jardí­n de sus amigos Janeel y David. Cuando Wences se fue hacia el final de mi embarazo, Marcos me llamó y habló muy seriamente conmigo. Nos invitó a mi y a Dio a ir a quedarnos con ellos hasta que volviera Wences. Como viven a casi una hora de North Auckland y yo estaba tratando de encontrar un apartamento en Auckland para mudarnos mientras Wences navegaba hasta Bali, tuve que decir que no. Marcos dijo, “Bueno, somos familia, así­ que quiero que me llames por CUALQUIER problema que tengas. CUALQUIER COSA, me llamás”. Eso me hizo sentir bárbaro porque estaba un poco preocupada de que el bebe naciera mientras Wences estaba de viaje. Sé que podrí­a haberlos llamado en la mitad de la noche y hubieran venido a ayudarme. Eso es familia, ¿no es cierto?

Lloyd Y Fiona

Conocimos a Lloyd, el capitán del Deep Blue, en las Tuamotos en la Polinesia Francesa. El y su ex novia y skipper, Fiona, echaron anclas muy cerca nuestro una tarde muy tranquila. Al principio estábamos molestos. Habí­amos estado disfrutando de ser el único barco en ese fondeadero. Dos dí­as más tarde parecí­a que todo lo hací­amos con Fiona y Lloyd. Mi tarde preferida fue cuando fuimos de picnic a una de las numerosas islitas. Después de tomar un poco de vino y comer algo de queso, los hombres se fueron “a cazar” y las señoras se quedaron, charlando y jugando con Dio. Un rato más tarde, Glen, Lloyd y Wences trajeron unos cangrejos ermitaños que habí­an cazado. Wences me dijo que los agujeritos en el suelo eran los agujeros de los cangrejos. Yo no podí­a creer la cantidad de agujeros que habí­a. ¡Estábamos parados en una potencial croqueta de cangrejo! ¡Deli! Wences y yo fuimos al monte de cocoteros y anduvimos persiguiendo cangrejos durante una hora o algo así­. Decirle a Wences que ande despacio y en silencio para que los cangrejos no se asusten y se vuelvan a sus agujeritos es como decirle a una ballerina que haga el¨haka¨, la danza tí­pica de los maori. Absolutamente imposible. Si no tienen idea de lo que estoy hablando, tienen que ver a los All Black de Nueva Zelanda, su equipo de rugby, hacer su baile de intimidación al principio de un partido. ¡No por nada jamás pierden un partido! Bueno, al final conseguimos atrapar uno. Wences se las arregló para arrojarlo por el aire con un palo hacia mí­ y yo lo atrapé contra el suelo con una roca. ¡Me encanta ganarme la cena!

Volvimos a ver a Lloyd y Fiona en Tahití­ y luego en la Marina de Westhaven en Auckland. Lamentablemente Fiona y Lloyd se separaron poco después de llegar a Auckland. La siguiente vez que vimos a Lloyd, estaba un poco triste, lo que es de entender. Es suficientemente difí­cil separarse bajo circunstancias normales. Imagí­nense separarse de alguien justo después de llegar a un paí­s nuevo donde no conocés a casi nadie y no tenés una forma fácil de conocer gente nueva. Creo que fue difí­cil para los dos. Dio parecí­a notarlo también. Como Deep Blue estaba justo al lado nuestro en la marina, Lloyd a veces vení­a a tomar una cerveza o mirar una pelí­cula. Diógenes lo tapaba de besos y abrazos. Lloyd no parece estar acostumbrado a tener niños alrededor y estaba un poco incómodo. Lo que sólo hací­a que Dio lo besara más, como cuando los gatos buscan a la persona alérgica a ellos y se enroscan en sus piernas. Bueno, es posible que Lloyd haya tenido una reacción alérgica a Dio, pero al final la superó.

Sin embargo, Fiona y Lloyd decidieron quedarse en Nueva Zelanda, para trabajar un tiempo y ver qué pasaba. Lloyd quiere seguir navegando. Fiona habí­a pensado en convertirse en capitán de barcos de charter, pero se dió cuenta que ese estilo de vida serí­a difí­cil una vez que tenga su propia familia. Al final consiguió un trabajo en Christchurch, una ciudad lindí­sima en la isla del sur con media docena de montañas para hacer esquí­ en las proximidades. Lloyd consiguió un trabajo al norte de Auckland como gerente de proyecto para una firma de ingenierí­a. Aunque ya no están más juntos, parece que siguen siendo grandes amigos. Los queremos mucho y esperamos volver a verlos.

Will, Kate, Y Los Chicos

Como muchos de los navegantes británicos que conocimos por el camino, Will y Kate decidieron anclar en Nueva Zelanda por un largo tiempo, quizás para siempre. Will trabajaba en marketing en Gran Bretaña y aparentemente trabajaba tanto que casi nunca estaba en casa. Se tomaron dos años libres para navegar desde Gran Bretaña hasta Nueva Zelanda con sus dos varones, Tom (10) y Patrick (4). La primera vez que los vimos se acercaron a nuestro barco en Tonga, creyendo que éramos el Traveler. Por lo visto se hicieron bastante amigos de Scott y Nancy mientras navegaban por el Caribe y a los varones les encantaba ir al Traveler a saltar en el trampolí­n y mirar pelí­culas. Cuando Will se dió cuenta que no éramos el Traveler, igual se tiró el lance y preguntó si sus chicos podí­an “usar las instalaciones”. ¡Qué podí­a ser más divertido para Dio que tener dos varones salvajes para saltar con él! Así­ que nos convertimos en el sustituto del Traveler.

Cuando llegaron a Auckland decidieron quedarse en una marina en el otro lado de la bahí­a. Will abrió una empresa para sacar fotos de los barcos durante las regatas o simplemente mientras navegan. Se las arregla para manejar el bote con los dedos de los pies mientras saca las fotos de los turistas que navegan en los barcos de la Americas Cup. Si miran las fotos de la sección de Tonga en el website, van a ver a Will tocando las maracas con los dedos de los pies. Obviamente el tipo es muy bueno en cuestión de coordinación. Mientras estaba empezando su negocio, Kate estaba empezando a trabajar como enfermera en el hospital de niños. Los dos parecen contentos acá. Dicen que la calidad de vida que se puede tener en Nueva Zelanda es mucho mejor que en Inglaterra. Acá la gente está más metida con las actividades al aire libre. Es más fácil ganarse la vida y criar una familia, asegurándose de poder pasar bastante tiempo con los niños. Planean comprarse una casa y empezar de nuevo acá. ¡Si Nueva Zelanda no quedara tan lejos del resto del mundo, nosotros también lo considerarí­amos!

Liz Y David

No mucho después de llegar de vuelta a Auckland tras nuestro viaje en casa rodante con los Austin, conocimos a David y a Liz. Yo habí­a estado lavando ropa en la marina y ví­ una foto de una pareja que buscaba trabajo en un barco. Wences y yo habí­amos estado pensando en contratar a una pareja para remplazar a Sofí­a. Con dos bebes a bordo, parecí­a que í­bamos a precisar más ayuda. Al dí­a siguiente aparecieron en nuestro barco a presentarse. Por lo visto se habí­a corrido la voz de que estábamos buscando gente. Nos cayeron bien inmediatamente, y tras una serie de reuniones para asegurarnos de que todos estuviésemos en sintoní­a respecto a lo que buscábamos, decidimos que se mudarí­an al barco justo antes de que Wences se fuera al casamiento de su hermana. Por lo menos si yo empezaba el trabajo de parto mientras Wences estaba de viaje, no tendrí­a que preocuparme por quién iba a cuidar a Dio.

David y Liz son neozelandeses. Liz tiene 27 y David 32. Están casados desde hace cuatro años, y todo ese tiempo lo han pasado trabajando en su negocio de canotaje en el Lago Taupo. Hace poco vendieron el negocio en parte porque estaban cansados de estar mojados, con frí­o y enfermos, ya que parece que el Lago Taupo es bastante frí­o, pero también porque querí­an viajar y ver el mundo. Estábamos felices de haberlos encontrado. Son buena gente.

Theodore

Wences y yo hemos sido bastante afortunados con la planificación de nuestros dos hijos. Cuando yo estaba haciendo el master, estudiando durante dos años, querí­a tener a Dio durante las vacaciones de verano para poder tener tiempo para pasar con él antes de que empezaran las clases. Cada persona a la que le mencionaba este plan se reí­a de mí­. “No se puede planear el nacimiento de un hijo así­”. Bueno, Dio nació cinco dí­as después de mi último examen, al principio de mis vacaciones de verano, dos dí­as después de que llegara mi mamá a ayudar con el nacimiento. Una planificación perfecta. Siempre le dije a Wences que yo querí­a tener hijos con dos años de diferencia (él, como es maniático y hombre, los querí­a con un año de diferencia, ¡SEGURO!) Todos los que conocen a Wences saben que cuando él quiere algo, en general no hay quien lo pare, así­ que cuando Theodore nació dos años y dos dí­as después que Dio, bueno, varios amigos tuvieron que aguantarse la risa. Wences de hecho estaba enojado de que hubiera sido dos dí­as después de la fecha de los dos años. Lo gracioso es que si hubiera tenido a Theo en Estados Unidos, habrí­a habido sólo un dí­a de diferencia entre Dio y Theo. ¡Podrí­a haber celebrado el cumpleaños de los dos juntos todos los años!

Antes de llegar a Nueva Zelanda, el nacimiento de Theodore siempre parecí­a muy lejano. Habí­amos planeado tenerlo ahí­ porque me habí­an dicho que en este rincón del mundo era el mejor lugar para tener un bebe. Mejor que Australia. Y lí­breme Dios de tenerlo en Tonga. Por más que me encante Tonga. No, la cultura de Nueva Zelanda fomenta el uso de parteras. Eso me gusta. Tuve una experiencia tan fantástica con el parto de Dio con Sheri, la partera de Miami, que tení­a la esperanza de encontrar alguien así­ en Nueva Zelanda.

Sí­ y No. Encontré una partera bárbara, Justine Down, que es lo que llaman una partera independiente. No se limita a trabajar en un hospital o centro de partos en particular, sino que puede trabajar en cualquier hospital o centro de partos y también atiende partos a domicilio. Aunque realmente disfruté el parto en casa con Dio, el parto en el barco no parecí­a tan buena idea. El barco estuvo completamente desarmado durante semanas en la época del nacimiento, con todo el trabajo que Wences le estaba haciendo hacer, y yo tampoco querí­a que Dio estuviera cerca o escuchase el nacimiento del bebe. Me enteré de un centro de partos bárbaro no muy lejos, de hecho a la vuelta de lo de Cristina y Marcos, pero quedaba bastante lejos del hospital más cercano. Casi una hora. Elegí­ un lugar que se llama Parnell Birthcare en Auckland. Realmente dá la sensación de ser una versión agradable de un hospital, limpio, organizado y esterilizado.

Justine me vení­a a ver al barco, donde sea que estuviésemos esa semana, cada dos semanas y después todas las semanas. Justine también navega, lo que es bueno porque quizás a las otras parteras no les habrí­a entusiasmado mucho ir a trabajar a un barco. Disfruté tanto las visitas de Justine. Tiene una presencia que te tranquiliza, amable y directa. Cualquier temor que yo tuviese, ella lo estudiaba y lo comentaba conmigo y en un rato ya me sentí­a mejor. Al mismo tiempo era muy delicada en el trato. La partera que tuve en Miami, por más que la quiero y la respeto, es más tipo un entrenador de un equipo de fútbol. Que quizás es lo que yo precisaba para ese parto.

La mayor parte de mi embarazo de Theo lo pasé muy bien. Los primeros meses me sentí­ bastante mal, pero después que eso pasó me sentí­ bárbaro. Hacia el final del embarazo, estaba cansada y un poco nerviosa. De repente me dí­ cuenta lo que significa tener un bebe en otro paí­s. No podés llamar a tu familia y amigos todos los dí­as para que te den su apoyo. No pueden venir a verte por un fin de semana cuando lleva un fin de semana llegar hasta ahí­. Cuando me quedaba poco más de tres semanas, Wences tuvo que ir al casamiento de su hermana en Argentina y a unas reuniones de negocios en Costa Rica y Chile. No me habí­a dado cuenta cuánto me apoyaba en Wences hasta que estaba por irse. Debe ser que cuando estás embarazada te sentí­s un poco más vulnerable y querés tener a tu marido cerca para que te proteja. Todas las mujeres que conocí­ me dijeron que el segundo hijo es una pavada. ¡Esa parte era fantástica! Unas horas menos de trabajo de parto me vení­an bárbaro. Pero también me dijeron que el segundo hijo nací­a algunas semanas antes. Esa parte no era tan bárbara ya que Wences no iba a estar hasta una semana antes de la fecha del parto. Todos los dí­as cerraba los ojos y le decí­a al bebe que esperara a que volviera su papá. Y lo esperó.

Nunca me ha alegrado tanto verlo a Wences como el dí­a que fuimos a buscarlo al aeropuerto. Sentí­a como que si el bebe nací­a en ese mismo segundo no pasaba nada. Me dijo que esperara unos dí­as para que se recuperara del desfasaje horario por el viaje. Le dije, está bien. En este punto ya casi creí­a que el bebe iba a hacer lo que yo le pidiera. Durante esos pocos dí­as nos mudamos al apartamento en Parnell con la ayuda de Liz y David e hicimos todas esas cosas de último momento que se hacen antes del nacimiento de un bebe, como comprar pañales, claro que sí­, también ropa, y escarpines.

Como el cumpleaños de Dio era un viernes, decidimos celebrarlo un sábado (por favor, nadie le cuente) así­ podí­amos celebrarlo con Cristina, Marcos, SOPHIE, y Marquitos, así­ como con Nico y Dagmara. No planeábamos nada grande. Unas pizzas, serpentinas alrededor de la casa, sombreritos de papel, Cristina trajo una torta, mucho helado. Fué un dí­a agradable. A Dio le encanta abrir regalos. A veces es simplemente el abrirlos. Ni siquiera mira a ver qué hay adentro, sino que pasa a la siguiente caja de colores de la pila. Después de la torta y los regalos fuimos a un parque cercano y dejamos que los nenes corretearan. Dio es tan feliz jugando con Marquitos y Sophie. Es el único momento en que realmente no le importa si estoy cerca o no. Mientras los mirábamos jugar, de repente me sentí­ MUY pesada. La presión del bebe de repente se volvió insoportable. Tuve que sentarme. Marcos me miró medio raro y dijo “Vas a tener el bebe esta noche”. “NO”, le dije, “Esta noche no”.

A las 10 de la noche le dije a Wences que más vale que estudiara el capí­tulo sobre COMO PUEDO AYUDAR A MI ESPOSA MIENTRAS HACE EL TRABAJO DE PARTO de mi libro sobre el embarazo. Se vení­a. Estas eran contracciones. Las del tipo suave que te hacen sentir apenas un poco incómoda. Pero seguí­an viniendo. Comí­ algo de comida y me fui a dormir. Cerca de la una de la mañana me desperté. Las contracciones estaban sucediendo con mayor frecuencia y cada vez más fuertes. Llamamos a Justine que nos dijo que le diéramos un poco de aviso previo porque vive a media hora de Auckland. Después llamamos a Liz y a David que se estaban quedando en el barco y les pedimos que vinieran al apartamento. Puse un DVD de The West Wing y traté de no pensar mucho en nada que no fuera si la mujer de Toby, el personaje de la serie, se iba a volver a casar con él o no. Toby es un tipo bárbaro. De veras tendrí­a que volver a casarse con él. A las dos menos cuarto Liz y David estaban en el apartamento. Wences y yo nos fuimos. Se notaba que Wences estaba nervioso. De hecho paró y consultó un mapa en lugar de manejar hasta el fin del mundo. Yo querí­a llegar. Las contracciones vení­an cada vez más rápido.

Llegamos al centro de partos a las 2 de la mañana. Estaba oscuro y silencioso. Justine me llevó a una gran habitación que tení­a una gran piscina de partos en el centro. Sugirió que intentara caminar un rato. Creo que apenas pude caminar unos quince minutos antes de entrar en la piscina. El agua tibia enseguida me hizo sentir mejor de la espalda. Entre las contracciones, Justine me daba agua con gotas de un analgésico homeopático. Durante las contracciones Wences me masajeaba la parte lumbar de la espalda. Diez minutos antes de las 4 de la mañana sentí­ que mi cuerpo empezaba a empujar. Justine vió que era hora de y me dijo que le diera para adelante. Me parecí­a tan extraño estar pujando aunque todaví­a no habí­a roto la bolsa de agua. Quince minutos más tarde rompí­ la bolsa de agua y en momentos la cabeza de Theo ya estaba afuera. Después de pujar una vez más Theo estaba fuera de mi panza y en los brazos de Wences. ¡Buena atajada, Wences! Dar a luz es una experiencia tan increí­ble. Aunque he pasado por el embarazo, he visto las fotos del bebe de la sonografí­a y he pasado por la no muy sutil experiencia de dar a luz, en el momento en que Dio y Theo nacieron, me sentí­ abrumada por la sorpresa. En el momento en que lo ví­ estaba casi en shock, como si no pudiese creer que fuera cierto. Wences y yo miramos a nuestro nuevo hijo, felizmente sobrecogidos por el milagro del nacimiento y la vida. Solos y juntos, en una tierra lejana, le dimos la bienvenida al más reciente integrante de nuestra familia. Theodore Casares. ¡Nuestro pequeño kiwi!

Después de expulsar la placenta y con Theo en mis brazos, Justine me dijo que habí­a un verdadero nudo en el cordón y merconio en mi lí­quido amiótico. Si hubieran sabido eso antes me hubieran llevado a un hospital. A algunos bebes se les infectan los pulmones por el contacto con el merconio. En general les baja el ritmo cardí­aco durante el parto, lo que revela el problema. El ritmo cardí­aco de Theodore no presentó problema alguno. Justine inspeccionó en busca de signos de infección y no encontró nada. Nos sentimos muy afortunados.

Dio fue muy dulce con Theo desde el momento en que lo vió.

Comments

Sorry comments are closed for this entry